CAMINOS A GUADALUPE

CAMINOS A GUADALUPE

CAMINO DEL NORTE O DE CASTILLA

PONZ, Antonio[1]
El Camino del Norte o de Castilla
Madrid, 1784.

Sobre este mismo asunto, Antonio Ponz, describe magistralmente en su obra Viaje a España, impreso en Madrid en 1784, en su tomo séptimo, el Camino del Norte o de Castilla, como una de las rutas de peregrinación mariana más importantes y concurridas de España:

1.      “Amigo mío, salí de Talavera para Guadalupe, adonde llegué felizmente, sin embargo de la aspereza y soledad de los caminos. Estoy contento por tener materia de llenar una carta agradable y según el genio de usted. Los lugares y distancias de este camino, cuyo total asciende a diecisiete leguas, es como sigue: desde Talavera a Calera, tres leguas; a Alcolea, tres y cuarto; a Villanueva o Puente del Arzobispo, una y cuarto; a Villar del Pedroso, dos y a Guadalupe, siete.
2.      Se va desde Talavera a Calera por territorio llano, dejando el Tajo a mano izquierda; hay cultivo hasta la distancia como de una legua, que es donde acaban los olivares, y desde allí adelante casi todo lo vi pelado de estos y otros árboles, sin haber notado labores de gran consideración. A la izquierda se descubre el lugar de Las Herencias y una granja de los padres de San Jerónimo, de Talavera, llamada “Pampajuela”. Calera es pueblo de quinientos vecinos, a lo que me dijeron, con casas bastante bien construidas; el altar mayor de la parroquia es de regular arquitectura, como también las pinturas de sus intercolumnios. Se ven algunos olivares alrededor de la villa, pero pocos, según lo que podía dar el terreno. De allí es de donde se lleva la tierra que gastan los alfareros de Talavera.
3.      Causa lástima ver cuán eriales son las tierras desde Calera hasta el Puente del Arzobispo; siendo éstas de excelente calidad no se descubre sino tal cual casa de labranza, muy distantes unas de otras. Se atraviesa una dehesa perteneciente al convento de las Señora de las Huelgas, de Burgos. A mano derecha de este camino se descubre el castillo de Oropesa, y a la izquierda, en la parte opuesta del Tajo, Aldeanueva de Barbarroya.
4.      Villanueva del Puente, vulgarmente llamada “el Punte del Arzobispo”, la fundó el insigne prelado don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, quien asimismo mandó  hacer junto a ella un famoso puente sobre el Tajo con once ojos. Se ha renovado últimamente, reedificando tres de ellos, es de las obras más dignas, grandiosas y benéficas entre las muchas que aquel gran prelado dejó hechas; su construcción es fortísima, y para defensa mandó hacer dos torreones en los tercios del puente. Sobre el arco del primero, saliendo de la villa, hay un letrero de muy bellos caracteres, según la usanza de entonces, en que se lee:
ESTA PUENTE CON SUS TORRES DE ELLA MANDO  FACER EL MUCHO HONRADO EN CHRISTO PADRE, Y SR. D. PEDRO TENORIO, POR LA GRACIA DE DIOS ARZOBISPO DE TOLEDO, ACABOSE DE HACER EN EL MES DE OCTUBRE EL AÑO DEL SEÑOR DE MCCCXXXVIII.
5.      A cada lado de la sobredicha inscripción se ve el escudo de armas de aquel prelado, con un león rampante y el capelo encima. En un nicho más arriba del letrero hay una figurilla de mármol, que representa la Caridad, y tiene un niño en brazos y otro de la mano. En verdad que en parte ninguna puede colocarse con más propiedad dicha figura. Dudo que sea tan antigua como el puente; pero el que la puso bien sabía a qué grado llega este género de caridad en beneficio común, de que había de haber muchos ejemplos.


Puente del Arzobispo,
Litografía de Parcerisa, en Bellezas de España, T. II, 1853.

6.      El vecindario de esta villa se reputa de trescientas familias, de las cuales se ocupan algunas en la fábrica de loza, pues hay alfares, como en Talavera; y despacho  regular. Encontré a algunos arrieros aragoneses, quienes me dijeron traían el color azul de sus tierra para vender a los alfareros, y era el que usaban en la loza. Después me acordé si sería el cobalto de la famosa mina del rineos de aquel reino, de que hace tan ventajosa y útil descripción don Guillermo Bowles en su Geografía Física de España, página 397.
7.      Saliendo del Puente del Arzobispo para el lugar de El Pedroso, se ve a mano izquierda, a corta distancia, la villa de Azután y su territorio, que es el de las monjas de San Clemente, de Toledo; a la derecha, Torrijos y el monte de Oropesa, que se extiende hasta el mismo Villanueva, como también los términos de Azután, Torrijos y el Pedroso, pues Villanueva apenas tiene término alguno.
8.      A medio camino del Villar se pasa El Pedroso, arroyo que da nombre a dicho pueblo; perecen en él los pasajeros de cuando en cuando por falta de un pontón, que podía costar muy pocos reales; va siguiendo el camino por entre lomas mal cultivadas y pedazos de monte poco cuidados. Algunos sembrados y olivares cerca del pueblo indican que la tierra es bastante buena para mantener muchos vecinos.
9.      Las siete leguas que hay desde el pequeño lugar de El Pedroso a Guadalupe son de un verdadero desierto, sin hallar en todo el camino más que una casa llamada “el Hospital del Obispo”, situada en una alta cumbre a la distancia de cuatro leguas, caminando siempre por senderos fáciles de perder, pues aunque se va mejor desde el Punte del Arzobispo a Guadalupe por un pueblo llamado Mohedas, se rodean dos leguas, aproximadamente.
10.  A la izquierda, saliendo del Villar, se ve Carrascalejo, y a la derecha está Valdelacasa, lugares cortos. Al cabo de una llanura entre encinas y sembrados se empiezan a subir los altos cerros de la cordillera de Guadalupe. El primero y segundo son muy elevados y fragosos, entre los cuales hay un terreno interrumpido de lomas y frondosos aunque estrechos valles, que parece convidan a hacer allí muchas poblaciones. Toda la tierra está vestida de carrascas, madroños, romeros y otros géneros de arbustos, inútiles en aquella soledad. El segundo de estos altos cerros está coronado de grandísimos robles, y es donde se encuentra el hospital que llaman del “Obispo”. En lo antiguo fue casa de recreación del rey don Pedro; y el rey don Enrique, su hermano, la destinó para hospedaje de peregrinos. Después la dilató  y ensanchó don Diego de Muros, obispo de Canarias. Don Juan del Castillo, obispo de Cuba, dotó dicho hospital para que a cada peregrino se le diese en él un pan de a libra. Al presente se halla en decadencia esta obra pía, aunque todavía se da algún socorro a los pobres que pasan por allí.



Real Santuario de Guadalupe,
Grabado de Vaguean, en “Voyage Pittoresque et Historique de l’Espagne”, de Alejandro Laborde, 1806.

11.  Las tres leguas de camino desde el hospital hasta Guadalupe son, como las antecedentes, montuosas, solitarias, tierra fecunda de su naturaleza, pero sin provecho para los hombres. Se concluye esta jornada de desierto con una bajada  hasta el monasterio de las más terribles que he visto. El monte, a cuyo pie esta situada la villa y el monasterio, tiene cultivo de olivos, sembrados, viñas, castañares, etc”.


MÜNZER, Jerónimo[2]
Camino del Norte o de Castilla
Boletín de la Real Academia de la Historia, 1924.


“XIV. Salamanca:
1.Salida de Salamanca y camino de Guadalupe. Alba de Tormes, Puente del Arzobispo.
El 4 de enero, después de comer, salimos de Salamanca, llegando al cabo de cuatro leguas al pueblo de Alba, cuyo señorío es del duque del mismo nombre y conde  de Salvatierra, quien posee allí magníficos estados. Al siguiente día levantándonos muy de mañana, emprendimos el camino y pasando por ¿Boadilla?[3], hicimos noche en Villafranca, a ocho leguas de Alba. El 6, después de oír misa y desayunar seguimos nuestro viaje, cabalgando durante seis leguas por altas y nevadas montañas; el día 7, descendiendo de esta tierra a un feracísimo valle plantado de viñedos, olivares y grandes castaños, dejando atrás a Colmenar y entrando en una suave llanura, pasamos por el pueblo de Puente del Arzobispo, llamado así por haber sido un arzobispo quien mandó fabricar su puente[4], soberbia construcción de seis arcos y dos torres. Andadas otras seis leguas por elevados montes, en donde no se descubre senda ni camino, llegamos al famosísimo y celebrado monasterio de Guadalupe.

XV. GUADALUPE.
1 Historia de la fundación del monasterio.
Según vamos de Salamanca a Sevilla, hacia el Mediodía, cierra de pronto el paso una altísima sierra de siete o de ocho leguas de longitud[5]. Una multitud de fieras tiene en ella sus guaridas y abunda en barrancos y precipicios. En medio de esta sierra y como si fuera el centro de aquel círculo de montañas, levántase el monasterio de Guadalupe, nombre que toma del pequeño río que pasa junto a sus muros[6] y que quiere decir río de lobos, pues guada, en árabe significa río y el lobo dícese lupus en latín, denominación que recibió por los muchos lobos que antiguamente infestaban estos parajes.
Hace setecientos años, cuando toda la Bética, y Sevilla, por tanto, estaba sometida al poder de las gentes que siguen la ley de Mahoma, el arzobispo hispalense, viendo la ruina de España, enterró en diferentes lugares las reliquias de su iglesia, y de los fugitivos clérigos de ella ocultaron cierta imagen de la Virgen en un lugar silvestre y apartado de los caminos. En cuanto a la historia de esta imagen, cuéntase que San Leandro, siendo arzobispo de Sevilla envió a Roma a su hermano San Isidoro con una misión para el Papa Gregorio[7], quien por orden del Pontífice y durante una gran epidemia que hubo en la ciudad, había sido llevada como en procesión alrededor de las casas de los apestados. Muerto San Leandro, sucedióle San Isidoro, en la sede arzobispal y al cabo de muchos años, después que Sevilla fue ganada a los moros por el rey don Fernando[8], cierto pastor que había perdido una vaca oyó una voz que le decía: “Vete a tal lugar y hallarás muerta la vaca; pero cava la tierra en donde esté y encontrarás una imagen mía: Colócala sobre la vaca y ésta al punto resucitará, después vete al arzobispo de Sevilla, cuéntale lo que hayas visto y dile que en aquel mismo sitio escondido y salvático mandé erigir en mi obsequio una capilla para que en ella se me de culto”. Hízolo así el pastor[9] y entonces se construyó una ermita; pero más adelante y como por intercesión de la Virgen se hubiesen operado allí milagros prodigiosos, fue edificado el monasterio actual, de fábrica tan espléndida y de ornamentación tan rica que no puede concebirse ninguna otra que la aventaje[10].

2. Situación del Monasterio de Guadalupe


Monasterio de Guadalupe, grabado de A. Wyngaerde


3. La iglesia
Levántase el monasterio al pie de la vertiente meridional de un alto monte del que fluyen cuatro manantiales cuyas aguas se esparcen por todos los sitios; está rodeado de montañas, excepto el medio día, y caminando en tal dirección después de salvar unos pequeños cerros descúbrense enseguida los caminos de la Bética; por eso es un lugar muy abrigado, en el que crecen los viñedos, los olivares, los naranjos y demás frutos de estos climas, siendo el de Guadalupe, tan templado y suave, que el 8 de enero los mirlos y otras aves cantaban en los olivos como por mayo en Alemania. Corre por el valle el Guadalupejo[11].

Bóvedas del coro de Guadalupe


.
Entramos en la iglesia, y después de aerdhaber dado gracias a la Virgen, dispusímonos haber el templo. La fábrica, es en verdad, de una inusitada magnificencia y la cúpula del crucero deextraordinaria elevación. Frente al coro álzase el altar mayor, al que se sube por una escalinata de treces gradas con lo que los padres que estén en los sitiales posteriores pueden ver la misa con toda comodidad. El retablo de este altar es de noble proporciones obrado de oro y marfil; Hallase en el centro la devota imagen de Nuestra Señora, encontrada por el pastor y penden ante el altar dieciséis lámparas, las unas de plata y las otras de platas sobredoradas que arden día y noche; En medio de ellas está la mayor de todas; Su peso es de 128 marcos, y  ha sido donación de los pastores de la tierra, en memoria de aquel a quien se le apareció la Virgen. Las demás proceden también de donaciones de reyes y señores, a uno de los lados vimos un cirio de blanquísima cera y de tamaño gigantesco (pesaba 15 o 16 centenarios), ofrenda del rey de Portugal por causa de una peste que se declaró en su reino y en acción de gracias por haberse salvado de un naufragio ciertos súbditos suyos que lograron arribar al puerto[12].

También vimos innumerables cadenas que los cautivos cristianos han llevado allí en agradecimiento a la Virgen, por cuya intercesión se libraron de la esclavitud: algunas de ellas pesaban veinte libras y otras cuarenta y cinco. Cierto que contrista el ánimo ver y aun oír que gentes cristianas sean obligadas a rastrar estas prisiones mientras realizan durísimas labores

Son tantos y preclaros los milagros que allí diariamente resplandecen, que su relación no cabría en tres gruesos volúmenes; pero esto no debe maravillarnos porque para Dios no hay nada imposible vimos la piel de un corpulento cocodrilo cazado en Guinea por unos portugueses que, encomendándose a la Virgen escaparon de ser devorados por aquel mostruo; un desmesurado espaldar de tortuga en el que pudiera bañarse una persona como en una pila; un  largo colmillo de elefantes y dos barbas de ballenas que median cuatro codos de longitud por dos palmos de anchura en su base; el animal que era de descomunal tamaño fue cogido en las costas de Portugal y tenía mil doscientas barbas.

El coro está al pie de la iglesia, colocado en alto; posee una buena sillería y unos cantorales tan enormes como no los vi jamás porque cada folio es una piel entera y sus dimensiones son de cuatro palmos de ancho por seis de largo.

Hay en el templo más de treinta altares en capillas admirablemente decoradas y atiende al culto frailes y legos en número de ciento cuarenta, de ellos setenta presbíteros. Incontables son, además, los oficiales, artífices, pastores y labradores que están al servicio de aquella casa, pues entre el monasterio y fuera de él comen diariamente de sus rentas unas 900 personas, sin contar las limosnas que hacer en gran copia, a toda necesidad acuden con largueza. Hay también muchos que, por consecuencia de un voto han entrado como fámulos: y estos tienen a la Virgen singular devoción. Los frailes observan la Regla de San Agustín, pero visten el hábito de San Jerónimo, o sea, sayal blanco y escapulario y capa de un color entre pardo y rojizo. Esta religión fue instituida por el Papa Gregorio XI, autor de sus Constituciones.


Sala Capitular del Real Monasterio, Siglo XV.
Visitada por Jerónimo Münzer

4. La sala capitular. Las bodegas. Las cañerías.
Después de comer y hechas nuestras oraciones, volvimos al monasterio. El reverendo padre prior, venerable varón de sesenta y cinco años, nos recibió afablemente en el vestíbulo de la sala capitular, decorado con una hermosa fuente; introdújenos en la soberbia estancia, conversó con nosotros largo rato y, en fin, mandó a dos frailes que nos acompañasen en nuestra visita.
Primeramente nos llevaron a una inmensa bodega, cavada en el monte, donde vimos ingentes cubas y tinajas llenas de vino, y luego a otros dos que no eran menos grandes. Al salir de las bodegas, nos enseñaron un dilatado estanque que recoge el agua de los manantiales de las montañas y desde el cual, por varias cañerías distribuyese a las fuentes, cocinas, capítulo, enfermería, claustro, sacristía y demás dependencia del monasterio; así es que el agua (por cierto de excelente calidad) no falta en ningún sitio. Las cañerías en cuyas fábrica entra el mármol, el cobre, el plomo y el barro cocido, han sido hechas con peregrino ingenio, al par que con gasto considerable.

5. El refectorio de los padres. El refectorio de los familiares. Las cocinas. Comida con los monjes.
El amplio y elevado refectorio de los padres, egregiamente construido, mide una longitud de 55 pasos. No es menor el de los familiares y oficiales, en el que comen diariamente más de 200 personas, entre ellas, los cinco capellanes encargados de la administración de los sacramentos a los servidores del monasterio. En este refectorio hay lectura durante la comida y orden de guardar absoluto silencio porque al lego que lo turba se le lleva fuera, se le ata a un cepo destinado a tal menester y queda en él por tiempo de unas horas.
En las cocinas de los familiares vimos vasijas de cobre tan grande que en algunas puede cocerse un buey entero, y así mismo nos mostraron los depósitos para el agua fría y caliente abastecidos por cañerías. La cocina de los padres, inmediata al refectorio es espaciosísima, con sótanos para bodegas y despensa y en todo muy discretamente dispuesta y ordenada.
El 11 de enero que fue domingo, el padre...[13] nos llevó al refectorio, sentámonos a la mesa con los frailes y legos, en juntos unas cien personas, hubo lectura y reinó un silencio maravilloso y, en verdad, que eran tales la devoción y recogimiento de aquellos varones, que hasta los pecadores de más empedernido corazón se sentirían movidos a amar a Dios ante su santo ejemplo.
Los padres nos regalaron con bizarra esplendidez.

6. Zapateros, sastres, panaderos, herreros, remendones y otros artesanos
En los talleres de zapatería vimos muchos obreros que allí tienen ocupación constante y una asombrosa cantidad de zapatos. Había asimismo, remendones y adobadores de cuero, entre los que encontré un alemán de Danzig, en Prusia[14].
La panadería estaba atestada de sacos de harina, de la que se gastan veinte cargas a la semana en hacer el pan para el monasterio y para el socorro de los pobres.
Guárdase en la sastrería gran copia de camisas de lana, así como de otras prendas de ropa para uso de los frailes, marcada cada uno con el nombre de aquel a quien se destina. En el encargado de este taller era un presbítero alemán de Stettin, porque es de notar que son muchos los presbíteros y artesanos alemanes que hay en la casa.
La herrería es inmensa y tal el ruido de martillazos, limas y demás instrumentos que parece un antro de ciclones. Enormes son también los graneros.
En otros muchos talleres se trabaja para el monasterio, hasta el punto de que aquello parece una ciudad; pero si me propusiera hablar de todo no acabaría nunca.

7. Las huertas.
Lleváronnos a ver dos extensas y hermosas huertas que están al pie de la montaña, plantadas de cidros, naranjos, mirtos, limoneros, olivos y otros varios árboles, que reciben el riego por canales. Las cidras que entonces maduraban ofrecían entre las verdes hojas una deleitosa vista.

8. La biblioteca. Los dormitorios. La enfermería.
La amplia biblioteca tiene 36 pupitres, así como buenos libros muy bien encuadernados.
En el dormitorio de novicios donde hay 26 camas, cuelga una lámpara en su centro que arde toda la noche. Igual es la disposición de dormitorios de legos, cuyas camas son 22 y tanto en el uno como en el otro se observa grandísima amplitud.
La enfermería consta de varias estancias, y alcobas, magnífica fuente y una abastada bótica.

9. Los dos claustros.
Tiene el monasterio dos hermosos claustros, el uno en la planta baja y el otro en el piso de encima; pero aquel singularmente es bello sobre toda ponderación. En el centro de ellos hay una fuente rodeada de naranjos y cipreses cuya pila es de cobre fundido, con adornos de preciosas figuras y en el ángulo más próximo al coro, otra fuente de arte esquisito. El claustro alto comunica con el coro, y en uno de sus ángulos vense varias imágenes, entre ellas una de la Virgen, así como también unas cruces que señalan los lugares en donde los frailes hacen sus estaciones. Hay en este claustro diversas capillas, en las que vimos grandes libros de coro. Aquel sitio, en fin donde los naranjos presentan sus frutos al alcance de la mano, es ciertamente, devoto y deleitable, pero me falta espacio para hablar de tanta maravilla.


El Real Monasterio de Guadalupe, con su Hospedería Real (Juan Guas (1487-1491)
Vista parcial del poniente. Grabado sobre acero por Antonio Roca, dibujado por D.J.Puiggari,
en “Los Frailes y sus Conventos”, de Víctor Balaguer. Barcelona, 1851.

10. La cámara real.
Los monarcas castellanos tienen en el monasterio un verdadero palacio, con estancias, patios, etc., todo construido y decorado con primor[15]. A la sazón, estaban en él varios servidores de la reina, custodiando muchas cajas que contenían el regio equipaje, pues esperaban la visita de los reyes[16]. Vimos en estas habitaciones numerosos papagayos, uno de ellos de cinco colores, porque era gris, su cabeza, el cuello verde, la pechuga negra, la cola encarnada y las alas de un azul que iba convirtiéndose en verde hacia el extremo de las plumas.

La reina gusta sobre manera de este monasterio, al que llama su paraíso, y cuando reside en él reza todas las Horas canónicas en su magnífico oratorio, construido sobre el coro.

11. La sacristía y el tesoro.
El domingo, 11 de enero, después de comer espléndidamente en el refectorio, presididos por el padre prior, y la devota compañía de cien frailes, con el fin de que viésemos los ornamentos sagrados y demás cosas notables.

Sacristía y Capilla de San Jerónimo. S. XVII

1º. arcón

2º. arcón
Lo primero que nos enseñaron fue un arcón que contenía diez hermosas cruces de plata sobredoradas, debiendo notarse que además de estas hay otras 30 semejantes que están en los diversos altares, porque aquellas usansen en fiestas determinadas. El peso de cada cruz es de cinco a diez marcos, y todas son de artística hechura. Guárdanse también en el arcón jofainas de oro y plata y jarros de los mismos metales para agua y vino. 
                                                                                    
Tenía diez cajones, y en cada uno de ellos tres frontales de brocado de oro[17], algunos con placas de este metal, tejidas a modo de tela de cedazo y lleno de perlas y piedras preciosas. Todos estos frontales han sido donación de los reyes de Castilla.

3º arcón.
Contiene innumerables cruces de concha negra con incrustaciones de oro para el tiempo de cuaresma y varias imágenes de plata y de plata sobredorada.

4º arcón.
Veinticuatro grandes imágenes de plata y de plata sobredorada, con adornos de perlas y piedras preciosas; un magnífico crucifijo a cuyos pies se ven las efigies de la Virgen, San Juan, de la Magdalena y de San José[18], todo de purísimo (¿oro?)[19],  donación hecha a la Virgen por un rey de Castilla por haber obtenido una victoria[20], y de valor de 6.000 ducados; una corona asimismo de (¿oro?)[21], con piedras y perlas, una de estas últimas en forma de pera y de enorme tamaño, según dijo el sacristán, las joyas de este arcón valen más de 20.000 ducados.

5º arcón.
Es de grandes dimensiones y encierra un sagrario de madera de ciprés para el día del Jueves Santo, chapeado de oro y plata y decorado con imágenes de plata sobredorada, con perlas y pedrería, su peso es tal (calculo que más de 100.000 marcos), que diez hombres casi no bastan para llevarlo; pieza en fin, tan valiosa que creo que en el mundo no podrá encontrarse otra semejante[22].

6º arcón.
Contiene soberbios cálices, algunos de oro puro; un preciado cantoral con encuadernación cuajadas de perlas y piedras, que se usa en la procesiones y unas ricas vinajeras. También estas alhajas son de inestimable valor.

7º arcón.
Diecisiete grandes imágenes, dos cruces procesionales y una corona de oro puro. Nos dijeron que lo que encierra este arcón vale más de 15.000 ducados.

8º arcón.
Una custodia de plata de 255 marcos: el sobredorado costó 2.000 ducados y el círculo del viril en que se expone el Sacramento, de oro puro y piedras preciosas, costó 4.000 ducados. Dos bellas cruces de concha con flores de oro incrustadas.

9º arcón.
Tiene 12 cajones y en ellos 36 dalmáticas, todas de brocado de oro con pedrerías y perlas; planetas, humerales y otras prendas de vestiduras sacerdotal.

10º arcón.
Numerosos y grandes candelabros, sacras, incensarios y un magnífico portapaz de oro, plata y pedrería.
11º arcón.

Innumero ornamentos para la misa y fiestas mayores; un cajón lleno de ornamentos y vestiduras encarnadas para la fiestas de Apóstoles y otro con ornamentos de seda pura para las sencillas, todos preciosísimos.

En otros varios arcones, guardase los ornamentos para el uso de diario, pero renunció a hablar de ellos, porque la relación se haría interminable. Es tanto el valor de este tesoro que les bastaría a los sarracenos para volver adquirir toda la tierra que perdieron y seguramente no sería menor que el de los reyes de Castilla.

12.El Hospital.
Separado del monasterio está el hospital, sólido y magno edificio de planta cuadrada, con gran número de camas, estancias independientes entre sí para heridos y enfermos de calentura; una sala donde se da de comer a los pobres y muchas habitaciones atestadas de mantas, sábanas y de cuanto requiere el servicio de una casa de este índole.

Hospital de San Juan Bautista S. XV

13. Rentas del Monasterio.
Además de las riquezas que quedan mencionadas el monasterio de Guadalupe goza de pingües rentas, singularmente de las que producen los ganados, que tiene en prodigiosa cantidad. Cuando estuvimos allí poseía 4.000 vacas, muchos miles de ovejas y caballerías, aceite, vino, granos, etc. Calculase su renta anual en más de 20.000 ducados. Los monjes guardan estrecha observancia y son ordenadísimos hasta los más mínimos detalles, gracia a lo cual viven en paz y conservan sus rentas y pecunio. Hay entre ellos peritísimos pintores, pendolistas, iluminadores, orfebres y exornadores, como lo demuestran varios misales que nos enseñaron maravillosamente iluminados. Todo en el monasterio está dispuesto para mayor comodidad, al par que con la más exquisita pulcritud, pudiéndose aplicar aquí la sentencia de Salustio: “Con la concordia, prosperan las cosas más pequeñas, con la discordia, se consumen las más grandes”; Así es la verdad; con la concordia nada se aparta de la virtud, y adonde quiera que se acuda prevalecerá el sano entendimiento, pero si la liviandad triunfa, el alma sucumbe.
Las regias majestades saben muy bien lo que vale aquí el tesoro y por eso han prohibido que se enajene.
Mucho más pudiera escribir, pero no quiero hacerlo, para no parecer prolijo.

14. Salida de Guadalupe y Camino de Toledo. Talavera.
El 11 de enero emprendimos el camino de Toledo. Pasando altas montañas, llegamos a Puente del Arzobispo, a 23 leguas de Guadalupe, y desde allí nos dirigimos a Talavera, célebre ciudad de origen del Tajo, que se atraviesa por un puente de 22 ojos. El arzobispo de Toledo[23], fundó en ella dos monasterios, uno de jerónimos y otro de franciscanos[24]. La población en la que hay también una colegiata es tan grande como Nordilingen, y está en una llanura fértil en vino, aceite y otros varios productos. Salimos de Talavera, el 14 y el mismo día por la tarde, entramos en la ínclita y antiquísima Toledo”.



Villa y Puebla de Guadalupe, vista desde la ermita del Humilladero.



[1] PONZ, Antonio, Viage a España. Tomo VII. Carta III, Madrid, 1947, pp.604-606
PONZ, Antonio, “Viajar por Extremadura”., Badajoz, 2004. Edición facsímil del Viage de España. Tomo VII. Segunda edición. Madrid, 1784. Carta III, pp.47-53.
[2] MÜNZER, Jerónimo, “Relación del Viaje”, en Viajes de Extranjeros por España y Portugal, desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo XVI. Recopilación, traducción, protocolo y nota por J. García Mercadal. Madrid, 1952, pp.328-417.
GRACIA VILLACAMPA, Carlos, O.F.M., “Una descripción del Monasterio de Guadalupe al finalizar el siglo XV”, en El Monasterio de Guadalupe, 150 (1924), pp. 162-164.
[3] En el texto: Bonvillam
[4] Don Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo, que falleció en 1399.
[5] La llamada Sierra de Guadalupe en la cordillera Mariánica. El pueblo hállase al pie del monte Altamira.
[6] Llámase  comúnmente el Guadalupejo.
[7] Gregorio I
[8] El hallazgo de la imagen ocurrió poco antes de 1389
[9] No fue al arzobispo de Sevilla, sino a los clérigos de Cáceres a quien se dirigió el vaquero Gil, quien andando el tiempo obtuvo la merced de llamarse don Gil de Santa María.
[10] La parte principal que Münzer alcanzó a ver construida fue el cerco murado y el templo que son de los siglos XIV y XV; El claustro grande, terminado en 1406; la glorieta central, hecha en 1405, la sala capitular  y la librería, edificada en 1475; la hospedería real que data de 1485 y el hospital que es casi contemporáneo de la fundación del Monasterio.
[11] Río pequeño, pero de agua muy fina que cría truchas y otros géneros de peces.
[12] A este cirio sin duda alguna, se refiere Luis Núñez, cuando hablando del santuario de Guadalupe dice que fue ofrecido a la Virgen por el pueblo de Lisboa, por haberle librado de una gran peste, en el año 1490: est cereus immensae magnitudinis ex cera alba, quem olisiponensis populus, saeva pestilentiae lue Divae Virginis ope liberatus anno MCCCCXC offerendum curavit  (loc. cit. pág.61).
[13] Nombre ilegible en el ms. (Nota del señor Pfandl.)
[14] En el texto Brusia.
[15] La regia hospedería fue construida en 1485
[16] En los Annales Breves, de Galíndez de Carvajal no se dice que los Reyes Católicos no estuvieran en Guadalupe este año de 1495.
[17] En el texto: ex samato aureo. El Glosario de Du Cange contiene las formas samitium y samitum con la significación de Pannus holosericus “samet” et  “samit” nostratribus, y los antiguos poetas castellanos emplearon las de xamed (Cantares de Mío Cid) xamid (Berceo), y xamet (Libro de Alexandre), que se interpretan, respectivamente, como “paño”, adorno de casa, tapiz”; “cierta tela de seda”, y “paño, tela, vestidura de seda” en el Vocabulario de los Poetas castellanos anteriores al siglo XV (Bib. De A. E., t. LVII); pero como la tela de que habla Münzer era de seda entretejida de oro, he creído que el nombre más exacto es el que le doy en esta versión.
[18] Si el autor no se equivocó, es, ciertamente, bien extraño que el artífice pusiese en este Calvario la figura de San José, y difícilmente pudiera citarse otro ejemplo de ello.
[19] El Señor Pfandel propone esta palabra entre corchetes, indicando así que hay una omisión en el manuscrito.
[20] Probablemente, sería donación de don Alfonso XI, con motivo de la victoria que obtuvo en el Salado, porque, además del santuario  el monarca fue gran protector del priorato y atribuyó aquel triunfo a la intercesión de la Virgen de Guadalupe.
[21] Como en el número de la nota 30.
[22] Esta arca fue construida a mediados del siglo XV por el monje platero fray Juan de Segovia.
[23] En el texto: Granada.
[24] El de Jerónimo o de Santa Catalina fue, en efecto, fundado por don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo; pero el de franciscanos, lo fundaron los Reyes Católicos, en 1494, a instancia del primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera.
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CAMINO DEL SUR

EL CAMINO DEL SUR

ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo[1]
Ruta de Andalucía

La tercera ruta, desde el Sur, fue utilizada por los peregrinos de la Andalucía Occidental, que llegados a Córdoba, subían al Santuario, bien por Cazalla de la Sierra y Zalamea de la Serena o por Fuenteovejuna y Puebla de Alcocer, entrando en Guadalupe por la calle Sevilla, citada en documentos del siglo XV.

“Uno de los accesos más importantes y frecuentados por los romeros guadalupenses fue el del sur. En Sevilla y Córdoba confluían los peregrinos procedentes de tierras andaluzas para, desde allí, seguir hasta el santuario extremeño, bien por Cazalla de la Sierra, Azuaga y Zalamea de la Serena o por Fuenteovejuna y Cabeza del Buey, uniéndose ambos caminos en Puebla de Alcocer  hasta alcanzar el Puerto Llano, desde donde llegaban a Guadalupe por el camino a cuya vera se levantó la ermita de San Sebastián, entrando en el santuario por la calle Sevilla, que ya figura en documentos del siglo XV y, tal vez, le viene el nombre por ser el acceso de los romeros del Sur. Por este derrotero peregrinaron al templo de las Villuercas miles de cautivos procedentes de las mazmorras de Argel o de los remos de las naves turcas; por esta ruta salieron, rumbo a la aventura, tantos y tantos soldados; y por ella regresaron del Nuevo Mundo a dar gracias a su protectora. Desde Sevilla subió Colón a Guadalupe en 1493 y en 1496; Hernán Cortés en 1528, tras someter al Imperio azteca y conquistar la gran Tenochtitán. El camino oficial de Guadalupe a Sevilla es citado en un documento en 1492 en que los Reyes Católicos eximen a Pedro Afán de pagar alcabalas. Trayecto que destacaría Pedro de Medina en 1549, señalando que hay 49 leguas desde Sevilla a Guadalupe. Ruta que recorrieron Fernando e Isabel varias veces, sobre todo tras la conquista de Granada, cuando vinieron a dar gracias a la Virgen y descansar un mes en su tan querido monasterio. Andadura que también hizo el devoto Marqués de Santillana “viniendo en romería a Guadalupe, año 1455”, desde Sevilla. Itinerario que en 1599 siguió, a la inversa, el monje guadalupense Diego de Ocaña, para embarcarse al Nuevo Mundo, donde sería el más fecundo sembrador del culto y estampas de la Virgen de las Villuercas. Ruta, en fin, que siguieron, en 1602 y en 1625, los dos ilustres arzobispos de México, fray García de Mendoza y don Juan de la Serna, fervientes propulsores de la devoción a la imagen extremeña en la capital azteca.
Desde Córdoba –adonde confluían los romeros procedentes de Málaga, Almería y costa norteafricana- más de una vez subieron al santuario cacereño Fernando e Isabel, con escala en el monasterio jerónimo de Valparaiso, sobre la sierra de la califa Medina Azahara. Con ellos peregrinó, en 1479, el gran cardenal Mendoza, hijo del Marqués de Santillana y, como él, singular devoto de Guadalupe. Y con la corte, por aquí bajó, desde el templo de las Villuercas, en 1486, el entonces aún ignoto Colón. Este camino siguieron, en su romería a Guadalupe, vía Belácazar, Juan de Dios, en 1539, y Francisco de Borja, en 1555. Y por esta ruta del sur vino hasta aquí –atraído por la fama de sus hospitales y el prestigio de sus galenos- Bernardino de Laredo cuando aún no era franciscano y se encaminaba a Lisboa para curar a la reina Catalina, hermana de Carlos I y esposa del monarca luso Juan III. Ruta de Andalucía, por la Serena, que inmortalizó Calderón de la Barca en su obra El Alcalde de Zalamea, en cuya escena 17ª dice don Lope “A Guadalupe no voy, donde está el rey”. Derrota, la de Córdoba, que sin duda anduvo aquel gran poeta, hijo suyo, que fue Góngora. Camino romero al que también Tirso de Molina se refiere en su Todo es dar en una cosa, cuando Gonzalo Pizarro, encontrando a Hernán Cortés, dícele:
¿Vos en la Zarza? ¿A qué fin?
Juzgábaos yo en Medellín.
Tras de sí me lleva el camino
Que Fernando e Isabel
Reyes nuevos de Castilla
hacen a la maravilla
de Guadalupe, y en él
busco galas cortesanas...”

Enrique IV de Castilla, mausoleo labrado en alabastro, con su escultura realizada en madera por Giraldo de Merlo. S.XVII

BARRANTES MORENO, Vicente[2]
El Camino desde Badajoz-El Rincón-Guadalupe.
“Una visita al Monasterio de Guadalupe”
Badajoz, 1895

“ I. La fiesta de la Natividad de Nuestra Señora nos proporcionó en 1878 ocasión de visitar y conocer personalmente, uno de los más gloriosos y olvidados santuarios de España, el de Santa María de Guadalupe, en Extremadura, que durante el Renacimiento y hasta muy entrado en el siglo XVII, compartió con Santiago de Galicia y Monserrat, la celebridad, las peregrinaciones y la devoción del mundo cristiano.


Fachada Principal del Real Santuario de Guadalupe, siglos XIV-XV.

Restablecida recientemente la piadosa romería del 8 de septiembre, gracias a la restauración del espíritu religioso, que los excesos de la impiedad van haciendo por modo natural y lógico auque lento, despiértase en Extremadura con notable energía el amor a aquella Virgen que recuerda sus grandezas pasadas ofreciéndole el único consuelo a sus miserias presentes; restauración a que también ha contribuido no poco la muerte de aquella generación enriquecida a costa del santuario y con sus despojo engalanada. Mientras ella vivió, la romería, en abandono casi completo durante los años que siguieron a la exclaustración estuvo reducida a los vecinos de los pueblos inmediatos y alguno que otro enfermo o devoto, llevado allí por especial ofrenda. Era impuridad lo que entonces quedaba un resto de la antigua costumbre, en el corazón de las clases pobres. Hoy, gracias a Dios, va siendo otra cosa, y muchos ricos, aun liberales, no se avergüenzan de creer ni de rezar, como hacían en la Guerra de la Independencia. Los incendios de 1881 aumentarán su número, si Dios mediante, para el día de la Virgen de 1882.

Es curioso estudiar sobre el terreno, las causas del eclipses que han padecido las creencias católicas en España, y con espíritu desapasionado trazar por los hechos el itinerario de las ideas. Las devociones localizadas por decirlo así, encontraron su mayor enemigo al inaugurarse la Revolución a fines del siglo pasado, en las mismas localidades a quienes enriquecían, por aquel sentimiento que cegó, según la fábula, al matador de la gallina de los huevos de oro; y así se explica que los primeros revolucionarios salieran de las poblaciones más célebres en nuestra historia religiosa, de las escuelas dirigidas por el clero y aun de los claustros mismos. Estos jefes de la familia transformadora alcanzaron al principio escaso número y escasísima influencia social, excepto en las esferas literarias, pues eran por lo general hombres que juntando una educación esmerada con medios sociales muy exiguo, o con pasiones y sentimientos de índole aviesa por lo mismo que olfateaban el río revuelto, el resto de la sociedad los veía venir y como fuerte muro los contrastaba; pero a medida que avanzó la Revolución en las ciudades, en el gobierno y en la esfera intelectual hizo entender que en el río revuelto podían pescar todos, con que deslumbró la avaricia, los ojos de los que estaban más cercas de aquellas aguas; y eh aquí como los pueblos consagrados por la tradición religiosa fueron los primeros en abandonarla para descargar su conciencia del único peso que impedía correr con desembarazo las aventuras de la desamortización. La lógica hizo después lo demás.

Aquella generación y aun la siguiente, embriagadas por el triunfo, enriquecidas por los despojos de la iglesia, ni alzar los ojos se atrevían a las desmanteladas ruinas, por no ver escrita en ellas la sentencia de su festín de Baltasar; necesitándose todos los dolores y los desengaños todos que forman la herencia del presente siglo, para que surgieran de las mismas entrañas de la sociedad política gentes y partidos, mitad hipócritas, mitad ilusos, mitad arrepentidos que creyeran posible tranquilizar su conciencia por una parte, y justificar su enriquecimiento por otra, poniendo diques al mal que ellos mismo desataron, declarando injusto y violento lo porvenir, lo que tantos aplausos y cooperación les había merecido en el pasado, y con fórmulas filosóficas y teorías políticas absolverles asimismo, formarse como un jordán regenerador y poder morir con la conciencia relativamente tranquila.

No lo consiguieron en verdad, y la historia secreta de las modernas familias lo prueba con elocuencia; pero la lección estaba dada a las nuevas generaciones, y las nuevas generaciones y la misma lógica la están completando en la actualidad.

Aquellas riquezas han desaparecido, por regla general, sin dejar otras huellas en la sociedad que una desmoralización profunda, un progreso material que hace imposible la vida aún en los pueblos más pequeños, para todo el que haya de mantenerla con el trabajo honrado, con el exclusivo sudor de su rostro, y una necesidad imperiosa para el siglo futuro de adoptar uno de los dos caminos: o el de las revoluciones permanentes, última evaluación de la lógica y de las doctrinas que profesaron nuestros maestros, o el de la vuelta del hijo prodigo al hogar de las creencias, pobre, y enfermo de cuerpo y de alma, pero desengañado, arrepentido, y poniendo en la virtud y en los goces espirituales la verdadera felicidad de la vida eterna.
Como Guadalupe fue uno de los monasterios más ricos de España, que Reyes, Príncipes y magnates no sólo nuestros, sino de muchas naciones de Europa estuvieron bajo el especial patronato de la Virgen cuatro siglos, en toda la región que abarcaban las posesiones del monasterio, región por otra parte de las más ricas y fértiles de Extremadura, el río revuelto de que hemos hablado hizo estragos en las creencias religiosas y arrasó toda esa capa social que se llama clase media, tejida por los compradores de Bienes Nacionales. Agregase a esto que los monjes de San Jerónimo eran tan afecto a lo que hoy se llama instrucción popular, que tenían en el mismo Santuario, además de escuelas de primera enseñanza, y no pocas de artes y oficios, colegios de medicina y cirugía, tan notables que han merecido grandes elogios a los historiadores de la ciencia, en particular al señor Morejón[3]. Allí se educaron, desde el siglo XV hasta XXVIII, hombres eminentes como Gregorio López, Diego Pizarro, su hijo Benegasí, Forner y otros muchos y allí se escribieron libros de todos los ramos del saber humano, que no desdeñarían hoy las más pretenciosas universidades.

Aquella si que era instrucción verdaderamente popular y gratuita, cómoda para las familias, para los jóvenes segura, que en su mismo caso o a dos pasos de ella podían hacer estudios de segunda enseñanza, y aún los de ciertas carreras, como la medicina y la cirugía que también se estudiaban en Guadalupe. ¿No aprendió el sapientísimo Arias Montano buena parte de lo que sabía sin salir de Fregenal, según nos dice el mismo en sus Antigüedades Judaicas? En cambio ahora, con la leche en los labios tienen que marchar los niños a las grandes ciudades, con los gastos y peligros que son notorios.

Finalmente, el influjo moral e intelectual de Guadalupe, sin hablar del cristianismo, se extendió hasta América donde prevalece en la actualidad acaso más que aquí.

Claustro Gótico. Vista parcial


Es también notorio en toda la comarca que los últimos profesores de las escuelas y colegios del monasterio estaban contagiados en la fiebre revolucionaria, con aplauso y estimulo de los mismo frailes, que miraban las nuevas ideas como juego de niños, creyéndolas quizás mareas o moda que pasaría con la invasión francesa que la produjo. Es posible también que pensaran fácilmente dominarla, por lo mismo que eran superiores en ciencia y virtud a sus discípulo; que además les estaban obligado por interés y agradecimiento, desconociendo aquellos cándidos varones, cuán flojos son estos lazos en el alma humana; una vez enseñoreados de ella la pasión política y los apetitos de la materia, sus últimos días en el claustro debieron de ser muy triste, pues llegaron haberse materialmente sitiados en el monasterio, y objeto de befa, cuando no de persecución, por aquellas mismas calles que habían poblado y cuyo mero y mixto imperio gozaban tan absoluto que la justicia administraba en su nombre por un corregidor nombrado en Comunidad.


Sigue también el pueblo en pie, pero ¡cómo sigue melancólico y abatido como las plantas de los cementerios! En lo moral vive de su gloria pasada, que él ayudó a destruir, y en lo material penosa y trabajosamente; pues sus famosos montes por regla general se han carboneado y aquella tierra que antes era suya, cuando el monasterio cedía su explotación por módica renta de padres a hijos, hoy es de grandes propietarios de Madrid, más puntuales, exigentes, escrupulosos para cobrar que un comisionado del Banco.


Todo aquello pasó en breves años, y hoy sólo queda como elocuente resaca el despojo del naufragio medio enterrado en la arena. El monasterio en pie, aunque amputados todos los robustos miembros que tanta sombra daban a la sociedad, a saber: las escuelas, los colegios, los hospitales de medicina y cirugía, el de peregrinos, el palacio real y la que fue biblioteca, una de las más famosas de España: queda en pie la Virgen, aunque despojada de sus más ricas joyas; la Virgen, que parece y es sin duda incontrastable como aquella montaña de las Villuercas en el que se apareció a un vaquero de Cáceres en 1322 y queda en pie abrumada y envuelta por las ruinas, que forman un espantoso caos moral, donde saldrá la luz indudablemente, pero después de haberse reproducido el incendio una y mas veces, la devoción que siempre que tuvo la gente extremeña a Nuestra Señora de Guadalupe, que le ayudó a escribir sus más brillantes páginas de su historia.

Prueba palpable ofrece del estado agrícola de la comarca la desaparición casi total de las riquísimas frutas de Guadalupe, que tanta fama tuvieron hasta en la literatura, por existir de ellas una descripción clásica y bellísima[4]. Desaparición que en nuestro concepto se debe al empobrecimiento general de la tierra por los desmontes, y a lo que no ofrece ya estímulo ni consumo a los artículos de regalo, junto con el estado mísero de los agricultores, que siervo del jornal necesitan trabajar de sol a sol para sostener la vida con lo estrictamente preciso.

Así, la romería del 8 de Septiembre se compone de arrepentidos que van a entonar el Yo pecador a los pies de la Virgen, y de espíritus vacilantes que, bajo el peso de la miseria moral y material, buscan afanosos un rayo de esperanza que no saben donde ha de lucir. Los que sólo por las historias conozcan al célebre monasterio, como a nosotros nos acontecía, desde cualquiera de los caminos que a él conducen sentirán impresiones análogas a las que acabamos de describir. Nosotros elegimos el de la Extremadura baja, por ser el más cómo y el más lleno de tradiciones históricas. Sobre estar casi intransitables para el viajero moderno los otros dos que existen, uno por la provincia de Toledo y otro por la de Cáceres, el camino por Villanueva de la Serena y Madrigalejo ha debido de ser siempre el camino real de Guadalupe, en la verdadera acepción de esta palabra, pues de Sevilla y Lisboa arrancaban las peregrinaciones de sus más famosos visitantes, excepto los Reyes Católicos, que por todas partes iban, como que aquella fue su casa hasta la conquista de Granada. El rey don Sebastián, que pasó por Badajoz para consultar en Guadalupe con Felipe II su desgraciada empresa contra África, no pudo seguir otro itinerario, ni Hernán Cortés cuando desembarcó de la conquista de Méjico, ni Cervantes al salir de su cautiverio de Argel en brazos de los frailes mercenarios.
Esta última circunstancia es decisiva a favor del camino que toca en Madrigalejo. Los esclavos por encomendarse a la Virgen de Guadalupe se veían arrancados al duro banco, al pesado remo o a la triste oscuridad de la mazmorra, hecho milagroso que contribuyó más que ninguno a la celebridad del santuario, peregrinaban a dar gracias a su divina protectora, cargados con sus férreas cadenas, como atestiguan los historiadores de la Virgen y más de una pintura de las que aún permanecen en el claustro bajo del convento; y para tan penoso viaje permite la verosimilitud creer que elegirían el camino más fácil y llano, que no es otro que el de la Serena, desembarcando ellos, como solían desembarcar en Sevilla o Málaga. Cervantes casi nos lo traza al pie de la letra en sus Trabajos de Persiles y Segismunda.

La muerte de don Fernando el Católico en Madrigalejo, de paso para Guadalupe, sería argumento concluyente a favor de nuestra tesis, sino hubiera otro más decisivo aún, que son los restos de una buena y ancha calzada que se descubre en el llamado Puertollano, parte que indudablemente llevaría carruajes, literas de enfermos, camillas y las grandes cabalgatas de damas y caballeros hasta las mismas puertas del santuario.
Hoy no es imposible, aunque si peligroso este camino para los carros del país. ¿No lo habían de facilitar a los príncipes y a las princesas aquellos frailes, que lo facilitaron todo a los peregrinos y a los pobres, inclusos hospedería y hospitales en el trayecto?

II. Pasados los ríos Guadiana y Zújar, se deja Madrigalejo a la Izquierda y Acedera a la derecha, si permite la estación, como nos lo permitió a nosotros, hacer el camino en jornada y media, hoy propiedad de los herederos de Bravo Murillo.

Finca de las mejores que el caudaloso monasterio poseía, se halla enclavada en los recios montes de Extremadura, que han desaparecido totalmente para convertirse en tierras de labor. El escaso arbolado que resta se está carboneando todavía con verdadero frenesí, con ese frenesí que se ha apoderado de nuestra raza contra los árboles, sin considerar los perjuicios que se causan a la tierra, desabrigándola en las inmediaciones de una montaña, como aquí sucede, perjuicios no menores que los que al clima se causan, alterándolo y resecándolo donde era húmedo y templado, con grave peligro de la salubridad. Sobre todo para los pueblos inmediatos es el descuaje una verdadera calamidad, pues dependía casi exclusivamente su existencia de los monjes, y hoy no pueden hacer una carga de leña, ni matar un conejo, ni ejercer, en fin, de las industrias naturales, que en la antigüedad proporcionaban juntamente sustento a los pobres y tranquilidad patriarcal a los ricos.

Ofrece además no poco estímulo a la corrupción de las ideas políticas y a la perversión de los sentimientos del pueblo el negarle un derecho sagrado que se funda en la ley natural y divina como es el aprovechar libremente los frutos que de sí da la tierra con espontáneo amor al hombre para quien fue criada, por cuya violación se está engendrando cada día mil conflictos sociales, que conducirán pronto a un conflicto supremo y definitivo[5].

Sin salir de la zona que veníamos recorriendo, puede apreciarse la funesta influencia de la destrucción de los montes por el hecho de que no hay guardia civil ni rural, ni autoridad en todo el contorno de los Guadalupes, que tengan fuerza para impedir en los baldíos y realengos, una cosa que ya queda sobre los más altos pisos de la montaña, el carboneo del brezo y el lentisco para las fraguas; carboneo que se hace, según voz pública, subrepticias y arbitrariamente por los pueblos circunvecinos, alentados quizás por el ejemplo que con sus desagües les dan los grandes propietarios. Así vemos por todas partes casi escueta ya y desnuda tierra que Dios no hizo para labrarla, sino para surtir a los manantiales de la llanura, que por eso están ahora seco en verano y en invierno convertidos en torrentes, elementos de ruinas en vez de serlo de fecundidad y riqueza, por ambición mal entendida y empeño de corregir el plan divino. Los lobos y  las alimañas, por otra parte, arrojados de sus guaridas, vienen a perseguir a los ganados a las mismas puertas de las poblaciones. Una ganancia efímera y transitoria, ¡cuántos males acarrea!

El Rincón es casi un pueblo, pues lo frailes más que cortijo tuvieron allí hospedería para los peregrinos y bastas dependencias agrícolas[6]. El olivar, que empieza en las mismas tapias del caserío, es de los más grandes y famosos de Extremadura, tanto que hoy se arrienda su fruto en 80.000 reales, según voz pública. Servía exclusivamente para el alumbrado de la Virgen, que, como veremos después, rivalizaba con el de los más celebres y ricos santuarios del mundo.

Llegamos al Rincón al anochecer; y habiéndosenos negado hospitalidad contra toda nuestra esperanza, no tuvimos tiempo ni humor para visitar aquella hermosa finca que en la antigüedad ha hospedado a tantos hombres célebres y a tantos caminantes desvalidos.

Líbrenos Dios de que suenen estas palabras a censura del actual propietario, que estuvo en su pleno derecho al cerrar su puerta a los numerosos peregrinos de la tierra de Serena, porque ha comprado la dehesa libre y horra de toda carga, principalmente de aquellas cargas morales, por decirlo así, que los frailes espontáneamente en nombre y por amor a la Virgen, de quienes eran simples administradores, habían impuesto al Rincón al edificarlo a dos tercios del camino de Guadalupe, en punto hoy tan descampado y en lo antiguo tan temeroso, que el viajero rico para descansar y el pobre para pasar la noche, no tienen otro abrigo en cuatro leguas a la redonda. Antes la cercana venta de Valdepalacios era también casi hospedería por lo barata, como propia de la Virgen.

Fachada antes de su restauración

Excusado es añadir que nosotros no buscábamos esta circunstancia última, sino meramente un techo y un cobijo contra el relente de otoño, que no niega en caridad a ningún caminante; pero el propietario se hallaba a la sazón en la finca, y sin duda los criados no se atrevieron a hacer lo que en el cortijo de San Isidro hicieron a nuestro regreso los del señor marqués de Iranzo con mil amores. Pasamos, pues la noche a la luna extremeña, que no bahía de ser la de Valencia la que allí nos alumbrara; y en pintoresco aduar o caravana, pues éramos diez las familias reunidas, y no bajarían de cincuenta o sesenta las personas, matamos el tiempo comparando la antigua hospitalidad con la moderna, y echando de menos las pobres pero limpias camas que encontrarían en el Rincón y en la venta así los cautivos de Argel como los mas infelices peregrinos que de Andalucía, viniesen. Consolábanos, sin embargo, el recuerdo de que la noche anterior había sucedido lo mismo a menor número de familias, e igual acontecería en las noches y años siguientes, si Dios no dispone otra cosa.

A dos leguas largas del Rincón empieza la sierra, en la garganta que ya hemos llamados Puertollano, donde se cambian los carruajes por asnos o mulos del país, que alquilan los vecinos de Guadalupe. El trayecto de la sierra para los que hayan viajado por el Pirineo y nuestras montañas del Norte, no ofrece las dificultades y los peligros que los extremeños ponderan mucho por estas acostumbrados a las grandes llanuras de la real dehesa de Serena, solo comparables a las sabanas americanas. En cambio tampoco presenta hermosas perspectivas, ni risueños paisajes, aunque es posible que por el camino de Talavera de la Reina suceda lo contrario, pues tienen cierta celebridad algunos sitios pintorescos que se encuentran pasado el Hospitalillo, otra hospedería que tenían los frailes para los peregrinos, por el lado de Castilla.

El monasterio permanece oculto entre las gargantas de la sierra, hasta que pasado el río del Lobo, que ha dado nombre a la comarca por un procedimiento etimológico medio latino y medio árabe, como la España de la Edad Media (Guadalupe, de guad, río, en arábigo, y lupus, lobo en latín, río del lobo) se llega al Martinete, donde se labraba el cobre por los usos del convento, artefacto que es hoy de propiedad particular. Aun así la vista del edificio resulta incompleta y nada tiene de notable; su acceso dificultoso y las calles primeras del pueblo, sobre toda ponderación ásperas y míseras, hacen temer un desengaño.

Pero al penetrar en la gran plaza del monasterio, cambia la decoración como por encanto; y si no lo bello, lo respetable y grandioso de su conjunto llaman desde luego la atención poderosamente.

Sobre una soberbia escalinata de 20 gradas, abierta al mediodía, álzase un atrio de 50 varas de longitud por 20 de latitud, todo piedra de grano, con sus balaustres salientes de orden ático, que siguen la misma ondulación del terreno. Al  fondo se presenta la fachada, que más parece de abadía bizantina que de monasterio gótico, sencilla y sólida como la de una fortaleza, franqueada por dos torres desiguales, que acaso no lo han sido en la antigüedad, una para el reloj de la villa y ora para las campanas. En el centro de la fachada se abren dos grandes pórticos del gótico más puro, cuyas puertas cautivan la atención agradable y a par dolorosamente; pues recubiertas de cobre repujado, que en fino relieve representan escenas de la vida de la Virgen, se hallan en su tercio inferior tan deterioradas que apenas es ya posible apreciar la belleza artística del conjunto.

El ingreso del templo sorprende más aún. Recuerda las criptas de las primitivas basílicas cristianas que la edad moderna ha copiado el santuario milagroso de Nuestra Señora de Lourdes. La capilla de Santa Ana, tendida de oriente a poniente como suave alfombra preparada por su amorosa madre para los delicados pies de María, es aquí la cripta y el portal del templo.

Parroquia de Guadalupe desde su fundación por Alonso de Velasco a Isabel de Cuadros, que están enterrados al lado del Evangelio, contiene esta capilla todos los servicios propios de su objeto, incluso coro y pila bautismal, que es también de cobre repujado. Produce singular efecto; algo semejante al que produce la catedral de Salamanca o la colegiata de San Vicente de Ávila. En esta última se presiente la proximidad de un sepulcro de abrumadora grandeza, que levanta a los muertos de su sepulcro.

En efecto, la bóveda chata de la parroquia, que con sorpresa del viajero, acostumbrado ya a las grandes líneas y los grandes horizontes le obliga a bajar los ojos como a pesar suyo, naturalmente los concreta y dirige al frente de la puerta de entrada, que es el lado del Evangelio de la capilla, donde por un arco rebajado de más levantía y de tanta extensión como el del Coro del Escorial, se deslumbran grandiosa  columnatas del interior, al cual se sube por una breve escalera de mármol oscuro. Dividida en un relleno tan notable, por su sencillez como por su belleza. La izquierda de este rellano o descanso lo ocupa un gran lienzo del nacimiento de Jesús y debajo una hermosa lápida de mármol negro, como de metro y medio de longitud por uno de altura, donde sencillísima inscripción revela estar enterrado el famoso jurisconsulto Gregorio López, glosador de las Partidas, natural que fue y corregidor de Guadalupe, nombrado por los frailes.

Al lado opuesto del arco y por bajo de sus impostas, una piedra que sirvió de primitiva peana a la Virgen y un Ángel de la guarda con una lámpara encendida, completan la decoración.

Tres naves figurando cruz y distintas en sus dimensiones, forman el templo. La central es la mayor, pues mide 180 pies, de longitud desde el zócalo del altar hasta el testero del coro, por 75 de altura, siendo la de la cúpula o media naranja de 105 pies. Las naves laterales sólo tienen 48 pies. La primera impresión que produce Guadalupe no es arrebatada ni deslumbradora, como la de otras iglesias célebres, sino mística y suave que harto bien percibe el espíritu la diferencia entre el devoto retiro de piadosos cenobitas y la amplia Catedral de las ciudades populosas, sin contar la no menor diferencia entre el poético culto de la Virgen Madre y el grandioso y terrorífico del Dios humanado; pero a medida que el éxtasis cede su puesto a la estética, las maravillas artísticas asaltan de tropel los ojos que vagan indecisos entre la arrogante cúpula, la esbelta verja superior, a caso a la famosísima de Toledo, las airosas columnas y el incomparable altar  mayor.
   

Capa pluvial rica, bordada por fray Jerónimo Audije de la Fuente, siglo XVII
con franja de Pedro López, siglo XVI

Apresurémonos a decir que casi todo lo que admira el viajero en Guadalupe es hecho allí mismo, parte por los frailes, especialmente las obras de cobre, como la verja, metal que abunda mucho en la comarca y sustituye al hierro para los principales usos de la vida, parte por artistas y artífices tan modestos que ni siquiera han transmitido su nombre a la posteridad en las crónicas del santuario. Bastábales  que la Virgen lo supiera. El arquitecto se llamaba simplemente Juan Alonso: pero sus numerables auxiliadores nadie sabe como se llamaron. Verdad es que lo mismo acontece con los grandes copistas e iluministas de manuscrito que produjo la escuela guadalupense, de los cuales no se encuentra otro rastro que los magníficos códices mutilados que conserva la Biblioteca Provincial de Cáceres, y alguno íntegro que de las garras de la desamortización ha recibido en natural herencia la amortización novísima para hacerlos hoy pagar a peso de oro a los bibliográfos; como tampoco se hallan noticias de los grandes médicos y cirujanos que asistieron el dignidad en los siglos XIV y XV ni otros datos de la imprenta establecida en los primero tiempos de esta invención maravillosa, que algunos ejemplares góticos, cuyo colofón revela haber llamado haber llamado el monasterio para enseñar a los frailes al famoso impresor de Valencia, Francisco Romano[7]. Más afortunado Monserrat, conserva la historia y hasta las cuentas copiadas por el P. Méndez en su Tipografía hispana, de análogo llamamiento echo al alemán Juan de Luxner para imprimir las Reglas de la Orden y las obras de San Buenaventura, de quien por cierto hizo también Guadalupe edición muy peregrina, en los primeros años de su imprenta.

No cabe en nuestro plan la descripción artística del monasterio, ni ya en este artículo otra cosa que apuntar a la ligera su fundación por Alfonso XI, a consecuencia de haberle conducido la Virgen a la victoria del Salado. Descubierta la imagen, como hemos dichos por un vaquero de Cáceres en 1322, existía ya una humilde capillita, servida por clérigos y por muchos milagros ilustrada, cuando en 1350 mandó aquel rey construir el actual edificio, entregándolo a la Orden de San Jerónimo. Todos los sucesores de don Alfonso hasta el último de la Casa de Austria, lo visitaron y lo enriquecieron, si bien Felipe II imitó y eclipsó en El Escorial a Guadalupe. Con Carlos II el Hechizado cierran las crónicas las visitas regias (circunstancia, entre paréntesis, que no se ha ocultado al espíritu murmurador de los extremeños que llevan la cuenta de sus viajes a los reyes posteriores para echarles en cara que no se acordaron de la Virgen.

Saliendo más arriba, hay que hacer una excepción en este punto como en todas las historias monárquicas de España, para aquella mujer incomparable a quien darán ahora, cristianamente pensando los ángeles del cielo, el mismo nombre de Madre que nuestros castellanos les daban en su día, como ella fue de la Virgen de Guadalupe, la hija más amante, la sierva más humilde, la más ferviente adoradora.

Destruido por la revolución, el palacio que edificó al lado del monasterio, arrojadas al viento las fincas y preseas que a granel sembró en aquel olvidado rincón de España todavía la sombra de Isabel la Católica llena los ámbitos de Guadalupe y todavía el 8 de septiembre se nos figuraba verla asistir a la festividad de la Virgen desde aquel magnífico balcón del oratorio real, que tan hermoso juego hace con su dorada reja y sus alfeizares de ricos dignidad, a la estatua orante y también dorada de Enrique IV, que en la misma pared del Evangelio tiene su sepultura. La de doña María de Aragón, primera mujer de don Juan II y madre del impotente Rey, ocupa con otro oratorio y el paso a la sacristía el lado de la Epístola, oscura y empinada la escalerilla por donde aquella mujer sublime acudía a consultar con la Virgen sus grandiosos pensamientos de Granada, el Nuevo Mundo y de la unidad nacional, inspira actualmente desdén y casi repugnancia a una generación cargada de miserias y vicios, que se cree grande porque ha dejado de ser cristiana y por consiguiente ha dejado de ser humilde.

Solo por vana curiosidad suben hoy algunas mujeres aquella escalera, haciendo remilgos y aspavientos”.



[1] ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo, “Guadalupe, devoción universal”, en Guadalupe de Extremadura: Dimensión Hispánica y proyección en el Nuevo Mundo. Madrid, 1993, pp.80-85.
[2] BARRANTES MORENO, Vicente, “Una visita al Monasterio de Guadalupe”, en Virgen y Mártir. Ntra. Sra. de Guadalupe. Recuerdos y añoranzas. Bajadajoz, 1895, pp. 51- 79.
[3] Historia de la Bibliografía Española, obra póstuma de don Antonio Hernández Morejón. Madrid, 1852.
[4] Sabido es que las famosas páginas descriptivas del raro libro Amenidades, floresta y recreo de la Vera de Plasencia, por don Gabriel Acedo de la Barrueza, son un plagió escandaloso de la Historia Universal de la Virgen de Guadalupe, que el P. Talavera imprimió en Toledo, en el siglo XVI. Lo hemos demostrado en varias partes, copiando los dos textos, y principalmente en nuestro Aparato para la Historia de Extremadura. Prueba de este plagio que la región más bella de España era por lo menos igual en frondosidad a Guadalupe.
[5] Por las Ordenanzas de Trujillo y su Tierra, que rigen en la comarca, tenían derecho los pobres a cortar leña para arados, ramón para bueyes, desmochar, no cortando ramas principal o cogolla, y con licencia de la justicia respectiva, leña y madera para carretas, fábricas y carbón, es decir, para los principales usos de la agricultura, de la industria y de la vida de los pueblos. Hoy ¿quién lo creería? El carbón y la caza escasean en Guadalupe y están tan relativamente caros como en Madrid.
[6] En un libro raro como importante, cuyo título no cabe en este momento aquí, escrito por fraile de Guadalupe atravilario y reformador, hallamos las siguientes noticias del Rincón, curiosas unas, y edificantes otras para nuestros tiempos.
La casa está cercada de toda la dehesa de Valdepalacios en que está la aldea y venta de su nombre, el criadero de los puercos, la quesera de Navalcarazo y Moheda-Escura, las Tejoneras y Majadillas de Casado, la casa de Arroyogordo, y más de 36 pedazos de pan llevar, las viñas y olivar de casa, un molino de aceite, un granero grande, un esquileo, lonja y encerradores, una gran bodega y un corral con su casa para criar gallinas.
Y la dehesa hace 8.000 ovejas, 400 vacas, 700 puercos, 1000 cabras, sin otras muchas casas que sustenta entre año. “Ay en esta casa un grandísimo olivar y dos muy buenas viñas... La mejor tierra que tiene toda la Extremadura. Es un olivar bien cuidado, una grande alhaja, y para coger 2000 arrobas de aceite un año con otro”. “Un  trabajo tiene esta casería (entre otros) muy penoso, que es la abundancia de huéspedes que a ella acuden de todos estados.... Gástase con ellos cuanto hay en la casa; y las mas veces la paciencia del Administrador...Son nuestras caserias posadas de quantos van y vienen con gastos excesivos...”
“Ordinariamente hay de diez y ocho a veinte hombres del trabajo, y además un casero, un cocinero, un hospedero, una gallinera, un cernedor, un hornero, un ovejero, un herrero, un hortelano, un colmenero, un molinero, y el que va y viene con la harina...., se gasta 360 fanegas de trigo, de 12 a 14000 reales, cien arrobas de aceite, 360 ovejas, sin el pescado, carne, hierro y otras cosas que van de casa, como vino, vinagre, queso, sal, etc., sin cuenta alguna, (y con gasto de) los rebaños y esquileos, 850 fanegas de trigo, 260 de centeno y 300 de cebada... Tiene... 24 podencos, que, con títulos de quatro pitanzas de conejos, se comen 80 fanegas de trigo, la uba de las viñas y llenan la casa de pulgas...
...Siendo Prior  fray Juan de Sevilla, se mandó hacer la casa del trigo sobre el trasquiladero, enfrente de la cisterna...Siendo Prior fray Sebastián de Ciudad-Real, año de 1568... se determinó hacer el molino... El año de 1571, siendo Prior fray Juan del Corral, se mandó hacer la iglesia y capilla decente para San Bonifacio, respecto de haberle tomado por abogado del Rincón... celebró el prelado la primera misa, y se dio mucha limosna, y juntamente se predicó....
Este rarísimo libro , que aunque impreso, no debió circular por sus extravagancias y sus mezquinos planes de ahorro y economía, se titula Instrucción de un pasajero para no errar el camino. Escrita para consuelo de los que caminan desde la primera entrada hasta la última salida. Dedícala su autor a la Santa y Real Casa de Nuestra Señora de Guadalupe. En Madrid, por Diego Martínez Abad, año 1697, en cuarto de 500 páginas.
Es anónima y de estilo corrupto, pero obra indudablemente de un fraile de campanillas, a juzgar por los preliminares. Los economistas invalidan ya los conventos con su pueril y peligroso arbitrismo.
[7] Véase en nuestras Narraciones extremeñas, Tomo II, la que lleva por título “La imprenta en Extremadura”. Por cierto que aquel trabajo es ya incompleto, pues encontrada la impresión de Coria del siglo X, que insinuó el P. Minestrier, justifícanse hoy casi todas muestra sospechosas a cerca de los incunables extremeños y de los maestros desconocido que enseñado el arte de imprimir a Vasco Díaz Tanco.
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CAMINO DEL OESTE

LEÓN GUERRA, Felipe[1]
Sierra de Fuentes (Cáceres) a Guadalupe, en 1815.
Badajoz, 1895

“Una de las grandes cordilleras de España es la llamada Oretana, y que debía denominarse Ana-Tagana, por cuanto divide en su mayor parte las aguas del Guadiana y Tajo, y el sistema de las grandes cordilleras es el de los grandes ríos cuyas cuencas forman, debiendo por lo tanto tomar aquellas el nombre de éstas, si el mismo ha de ser racional y decir algo. Tiene principio esta cordillera en los Argarves, y camina con dirección N., hasta que, entrando en España, tuerce hacia el E., para perderse en las montañas de Cuenca pero más al S., que el Tajo lo hace.
Esta cordillera no es tan alta y ancha como su casi paralela al N., que separa las aguas del Tajo y Duero, sino que prontamente se atraviesa y casi siempre se eleva poco, a no ser en algunos puntos, como sucede en Aliseda, Alcúescar, Montanchez, Santa Cruz de la Sierra y principalmente en Guadalupe, donde he visto en esta cordillera la sierra más alta y gruesa, descubriéndose desde muchas leguas de distancia por su mole, y por no ocultarla ninguna otra, pareciendo no como parte de una cadena de éstas, sino una sierra sola. Nacen de la misma, nombrada también Villuercas, cuatro ríos, dos tributarios del Tajo, a saber: el Ibor y el Almonte, que entra en el Tajo en Alconétar y otos dos, que van al Guadiana, que son el Rueca y el Guadalupejo, que corre cerca de Guadalupe.
Yo siempre he ido a esta villa desde mi pueblo (Sierra de Fuentes), que es tierra de Cáceres, perteneciente a la cuenca del Tajo, y he entrado en la del Guadiana, en la que Guadalupe se halla por Santa Cruz de la Sierra, lentamente y sin sentir por no haber sierra que atravesar para ello, sino un cerro y no alto, ¿qué confusión la mía, cuando en 1815 vi llevar los arroyos allí dirección opuesta a la de los que hasta entonces había visto? ¿Y con que afán pedí a mi padre que Dios haya que conmigo iba explicación de aquello; y que satisfecho quedé reviviéndola y comprendiendo la causa de semejante anomalía?

Ermita de San Blas. S. XVI

Desde Santa Cruz se va caminando al E., por Zorita a Logrosán, cabeza del Partido a que Guadalupe corresponde y dos leguas más allá a Cañamero, que está a la margen del Ruecas, y a la entrada de la Sierra. Entre Logrosán y Cañamero también vi en el camino y recogí en 1815 piedras de fosforita para verla cómo levanta la llama verde, echándola en la oscuridad sobre las brasas.

El camino hasta allí llano, comienza en Cañamero a subir por la orillas derecha del Rueca, no áspero sino apacible, perenne, cristalino, sembrados de guijarros blanquísimos y sombreado por sauces, fresnos, robles, y otros árboles y arbustos. Pasado el río, la cuesta se aviva, se pasa por entre una multitud de peñascos desprendidos y rodados que llaman el Melonar de los frailes, se deja después a la derecha o al S., una enorme hondonada en la tierra que nombra la media fanega, y por fin se descubre otra cuenca grande a la izquierda, abierta al E., y allá abajo en su remota profundidad el convento y villa de Guadalupe.

Como refiere de los que van a Jerusalén que al divisar esta ciudad todos instintivamente gritan: Jerusalén, Jerusalén, aquí todos al descubrir a Guadalupe, se apean de sus caballerías, y de rodillas rezan a veces y con lágrimas una salve a la Santísima Virgen. Maravilla ver un edificio tan grande que parece una montaña, y la multitud de sus chapiteles con tejas relucientes, de colores, y de sus torres y de sus balcones y ventanas, todo con la mayor variedad, porque aquel convento no era un edificio de planta, ideado y levantado simétricamente de una vez, sino construido por partes, según eran las necesidades y facultades de la casa, sin seguir un plan fijo, ni ligar convenientemente lo hecho con lo que se iba a hacer.

Desde Cañamero hasta donde se descubre Guadalupe, hay una legua, y desde allí a esta villa es preciso bajar otra de cuesta, sin descanso hasta uno pequeño, como a la mitad se halla una ermita dedicada a Santa Catalina. Acabando de bajar se cruza el Guadalupejo por un puentecillo y caminando ya al N., a poco se entra con pequeña cuesta en Guadalupe.

Consta éste de cosa de seiscientos vecinos, rodea por SE., al convento, abunda en fuentes como pueblo de sierra y no obstante esto no deja de ser llano. Su plaza rodeada de portales, y con una fuente de cuatro caños en medio, afecta  la figura de un triángulo, y enfrente de su base tiene al N., la fachada S. de la iglesia de Nuestra Señora.

Principian allí unas gradas grandes que tiene a poco un descanso, y vuelven luego a subir para acabar en una gran explanada o atrio, cerrado de una balaustrada de granito, como todo aquello, y con pocas escaleras, a la derecha o E., por no necesitarlas otra entrada, que tiene en aquel lado, a causa de la elevación por allí del terreno, y ninguna a la izquierda u O., por cerrar aquella banda la portería y otras partes del convento. Desde este atrio hay que subir algunos escalones para llegar al portado de la iglesia que es grande y dividido en la mitad por un poste, hallándose sus puertas cubiertas de planchas de bronces con basiliscos y otras figuras de bajo relieve.


Puertas de bronce de la Real Basílica de Guadalupe,
labradas por Pablo de Colonia, siglo XV.

Inmediatamente se encuentra un vestíbulo o capilla larga y angosta, que corre de O., a E., y en esta última parte tiene un altar consagrado a Santa Ana, cerrado con su reja, y en toda sus paredes muchos clavos donde colocaban los trofeos de los milagros de la Virgen. Atravesando esta capilla por la mitad, según su longitud se suben unas cuantas escaleras, debajo de un arco bastante llano, donde están las pilas de agua bendita, y detrás de una rejilla una piedra blanca, sobre la que dicen se apareció Nuestra Señora, que se toca también con los dedos para santiguarse y se entra por fin en el cuerpo de la iglesia, que es extensa de tres naves, con bóveda adornada con rosetones y filetes dorados, y un balcón de hierro al arranque de ésta para todo su rededor, y con pavimento de losa de mármol azul y blanco alternadas y una reja de hierro que la cierra toda de S. a  N., antes de acabarse las dos naves laterales y que deja sólo afuera los confesionarios y púlpitos.
Al extremo E., de cada una de estas dos naves, hay un altar mirando al O., uno dedicado a Santiago y otro a San Pedro, si mal no me acuerdo, y al de la central que es mas largo todo lo que coge la capilla mayor que esta prolongación forma, está sobre una hermosa media naranja el mayor, en que se halla la Santísima Virgen en un nicho o tabernáculo, que antes de la guerra de Napoleón era todo de plata. La efigie de Nuestra Señora es graciosa, más bien baja que alta y bastante morena.

Por toda la anchura de la capilla mayor comienza desde luego unas cuantas gradas de mármol, que terminan en un gran descanso para volver a subir otras mas, y acabar en el altar mayor de la Virgen. A cada lado de éste hay un corredor de hierro con los atriles para cantar la Epístola y el Evangelio y colocar una docena de ciriales en las fiestas, que también eran de plata, antes de la dicha guerra y hubo una tribuna en la pared, según entendí para los reyes y príncipes que allí acudían.

Al lado derecho sale desde el referido descanso una puerta, que va a la sacristía por la capilla de Santa Paula. Otra puerta se abre paralela a ésta en la nave S., del templo, entre la pared de ésta y el altar que se ha dicho existe allí, correspondiendo a otra que hay en la nave N., entre la pared y el altar de la misma y que conduce a una capilla, creo que dedicada a San Gregorio y oficinas nadas notables.

Capilla de San José. Relicario del Santuario. S. XVII

La capilla de Santa Paula tiene enfrente, bajo una cúpula dos altares, y entre ellos la puerta de las reliquias, redonda con media naranja y donde conservan muchas y muy preciosas en relicarios y coronas sobre lindos estantes. En la primera de estas capillas se pone en monumento en la Semana Santa. A la derecha de la misma, está la hermosa puerta de jaspe del Camarín de Nuestra Señora y al opuesto otra igual, no se si por guardar correspondencia o por tener un San Jerónimo que sale de procesión el día de su fiesta, según me dijeron.

El Camarín es una pieza preciosa. Se sube a él por una escalera de jaspe, ancha, clara, llana y alegre, con balaustrada de bronce dorado y adornada de buenos cuadros y se entra en su cuerpo, que es como una rotonda, con su cúpula y lindas estatuas de las mujeres célebres del Antiguo Testamento y otros mil adornos y mucha luz que da ingreso por un corto pasillo al sitio correspondiente al altar mayor, donde está siempre la Virgen, y se ve desde dentro de su templo.

Debajo del camarín, y con entrada también por la capilla de Santa Paula, se halla el panteón, que es una habitación redonda, de bóveda, baja, de mármol negro y con siete altares, y enfrente de su entrada, y precisamente debajo de los pies de la Santísima Virgen, se ve una urna sepulcral con su epitafio.


Desde el Camarín se pasa a otra pieza, llamada el Tesoro de Nuestra Señora, donde se conserva sus alhajas de oro y piedras preciosas, que aún después de saqueada una vez, todavía era riquísimo en mi tiempo, y que ya no sé como está, aunque me lo figuro; y también sus vestido, extendidos en grandes cajones, entre los que se distinguían dos que le ponían alternativamente el día de su fiesta, uno todo cubierto de aljófar y otro de oro, y ambos de gamuza, según oí , porque non podía soportar aquello ninguna tela.

Paralela a la capilla de Santa Paula está la sacristía, que es más moderna, y la mejor pieza del convento. En el techo de la portería vi colgado con una cadena de hiero un hueso enorme, que decían había salido al abrirse los cimientos de esa oficina. Es la misma cuadrilonga, capaz, clara, y adornada de bellísimos frescos en el trecho, y en las paredes cuadros de Zurbarán, y con diez y seis arcos en las mismas, que era el número de altares en que se decían misa, con los rótulos de sus nombres, y con el recado encima de sus cajones cada día, para que el sacerdote que quisiera celebrar en cualquier altar, se encontrase allí su vestuario, se lo pusiera  y fuese a su destino, donde de seguro encontraría acólito y demás que para el caso se requiere. Se comprende cuanto ornamento sagrado habría, y no es esto sólo, sino su mérito y el valor de algunos, no sabiendo cómo el padre Prior podía llevar sobre sus hombros el día de Nuestra Señora y otros, la capa especialmente, según el oro de que estaba cargada.

Había en la sacristía una oficina de cosedores y bordadores, continuamente ocupados del cuidado, composición, y reposición de las sagradas vestiduras. Uno de los frontales del altar mayor oí que valía no sé si millón y medio o medio millón, lo que aún cuando sea lo último  es una cosa admirable. En el testero de la sacristía hay un altar consagrado a San Jerónimo, con su estatua de penitente, y a los lados dos grandes cuadros representando sus tentaciones y asimismo colgando del techo la farola de la capitana turca en el Lepanto, regalo de don Juan de Austria.

En la antesacristía hay una pila larga de jaspe gris con varios grifos de bronce, que dan agua para lavarse las manos los que van a celebrar, que además tiene allí paños en que enjugarse. El culto no podía ser más espléndido.

En las primeras fiestas llamadas priorales, porque el Prior celebraba en ella la Misa mayor, era de ver ésta. Iban delante doce muchachos en dos filas, vestidos de dalmáticas y con sus ciriales, detrás dos frailes con sus roquetes blancos y un incensario y una naveta en la mano, luego otro fraile de maestro de ceremonia, con capa y en la mano un puntero de plata con cordón de seda y por fin los dos acólitos y el celebrante con los ricos vestidos dichos, y en esta forma todos, desde la primera grada del altar mayor, subían reposadamente a este, con riqueza adornado, donde se celebraba enseguida el sacrificio con la mayor solemnidad cantando una orquesta buena y un coro numeroso y maestro.

A la parte posterior del templo u O. se halla un coro sobre bóveda, grande y con dos órdenes de sillas, altas y bajas, para unos setenta u ochenta frailes que solía haber, de buena madera, con adornos y santos, un grandísimo facistol de metal en medio, una balaustrada de lo mismo cayendo para la iglesia, pavimentos de mármoles y dos órganos al frente arriba y otros dos abajo. Los libros de coro eran muchos, grandes y ricos, como el coro era la principal ocupación de aquellos frailes, todos eran grandes cantollanistas, y teniendo muchas buenas voces daba gusto oírlos cantar siempre. Además era de ver el orden que tenían en levantarse y sentarse, y acercarse y retirarse del facistol. Uno de ellos era maestro de coro o sochantre; pero en las grandes festividades se ponían  cuatro frailes con sus capas de coro y cetros o varas altas de plata, en medio, en sus banquillos a guiar el coro. En las mismas había también música, por los frailes que servían para ello, bocal e instrumental, los muchachos que enseñaban los mismos y algunos vecinos que en esa edad habían aprendido y por afición o pago se presentaban a ello. Tenían sus instrumentos, y su maestro de capilla, y su archivo con buenas obras, las más de los frailes, entre las que sobresalían las de un Fray José (Manuel) del Pilar y un fray Manuel de Barcelona, especialmente las del primero, al menos para mi gusto. El maestro de capilla que había en mi tiempo, y con quien aprendí el solfeo era fray Carlos de Salamanca, hermano del de aquella catedral, el célebre Sr. Yagüe (¿Doyagüe?), compositor como él, alto, delgado, de voz altiplana, buen pianista, con afición y habilidad para enseñar.

El coro tiene comunicación con la sacristía, y su sacristía particular, que viene a caer enfrente del altar de Santa Ana y es como su coro. En el balcón que se ha dicho hay alrededor de la iglesia por adentro referían que antes había tantas lámparas de plata, siempre ardiendo como días tiene el año, pero en mi tiempo sólo había unas pocas y eso de hoja de lata. En la nave S., dentro de la reja se abre una puerta grande que da al claustro principal del convento, llamado de las procesiones, porque iban por él éstas. El lienzo primero, se llamaba de los priores, por cuanto se enterraban en él los que se morían siéndolo, algunos de los cuales tenían encima losa de mármol con sus epitafios: El segundo o el del N., tiene varias capillas, y en algunas recuerdo haber visto también sepulturas, con losas y letras encima: el tercero era el más arrimado al refectorio; y el cuarto o del S., servía para enterramiento de los frailes, en el ángulo SO., había una capilla dedicada a San Martín, donde se conservaban entre  cristales los hábitos de un fraile jerónimo, no se sí de aquella o de otra casa y a la entrada de un callejón que conducía a la portería del convento, que terminaba en la puerta S. del coro, debiéndola hacerla en la N., hacia donde se hallaban los libros del coro.

Los arcos del patio son calados, y en su medio se veía una fábrica de varios cuerpos cubiertos de azulejos que antes arrojaban, según decían durante la procesión de Nuestra Señora, copiosa agua por multitud de caños. En mi tiempo, solo había en este patio dos fuentes vulgares, para el uso del convento. Nuestra Señora no sale más que de procesión por allí, el día de su fiesta,  habiéndose solo asomado en las grandes calamidades a la puerta de su templo. Siempre va en un carro triunfal, ricamente vestido, sin que se vea a los que les hacen andar y con un fraile con capa de coro a cada ángulo, es imposible verla pasar sin conmoverse y compungirse, aún no teniendo fe.

La víspera de su fiesta, que es el 8 de septiembre bajan por la mañana a la Santísima Imagen del Camarín y la colocan en el gran descanso, que se ha dicho hay en las gradas del altar mayor, debajo de una rica techumbre de telas, sostenidas sobre cuatro columnas que llaman la cámara de la mora y con un altar delante donde se dice la misa mayor, aquel día en cuyo sitio permanece la Virgen cuarenta y ocho horas. El bajarla y subirla es con mucha fiesta y música. Allí unos muchachos de manto y roquete tocan con cañas de plata a la Virgen sus estampas en papel o seda, sus medallas de plata o bronce y sus medidas en galón de sedas de todos los colores, que les entregan al efecto los fieles, que las compran en una oficina del convento, donde hay cuidado de que no falte entonces.

Concurría a esta festividad tanta gente, que en mi época, aun pasada la guerra de los franceses, que sufrió la fe mucho, todavía hasta en mi pueblo, que dista de allí dieciséis leguas, se notaba la gran afluencia de romeros a Guadalupe, pareciendo cerca de esta villa sus caminos como los hormigueros.

Otro patio en el convento al N. de éste, llamado de la Botica, porque en el estaba la de la comunidad y del pueblo, más nuevo y más regular en la situación de las celdas, pues en el otro, aunque las hay buenas, están en desorden por aquí y por allí, ya más arriba, ya más abajo, en callejones mas o menos estrechos y oscuros y a los que se llega por escaleras estrechas, empinadas y distribuidas sin concierto, que hacen de aquella parte del convento un laberinto capaz de cansar no solo la inteligencia sino la robustez de aquellos frailes, acostumbrados a ellos, y ni está convenientemente ligado este patio al anterior por ninguna parte, por escaleras buenas y bien situadas, ni pasadizos con estas condiciones, sino de cualquier manera y ninguna buena. El pavimento de este patio era de granito y debajo tenía una grandísima cisterna que llenaban por el invierno de agua, dirigiendo allí de noche la de las infinitas fuentes del convento, con lo que se veía este abastecimiento de agua de nieve, sacada por un grifo a nivel de su fundo fácilmente, merced a la desigualdad del terreno. Me han dicho que no quedan ya ni cimientos de este patio.

Claustro Mudéjar o de Los Milagros. Ala sur. S. XIV

Este patio de las procesiones se llamaba también de los milagros, por los que llenaban las paredes pintadas en grandes cuadros, con sus leyendas, yo creo que no buenos, pero que me atraían tanto que tenía que pasar por allí siempre corriendo y si miraba algo, ya me detenía repasando aquello largas horas. Otra cosa sucedía en el lienzo S. de este patio, que no puedo olvidar a saber: el entierro de algún fraile, que allí se verificaba.
Todos los frailes con sus mantos negros y una vela amarilla encendida en la mano estaban en dos filas, cantando el oficio de difuntos y el muerto amortajado con su hábito se hallaba en unas andas al pie de una fosa allí abierta. A su tiempo dos novicios le depositaban en ella y le envolvían de tierra, entre las lágrimas de sus hermanos, el canto del Benedictus, el son de la música del modo más lúgubre y el doblar triste y pausado de doce campanas que sonaban allí mismo.

Entre este y el anterior se encontraba el lugar común, decente y con muchas celdillas con puerta, como correspondía para tanta gente y sobre un lago formado por el agua que no se consumía en el convento, el cual de cuando en cuando se desaguaba, yendo a parar a los estanques de las huertas.

Claustro de la mayordomía. Restaurado

Otro patiecito tenía esta casa, llamado de la mayordomía al nivel del atrio de la iglesia y de la portería del convento, por donde se entraba en él, a cuyo O., se hallaba la extensa y magnífica sala capitular, y a los demás lados diversas oficinas, y debajo de la mayordomía, a nivel y con puerta a la plaza de la villa.

Esta casa reducida algún tiempo a una ermita fue erigida en capilla real por Alfonso XI y entregada por Juan I a los frailes de San Jerónimo que hicieron de ella un convento. Era su comunidad rica, como todas las de esta Orden y numerosa, componiéndose de sesenta a ochenta individuos, aunque nunca se juntaban todos, por estar ocupados en bastantes cargos y administraciones. Su atención principal era el culto de Nuestra Señora y el coro que absorbía casi todo su tiempo. A media noche tenían los maitines y laudes, por las tardes las vísperas y al oscurecer las completas por manera que siempre estaban las campanas llamando a coro, en el cual además nada era rezado ni semitonado, sino cantado todo, y con solemnidad y pausa.

Comían a las once y a las seis de la tarde en un grandísimo refectorio, a puerta cerrada y los frailes solos, sirviendo a los mismos sus novicios o más modernos, que recibían y volvían los platos a los cocineros por una ventana que daba a la cocina. Les servían en la comida un tazón de caldo sustancioso y bien sazonado de un cocido de garbanzos, bastante carne buena y su correspondiente tocino, entre magro y gordo y una buena ración después de dicho cocido, un postre además abundante y por fin vino, cuanto cada uno quería, recién sacado de la bodega que estaba debajo, y en cierto día también una abundante y buen principio y otros postres más o el mismo doble.

La cena, o segunda comida, era una ensalada o gazpacho, guisado de carne, vino a discreción y postre. El pan yo no sé si eran cinco o seis cuarterones al día, de flor de harina.

En resumen, la alimentación era buena, y con ella podían conservarse fuertes para sus fatigas los frailes. Para esto, y demás necesidades del convento, tenía éste sin contar sus grandes ganaderías, dehesas y otros bienes, por varias partes, al pie y dentro de su misma casa mil conveniencias.

Debajo del refectorio ya se ha dicho que tenía una gran y excelente bodega para surtir la cual tenía también rodeando al convento dos suertes de viñas, cuya sola poda le costó al que la comprara 800 reales, según me dijo un hermano suyo. Además, dentro de la cerca alta que rodeaba, menos por el S., el convento había dos grandes huertas, una panadería, una casa amplísima o almacén de trigo con muchas gallinas para aprovechar las grancias, una cerería, una sastrería, una zapatería, almacén de maderas aserradas y enteras, una acemilería para las excelentes mulas de paso y sus monturas, que siempre tenía la comunidad y por fin, una carnicería donde todos los días se mataban siete u ocho carneros o machos, de los que los frailes no comían las faldas, costillas, patas, cabeza, ni nada del interior, o alguna vaca en sustitución de estas reses menores; donde se mataban y conservaban los cerdos que necesitaban, y que el año que yo vi fueron 150 de ocho a diez arrobas, enteros, pues allí no hacían embutidos ni más que abrir y salar los cerdos y donde iba a parar el queso, la miel y el aceite que era muchísimo.

Había una fábrica de jabón, otra de velas de sebo, otra de esparto y un almacén de sal. El día de las fiestas acudían allí las gentes a que les dieran miel de una tinaja, que decían que había manado una vez por milagro.

Fuera de esta cerca todavía tenían los frailes una tenería, otras huertas, grandísimos olivares, lagar de aceite, pinos, castaños y un batán en el río, un martinete de cobre, una sierra de agua, un molino harinero con tres piedras y su represa hermosísima, en la villa creo también poseían bastantes casas y algo de jurisdicción señorial el prior, que cuando menos en lo eclesiástico daba dimisorias, y castigaba los clérigos seculares. Dependían de la comunidad que estaba a su servicio gran parte de la población, que le debía su existencia y que es como todas las de sierra, de muchas aguas, árboles y frutas de las que son excelentes las cerezas y castañas. En el convento hay bastantes naranjos y limones en las huertas de la botica, de la hospedería y algunas celdas.

Tenían los frailes un palacio para recibir a los reyes y demás personajes, y un hospital para hombres y otro para mujeres, y un colegio donde enseñaban latín a todos, principalmente colegiales y otros que allí eran mantenidos, y servían en la iglesia del convento, y en la de la villa o nueva, que ya no existe, con dos frailes que residían en el colegio y hacían de cura por delegación del Prior.

D. José Salamanca entiendo que es ya el amo del colegio y de la Granja de Mirabel, que se veía desde el convento y donde iban los frailes por turno en el verano, por semanas de descanso y recreo. Se iba a ella por Santa Catalina o río arriba, pues está en su margen. Es un palacio con un corral primero, donde están a la derecha las cuadras, y subiendo unas escaleras otro con una capilla, dedicada a Santa María Magdalena, donde hay un Santo Cristo muy famoso, y a la izquierda un gran estanque, con un león sobre una columna en medio echando agua por boca y ojos, y un paseo alrededor y por fin las viviendas de los frailes y criados y el refectorio y cocina rodeando un patio entoldado con un saltador en medio. En frente de la granja hay un paseo a NE., hasta el fin de la meseta en que está situada y cuya raíz baña el río, donde había una cruz de piedra y asientos, y otro paseo más largo hasta Santa Catalina, igualmente llano y cubierto de árboles, como la granja y todos sus contornos. Otra granja tenía la comunidad de primavera, llamada Miraflores, a la que se iba río abajo desde el Martinete hasta la sierra agua, donde comenzaba el camino al SE., sin acostear una sierrezuela, que pasada, daba asiento, a su pie todavía, a la granja, cuya entrada es un llano poblado de encinas, cuyo fin no alcanza la vista. Yo estuve en ambas granjas, en el río Ibor con mi patrón a pescar truchas. Cerca de la sierra de agua había un pozo de nieve sin uso, en lo alto de las Villuercas hoy había otros en el mismo estado.

Tenía por fin, el convento, una gran librería con un globo terráqueo grande y una maquina eléctrica, que ha desaparecido para trasladarla a Cáceres, donde está los libros que no se perdieron por el camino en el suelo amontonados, sin estantes, sin índices, sin inventarios, sin bibliotecario y sin que puedan servir más que a los ratones. 

La cuenca del Guadiana suelta sus aguas por E., en el Guadalupejo, que las recoge todas y está abierta hacia aquel lado, y cerradas de altísimas sierras, especialmente al O. Caminos de herradura, mejores o peores, bajan de todas partes allí, pero sólo por la ermita de San Blas, que está al SE., pueden entrar carros por un sitio llamado Puerto Llano, que no he visto. Por aquí acaso habrán venido a Guadalupe los Reyes, que lo han  visitado, como Alfonso XI, los Católicos y Felipe II con don Sebastián de Portugal, sin contar la corte de Fernando V, cuando éste murió cuatro leguas de allí, en una casa de campo de esta comunidad, y según entendí el hijo de Carlos III, padre del cardenal de Borbón y arzobispo de Toledo que estuvo algún tiempo.
Esto es cuanto recuerdo de aquel santuario y villa, donde estuve desde los ocho a los diez años de mi vida, completando mi instrucción aprendiendo algo de música, mientras tenía edad para entrar edad en el colegio de Cáceres. Mi pasión por la Santísima Virgen y aquellos lugares, y placer que siempre he sentido con su memoria, han contribuido sin duda a que haya estado renovando ésta a menudo y que la haya conservado tanto y con tan fidelidad, si no me engaño.

No me detendré, por no ser del caso, en la historia de la Imagen de Nuestra Señora, obra de San Lucas, llevada desde Constantinopla a Roma, de aquí a Sevilla y cuyo clero la trajo, cuando la irrupción de los moros, a esconder a estas sierras, donde permaneció oculta 600 años, hasta que tuvo a bien a parecerse a un vaquero, que guardaba allí su ganado, natural de Cáceres, llamado Gil Cordero y después Gil de Santa María y diciéndole el sitio de su deposito, donde quería permanecer y fue en su consecuencia el hallazgo con su correspondiente auténtica y establecida en una casa, cuyas virtudes he manifestado.
Y por lo tanto ocuparé lo que resta de este papel, trasladando los letreros de los cuadros de Zurbarán que hay en aquella Sacristía, con la traducción que he hecho don Benito Díaz, actual párroco de aquella iglesia y los demás títulos que existen en la misma, que el expresado señor ha mandado igualmente los que he visto en la obra de Antigüedades Romanas de España, del Licenciado Juan Alonso Franco y composicioncilla que me he atrevido a dirigir a Nuestra Señora”.


Museo de Pinturas y Esculturas Antiguas,
Antigua Ropería monástica. Siglo XV.





[1] LEÓN GUERRA, Felipe, “Guadalupe en 1815”, en Virgen y Mártir Ntra. Sra. de Guadalupe. Recuerdos y añoranzas. Badajoz, 1895.
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CAMINO DEL ESTE

El CAMINO DEL ESTE

ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo[1]
Ruta de Ciudad Real y Valencia
Madrid, 1993

“De otra parte, fueron muy numerosos los romeros que procedían del Levante español donde Valencia era puerto obligado de desembarco para las gentes que llegaban de Italia y de otras tierras orientales y tan importante fue esta ruta que el valenciano Pero Juan Villuga la destacaba, en 1546, como uno de los principales y frecuentados caminos de España, con 86 leguas y media de recorrido, pasando por Cuart, Chiva, Requena, Montilla, Mota del Cuervo, Tembleque, Toledo, Cebolla, Talavera y Puente del Arzobispo. Sin duda, este recorrido hasta Guadalupe, hízolo muy a finales del siglo XV, el ilustre dominico San Vicente Ferrer. Y por aquí fue a Valencia, en 1531, el guadalupense Francisco Díaz Romano, que en la capital del Turia aprendió el arte de editar libros y en 1539 era impresor oficial de aquella ciudad, regresando, poco después a su puebla con los tórculos y estableciendo en Guadalupe la 25ª imprenta de España y la primera de Extremadura, por Diego de Cabranes (1543); Fórmula Novitiorum, de San Buenaventura (1546); Ordenança con su glosa...hecha por el muy reuerendo Señor prior fray Hernando de Sevilla (1547)[2] .
En la ruta de Valencia a Guadalupe estaba Toledo. Visigoda, árabe desde el 712, conquistada por Alfonso VI en 1805, fue la mejor expresión de convivencia entre cristianos, judíos, moros y mozárabes. De otra parte enclavado Guadalupe en su demarcación eclesiástica, la historia del santuario extremeño se desarrolló en conexión íntima con Toledo, a cuya mitra pertenecieron los primeros priores seculares y cuya impronta quedaría inequívocamente marcada en la arquitectura guadalupense, con el mudéjar y el ladrillo como estilo material característicos y con los nombres de Egas y Guas como símbolo de una estirpe de artistas, toledanos o enraizados en la ciudad del Tajo. Generalmente, desde Toledo se venía a Guadalupe por Talavera y Puente del Arzobispo, pero tampoco era infrecuente el camino romero por Espinoso del Rey, Puerto de San Vicente y Alía. Derrotero este último que, a su regreso del santuario extremeño, siguió Teresa de Jesús para volver a Ávila, aunque no llegó hasta Toledo sino que, desviándose hasta Torrijo, subió por Escalona y San Martín de Valdeiglesias. Ruta la de Toledo a Guadalupe que también destacaría Villuga en su curioso Repertorio, como muy frecuentada en el siglo XVI.


Claustro Gótico, Siglo XVI.
Antigua Enfermería y Botica. Actualmente Hospedería del Real Monasterio

JIMÉNEZ GARCÍA, Ángel [3]
El Camino de Peregrinación Porzuna-Guadalupe
Guadalupe, 2002.

“La historia y labor, que durante cincuenta y siete años viene realizando la expedición de peregrinos de Porzuna, denominada Expedición Calabaza, que se organiza anualmente en esta localidad por el grupo de amigos y amigas de Guadalupe, para ir en peregrinación andando durante cinco días para recorrer ciento sesenta kilómetros, que separan Porzuna del Monasterio de Guadalupe.

Desde el año 1945, por primera vez, proyectaron ir a Guadalupe para conocer a la Virgen los hermanos de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz de Porzuna, y por no saber el camino, fueron en un camión pequeño y en mal estado de conservación, unas veinte personas, hermanos del Cristo, para  a la vez cumplir sus promesas, que habían hecho a la Virgen de Guadalupe.

Estas personas viajaron en la caja del camión, dándoles el aire y sin protección alguna: pues se permitía el transporte de personas en estas condiciones, sin seguridad por no haber otros medios de transporte.

Se fueron por varias carreteras y caminos de las provincias de Ciudad Real, Toledo y Cáceres, con muchas curvas y sin asfaltar, por lo que no se quedaron conformes con el viaje, por resultarles muy caro e incómodo.
En el año 1946, decidieron hacer el camino andando en peregrinación. El día 2 de septiembre, emprendieron su marcha a pie unas veinticinco personas, hermanas del Cristo de Porzuna y, por no saber el camino tardaron más tiempo del necesario y llegaron a Guadalupe sin novedad.

Como quedaron contento y satisfecho con el viaje, decidieron hacer el camino andando todos los años, desde Porzuna a Guadalupe para visitar a la Virgen. El camino que emprendieron la mayoría de él era por sendas de ganado y de caza, entre el monte y saltando sierras, hasta que fueron descubriendo nuevos itinerarios, mejores e ir mas rectos. En el Pantano del Cíjara no había paso por puente y tenían que cruzarlo en una barcaza que había para este fin, abonando un canon por este servicio. El equipo que llevaban consistía en una mochila o zurrón donde llevaban su comida, un trozo de pan, algo de queso y algunas latillas de conserva de sardinas; así como una cantimplora para el agua, una manta para dormir en el suelo, donde les cogía en suelo y una garrota para apoyarse.

El agua que se suministraba de los pozos y arroyos de la ruta que se les calentaba por no conocerse el hielo artificial todavía por esta zona.

La comida la iban comprando por el camino o se la facilitaban en las casas de labor o los ganaderos de la ruta, pasando toda clase de necesidades y calamidades que se puede imaginar, pero iban contentos todo el camino.

El promotor principal de esta peregrinación fue don Basilio Gómez Salgado (ya difunto); pues era el que animaba a todos y estuvo yendo a Guadalupe andando hasta la edad de setenta y nueve años, en unión de otros hermanos de Cristo de su misma edad, hasta que ya no pudieron seguir yendo por motivos de enfermedad, vejez u otras causas ajenas a su voluntad.

A los primeros organizadores de estas peregrinaciones les sucedieron sus hijos y otras personas que ya aprendieron el camino. A estas personas se iban agregando cada año más personas de Porzuna y nunca ha disminuido hasta la presente que se asiste a ella unas cincuenta personas.

En los primeros años, como no tenían otros medios de transportes, por donde iban andando tenían que volver otra vez andando desde Guadalupe a Porzuna. Todos hacían el camino con gran ilusión, pues no se tomaban otras vacaciones durante el año, nada más que éstas. Pues todos estaban esperando a que llegaran el mes de septiembre para poder volver otra vez y visitar a la Virgen y cumplir sus promesas.

Varias personas hacían sus promesas de hacer el camino de ida descalzos y así lo hacían por malos caminos y veredas por donde caminaban. Otras personas hacían sus promesas de ir solamente con pan y agua, no pudiendo comer ni beber otra cosa que no fuera eso. Otras personas las hacían ir sin merienda ni comida, teniendo que ir pidiendo limosnas por el camino, no pudiendo aceptar nada que se les ofreciera, ni comida ni dinero, pues lo tenían que pedir ellos porque así lo habían ofrecido...

En todas las peregrinaciones desde los primeros tiempos se pasan muchas aventuras y anécdotas todos los años. Las más usuales que todos los años pasan aunque parezca imposible son que como en el camino desde Porzuna a Guadalupe se tarda en recorrer cinco días con cuatro noches durmiendo en el suelo como siempre y  en malas condiciones pues el primer día el camino es el peor de todos, pues salen muchas ampollas en los pies, les duelen las piernas y las rodillas y todo el cuerpo a la mayoría de los peregrinos. El segundo día se pasa mejor; el tercero se pasa mejor, el cuarto mucho mejor  y el quinto ya desaparecen los dolores y se llega descansado a Guadalupe; pues se cree que la Virgen de Guadalupe nos ayuda cada día para pasar el camino mejor y llegar descansados a visitarla.

Cada día salimos con una media de treinta y dos kilómetros andando, pero las personas cada día se encuentran más fuertes y más sanas. Todos quedan invitados e ilusionados para volver el próximo año haciendo la Peregrinación de Porzuna a Guadalupe.

En la actualidad se pasan menos calamidades; pues llevamos un vehículo aportado voluntariamente por su dueño donde se transportan los equipajes y comida, así cojo el agua tan necesaria para todos.
También se lleva con este vehículo personal para hacer las compras necesarias para todos y auxiliar a la expedición.

El personal que auxilia a todos los demás es el que suscribe y mi  esposa Tomasa Alonso García, que igualmente lo hacemos voluntariamente y desinteresados porque creemos hacer una buena labor humanitaria, ya que no nos encontramos capacitados para ir andando como todos.

En la actualidad, ya no son todos los asistentes hermanos de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz de Porzuna; pues se acepta a la expedición todo el personal que quiera asistir siempre que tenga fe en la Virgen de Guadalupe, sea formal y tenga respeto hacia los demás.

Por llevar 62 años, yendo a Guadalupe andando anualmente esta expedición de peregrinos, se ha pensado por los asistentes, que si pudiera ser, fuera declarado Camino oficial desde Porzuna a Guadalupe, por su antigüedad; pues sería de mucha satisfacción para el personal de Porzuna  que fuera publicada esta circunstancia y promocionado el camino desde Porzuna a Guadalupe como el camino más recto y viable”.




Real Monasterio de Guadalupe, vista aérea.




[1] ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo, “Camino por Cáceres y Trujillo. Ruta de Ciudad Real y Valencia”, en Guadalupe de Extremadura: Dimensión hispánica y proyección en el Nuevo Mundo. Madrid, 1993, pp. 83-84.
[2] ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo, “La imprenta en Guadalupe”, en Diario ABC. Madrid, 25 de abril de 1974.
[3] JIMÉNEZ GACÍA, Ángel, “Camino de Peregrinación: Porzuna-Guadalupe”, en Guadalupe, 773-774 (2002), pp. 25-28.
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CAMINO DE PORTUGAL

ROSMITHAL DE BLATNA, León de[1]
Viaje del Noble Bohemio...Por España y Portugal (1465-1467)
Madrid, 1952.


Entre los caminos de peregrinación transitados durante la Edad Media y Moderna destaca el de Portugal a Guadalupe, tanto por reyes, nobles, peregrinos, visitantes y enfermos, que tenían en este santuario de Nuestra Señora, su meta espiritual, bien a través de la provincia de Cáceres o por la de Badajoz, en la que se citan las posadas u hospedería que el propio monasterio tenía para la atención de los peregrinos. Todavía es frecuente, ver durante el año, varias peregrinaciones de portugueses que vienen a visitar e implorar la protección de  Santa María de Guadalupe.


Nos separamos del rey de Portugal en la ciudad de Ebora y salimos  aquella noche para Eboramonte[2], que dista cuatro millas y que está situada en sitio montuoso; no es lugar y no hay en él fuentes ni pozos; los vecinos tienen que ir fuera por el agua, y los molinos se mueven por caballerías. De Eboramonte hay dos millas a Extremoz, que así como el castillo que lo señorea están en unos montes elevadísimos; el pueblo está rodeado de olivares. Extremos dista siete millas de Elvas, que es ciudad grande, unida a un castillo, situada en un alto, entre montes y mirando por una parte a la campiña; está a cuatro millas cortas de los confines de Castilla; no entramos en Elvas sino después de haber prestado juramento[3].

De Elvas hay tres millas a Badajoz que es una ciudad y castillo situados en una altura, bañados por el Guadiana (antes llamado Anas), y  que está en la misma raya de Portugal; dista cinco leguas de Lobao, lugar situado en un cerro rodeado de campiñas y que baña también el Guadiana. De Lobao (Lobona) a Mérida se cuentan cuatro millas. Mérida es una ciudad arruinada situada en un valle; la destruyeron en otro tiempo  los romanos, y parece que era tan grande que puede compararse a las mayores que nosotros habíamos visto. Roma  la asoló y reedificó  varias veces; la riega el Guadiana, que viene por una cueva por espacio de siete leguas debajo del monte que domina la ciudad y vuelve a aparecer cerca de ella[4]. Saliendo de Mérida se camina durante cinco leguas por yermos en que solo hay anís y poleo. De Mérida a Medellín hay cinco millas; esta ciudad está señoreada por un castillo no muy grande , y está cercada por todas partes de llanuras, menos por un lado, en que hay un monte en cuya cima se ve el castillo, y el lugar se extiende por sus faldas. Medellín dista seis millas de Madrigalejo, que es un lugar situado en llano, y el camino es por medio de selvas amenísimas en que abundan varias especies de animales, y, entre ellos, ciervos, gamos y otros.
En este lugar hay unos magníficos edificios que aventajan a los demás que lo forman y que pertenecen a cierto monasterio de que después hablaremos; suelen posar en ellos caballeros que pagan su gasto y tienen unas caballerizas en que caben mas de cien caballos, porque esta hospedería es casi regia.



Casa de Santa María de Guadalupe, Madrigalejo (Cáceres),
lugar de la muerte de Fernando El Católico, en 1516, camino de Guadalupe

De Madrigalejo a Guadalupe hay ocho millas: éste es un lugar en que hay un convento dedicado a la Virgen, situado entre altos montes, siendo muy ásperos y difíciles los caminos que a él llevan; es fama que en ninguna región de la cristiandad suele haber tan gran concurso de gente como aquí por devoción y piedad. En este convento está enterrado con su mujer el rey de Portugal, padre del que reinaba cuando estuvimos en aquella provincia, que lo enriqueció con grandes dones de valor inestimable, y su hijo, emulando su piedad, le ha hecho aún mayores munificencias. Los dones del padre y del hijo nos fueron mostrados, como luego decimos, juntamente con otras muchas reliquias y alhajas de oro, plata y pedrería, que no las hay iguales en ninguna parte. El monasterio es rico y abundante de todas las cosas, y como no puede hallarse otro semejante. Los frailes nos contaron de qué modo fue fundado el convento. Unos pastores encontraron, apacentando sus ganados, una imagen de la Virgen en el sitio en que está el monasterio, la cual se conserva y la vimos el Señor y cuantos con él íbamos, y está adornada con muchos milagros y con muchos regalos hechos por reyes y príncipes; también nos dijeron que el convento tiene de renta cuarenta mis trescientos veinticuatro doblones, que son unas monedas portuguesas de oro que corren también en Castilla, del mismo valor que los ducados de Hungría; el convento fue edificado por los frailes, que adornaron también con magnificencia la aldea inmediata, de manera que los edificios son como los de una buena ciudad. El mismo convento es grande y hermoso y tiene treinta y dos caños de agua, que no he visto más en ningún monasterio; el primer establecimiento de los monjes fue hace mil trescientos ochenta y nueve años[5], pues antes sólo había en él ermitaños de familia noble. Tienen los monjes por regla que si alguien, yendo a la guerra o peregrinación para visitar los santos lugares, llegase allí y cayese enfermo, están obligados los frailes a recogerlo en el convento y a proporcionarle todo lo necesario; si muere le han de hacer funeral proporcionado, y si convalece de su dolencia y él los pide, han de darle los medios de que llegue a donde iba, costeándole el viaje, pues así se manda en su regla.

En este convento enfermó Buriano de Schamberg, y teniendo que detenerse por esto, le dejamos allí, yendo nosotros a ver al rey de Aragón; habiendo luego sanado, vuelto a su patria, publicaba la humanidad de aquellos frailes, la manera como le trataron y cómo cuidaron de él durante su viaje por toda España, hasta que llegó a la frontera de Francia; este monasterio está situado en los límites de España, de Francia, de Navarra y de Portugal[6].

Allí se nos refirió lo siguiente: “Habitaba en aquel lugar un ermitaño que hizo una capilla de madera; pero obrándose varios milagros, empezó a acudir gente que dio dineros para que se labrase un templo mayor; muerto aquel ermitaño, le sucedió otro, que levantó una capilla de piedra”. Según los frailes, se refiere también en los anales del monasterio que cuando empezó a fundarse se apareció la Madre de Dios a los trabajadores en forma de doncella, suministrándoles las piedras. En este monasterio nos mostraron primero las reliquias de varios santos y después un cáliz de oro primorosísimo, adornado con piedras preciosas, regalo del rey de Portugal, mayor que cuantos antes habíamos visto; vimos también la custodia en que se coloca y muestra el cuerpo del Señor, asimismo de oro y piedra preciosa, tan grande que no la puede levantar un hombre; también vimos una ráfagas y varas que tenían de oro puro y que eran harto grandes[7]; todo esto lo había dado el rey de Portugal que vivía cuando nosotros estuvimos en este reino, porque están allí sepultados, su padre y su madre y él mismo tiene allí dispuesto su sepulcro para cuando muera; en nombre de este rey es Alfonso[8]. El monasterio parece una ciudad y en ella se dicen cada día lo menos cien misas, excepto los de la última Cena de Cristo, de la Pasión y el Sábado siguiente (la semana mayor); y es tan rico este convento de todas las cosas necesarias, como no lo es ciudad alguna.

Guadalupe dista de Pedroso (Pedrisum), siete millas, y es éste un lugar situado entre grandes montes; de Pedroso, andando dos leguas, llegamos a puente del arzobispo, que es pueblo grande, junto al cual corre el tajo, que tiene allí un puente de piedra con dos lindas torres; pasados otra vez los montes, llegamos a la llanura, a seis millas de Puente del Arzobispo, se halla Talavera, que es una ciudad con castillo, situada en campos regados también por el Tajo, y el camino es de olivares y viñas que rodean la ciudad por dos lados...”.

Camarín de Nuestra Señora,
Puerta de acceso a la Edícula y trono de Santa María de Guadalupe.
Siglos XVII-XVIII



[1] GARCÍA DE MERCADAL, J., Viajes de extranjeros por España y Portugal. Madrid, 1952, pp. 285-287.
TELLO SÁNCHEZ, José, “Itinerarium guadalupense” ( I), en revista Guadalupe, 765 (2000), pp. 4-5.
[2] Eboramonte es célebre por el convenio de 29 de mayo de 1834 que puso término a la guerra de sucesión entre don Miguel y doña María de la Gloria, dando el triunfo a esta y al sistema constitucional.
[3] Siendo Elvas plaza fronteriza y yendo tanta gente con Romisthal, era natural que tomasen precauciones los que la gobernaban en una época tan revuelta.
[4] Hay  aquí una confusión que probablemente debe de ser obra del traductor latino: diría el viajero que el Guadiana corre oculto algunas leguas después de su nacimiento, como particularidad notable de este río, que después de Villarrubia, en la Mancha, no vuelve a ocultarse atravesando ya muy caudaloso una gran parte de Extremadura.
[5] Esto es visiblemente inexacto; el vaquero de Cáceres Gil Cordero, encontró la imagen de la Virgen en 1322, y después se fundó una ermita, a la que concedió privilegio Alfonso XI, el 22 de febrero de 1358, en Salamanca. Este rey se encomendó a esta imagen en la batalla del Salado. Don Juan I, en octubre de 1387, a causa de que los clérigos que antes había no eran a propósito, dio a los monjes de San Jerónimo la ermita de  Guadalupe (1389), y después se fundó el magnífico monasterio, en donde a mediados del siglo XVI se estableció una imprenta, que fue quizá la primera de Extremadura. La antigüedad que se atribuye aquí al establecimiento de los monjes es debida, sin duda, a la mala inteligencia de la tradición, que atribuía una grande antigüedad a la imagen misma: en virtud de ella, y fundándose en documentos que merecen poca fe, y que tal vez no han existido, los historiadores de Guadalupe afirman que dicha imagen fue la que sacó San Gregorio en procesión para que acabara la peste en roma; que ésta la remitió a San Leandro, arzobispo de Sevilla, y que el clero de esta diócesis la ocultó en tiempo de los moros donde fue hallada; sobre esto véase la Historia de Nuestra Señora de Guadalupe, por Fr. Gabriel de Talavera. Toledo, 1597, primer libro y primer tratado, y la Historia universal  de la primitiva y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, por el Padre Fr. Francisco de San Josef. Madrid, 1743, capítulo II, párrafo XIII.
[6] Esto tampoco es exacto, pues Guadalupe está en Extremadura, cerca de Portugal; pero dista mucho de Navarra, y todavía más de Francia.
[7] Fray Gabriel de Talavera dedica el capítulo XIII de su tercer libro a la enumeración de las principales reliquias que había en su tiempo en Guadalupe, y el XV a las alhajas; entre estas habla de un portapaz de oro regalado por don Alfonso V, de Portugal, por haber sanado de una dolencia por intercesión de la Virgen, pero no hace mención del cáliz de que en el texto se trata, y si de otro regalado por “Nuño de Cunha, gobernador da Indias”
[8] No hay en Guadalupe, más sepulcros de reyes de Portugal, que los de don Dionis y doña Juana, que no llegaron a reinar por las causas que los historiadores de Portugal refieren. Sobre esto, véase al P. Talavera, capítulo IX, fol. 193 vto.
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EL HOSPITAL DEL OBISPO

LÓPEZ, Benigno[1]
El Hospital del Obispo
Guadalupe, 1979

“Es una construcción arquitectónica situada en una de las rutas que encaminaron a los peregrinos hacia el santuario de Guadalupe, llamada “Camino del Norte” o, también, “camino antiguo de Madrid”. Su origen se debe a Pedro I el Cruel que “mandó al prior de Guadalupe, don Toribio de Mena (1384-1367), que en medio de un monte llamado Cereceda –a 23 kilómetros de santuario- levantara una casa para él, siendo después donada para refugio y hospital de peregrinos”[2]. Arturo Álvarez habla de la edificación que luego se llamará Hospital del Obispo. El P. Diego Montalvo, al tratar de la medicina en 1631, dícenos que el tercer hospital se halla “sentado tres leguas de esta Casa, en un yermo grande, y despoblado, antiguo palacio del rey don Pedro a propósito para el ejercicio de la montería y caza: Redújole a venta para albergue  de pobres pasajeros el rey don Enrique...Ensanchó, y acomodó para lo que ahora sirve, este palacio D. Diego de Muros, obispo santo de las Canarias, enriqueciéndole de camas, ropas y ajuar...[3]. El presente texto nos informa de los cambios que ha sufrido el Palacio de Pedro I hasta su denominación de Hospital (mediados del siglo XIV y finales del siglo XV). Sin embargo, se desconoce qué rey Enrique le redujo a albergue de peregrinos: ¿Enrique II, Enrique III el Doliente o Enrique IV el Impotente? Con los documentos presentes no podemos dar preferencia a ninguno: los tres Enriques son posteriores a Pedro I y anteriores al obispo Diego de Muros.



Hospital del Obispo,
antiguo palacio de Pedro I y convertido en hospital por don Diego Muros, obispo de Canarias

Ante la denominación de “Hospital del Obispo”, cabría pensar en un establecimiento donde se curan enfermedades; pero el auténtico significado, en tiempos del obispo de Canarias, fue el de casa que sirvió para los peregrinos, donde estos recibían albergue y auxilio a las molestias causadas en sus largas caminatas. Así lo afirmaba el P.G. de Talavera, escritor de la época: “Después don Diego de Muros, obispo de Canarias...edificó junto a esta obra otra dignísima, donde se ejercitase con los peregrinos, reparando su cansancio con camas, y aposentos de buen abrigo”[4]. El hecho de que –según M. Foronda  y Aguilera, en su obra: “Viajes y Estancias de Carlos V”- el día 11 de abril de 1525, el Emperador pasara por el Hospital del Obispo e hiciera allí la comida, antes de reanudar su peregrinación a Guadalupe, donde pasó la Semana Santa, corrobora las afirmaciones efectuadas por los autores referidos”[5].

En varias visitas realizadas a este histórico hospital, el edificio siempre ha estado ruinoso, en tal grado que amenaza con su destrucción total.

Fuente del Hospital del Obispo


Visto desde el exterior parece como si el hospital tuviera tres naves, de mayor altura la central, permitiendo la colocación de vanos para su iluminación; formada por grande arcos ojivales que la determinan en altura y anchura.

El conjunto arquitectónico muestra una planta basilical, cuyo eje longitudinal toma la dirección Este-Oeste. El muro del saliente presenta un arco escarzano, cegado posteriormente, que da acceso a un tramo recto y a oro semipoligonal. Esta construcción aneja corresponde a una capilla.

En la actualidad, y parece que siempre estuvo así, la nave lateral norte, se encuentra a la misma altura que la central. Toda la obra ofrece dos plantas: la baja –con cocina, despensa y otros apartados que servirían de caballerizas –cubierta de madera con una capa de tierra y de cal, forma el solado de la superior. La planta elevada se divide en dos naves de igual longitud, pero de diferente anchura; la de mayor dimensión corresponde a la central en la planta baja, y la menor, a la nave lateral del norte. La nave superior serviría de albergue a los peregrinos “enfermos”. Estos, a través de un arco escarzano de 5’55 metros de luz que se abre en el muro del Levante, podían presenciar los oficios divinos realizados en la capilla.

De mayor interés y en mejor estado de conservación, es la mencionada capilla, cuya planta, como más arriba se dijo, corresponde a un ábside de un tramo recto y otro semicircular, semipoligonal en el interior, con cinco lados; de 2’25 metros el central y los dos lindantes, los otros dos, de dos metros. Separando estos dos tramos se encuentra el arco de triunfo que llega hasta el suelo (sólo se encuentra interrumpido a la altura de la línea de imposta por la agrupación de filete-bocel-filete-bocel que hace las veces de capitel). La sección perpendicular del arco describe un rectángulo en el que los ángulos exteriores aparecen matados para dar cabida a un bocel. El lado frontal muestra una hornacina blanqueada por dos pilastras que se apoyan en ménsulas compuestas por tres molduras de menor tamaño cuanto más inferiores. Dichas pilastras parece que debieran prolongarse y formar un arco, pero terminan  en la línea de imposta de la bóveda. El cuarto de esfera de la hornacina está formado por una venera que describe, con su borde externo, un arco elíptico. Debajo se encontraba el altar.

La cubierta es una bóveda, de cañón en el tramo recto, y ojival, con seis nervios apoyados en ménsulas pseudoesféricas, en el cuarto de naranja. Los nervios están reforzados en el exterior por seis contrafuertes. Una ventana con arco escarzano que se abre en el muro Sur Ilumina a la capilla.

Para finalizar la descripción del hospital diremos que una capa de cal cubría toda la obra con lo que se ocultaba la pobreza del material empleado que nos es más que mampuesto y ladrillo cocido. Este último reservado para la construcción de jambas, vanos y arcos.

En cuanto a la datación nos parece observar dos fechas: una, mediados del siglo XIV, y otra, correspondiente al episcopado  de D. Diego de Muros del que se sabe que fue “prelado el 27 de julio de 1496 y muerto en 1507”[6], en que tendría lugar la factura de la capilla. En efecto, observando el arco ojival del palacio, bien pudo ser construido a mediado del siglo XIV; pero no así los arcos escarzanos del muro oriental y de la ventana de la capilla que son más apropiados de finales del siglo XV y del XVI.

Por otra parte, las ménsulas en que estriban las pilastras de la hornacina se asemejan a las que aparecen sustentando las torres de los castillos de los siglos XV y XVI”.



Capilla del Hospital del Obispo,
restaurada siglo XX.




[1] LÓPEZ, Benigno, “Caminos antiguos de Guadalupe: El Hospital del Obispo. Un hito en el Camino del Norte”, en Guadalupe, 639 (1979), pp.4-9.
[2] ÁLVAREZ, A. Guadalupe. Madrid, 1964 pág. 269
[3] MONTALVO, Diego de O.S.H., Venida de la Soberana Virgen de Guadalupe a España. Lisboa, 1621, pág. 11.
[4] TALAVERA, Fr. Gabriel de, Historia de Nuestra Señora de Guadalupe. Toledo, 1597, p. 223.
[5] El P. Diego de Montalvo, en la obra citada, páginas 11 y 12, refiriéndose a las atenciones con que se distingue a los peregrinos en el Hospital del Obispo, dice: “Danle aquí a cada pobre un pan de a libra...Gasta el padre Portero tres fanegas de pan un día con otro... Danse zapatos a todos los romeros que necesitan de ellos...”.
[6] Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Vol. III. Madrid. 1973 p.2116.
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EL PUENTE DEL ARZOBISPO

GRACIA VILLACAMPA, Carlos O.F.M[1].
El Puente del Arzobispo
Madrid, 1924.

“Corría el último tercio del siglo XIV; todavía los jerónimos no habían  tomado posesión del Santuario de Guadalupe que gobernaba  su último prior secular Don Juan Serrano bajo la dependencia del famoso arzobispo de Toledo Don Pedro Tenorio. El gran número de peregrinos que desde las partes de Castilla acudían con frecuencia al Santuario, tropezaban en su camino con caudaloso Tajo que habían de pasar en frágiles barcas y con los consecuentes peligros y dificultades.
Fue el mismo Arzobispo quien tocó estos inconvenientes en sus frecuentes viajes, y ellos le movieron a levantar sobre el Tajo el grandioso puente que inmortalizó su nombre. Todavía, entre los pueblos mayormente beneficiados por aquella grandiosa obra, se conserva la sencilla, y encantadora leyenda que dio origen al Puente del Arzobispo.



Don Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo. Primado de España (1377-1399)

Don Pedro Tenorio hubo de pasar el Tajo en una de sus mayores crecidas; el aspecto del río era imponente, y por otra parte era preciso atravesarlo por la urgencia del viaje. Lucharon los barqueros con las olas y la travesía se hizo con mucha dificultad: en medio de la brega uno de los barqueros se dirigió en espontáneo arranque al Arzobispo, diciéndole: “Señor , si vos quisiérais pronto tendríamos aquí un puente que nos librara de tanto peligro”. –No debía don Pedro pensar por entonces en la construcción del puente, pues tomando su anillo pastoral y arrojándolo al río, contestó al barquero: “Aquí habrá puente cuando ese anillo vuelva a mi poder”.

De vuelta de su viaje, pasado el Tajo, paróse  el Arzobispo  a descansar en una hostería próxima al famoso río, y, llegada la hora de la comida presentáronle  un magnífico pez procedente del Tajo. Al partirlo el Arzobispo, vio con natural asombro que en su interior aparecía el anillo pastoral que pocos días antes arrojara al río antes el requerimiento  del barquero. El hecho se propagó muy pronto entre los moradores de la hostería y por toda la región, y don Pedro Tenorio, viendo comprometida su palabra por tan extraordinario suceso, empezó las obras del puente.

La munificencia de don Pedro Tenorio legó a la posteridad crecido número de grandiosas construcciones que todavía atestiguan el espíritu emprendedor y generoso de aquel prelado. De él dice la Crónica de Don Juan II que “edificó el puente de San Martín de Toledo, y el castillo de San Serván que es encima de la puente de Alcántara, y la puente que dicen del Arzobispo en el camino de Guadalupe, y el Monasterio de Santa Catalina de la Orden de San Jerónimo y la Iglesia Colegial en Talavera y otros muchos edificios en las villas y lugares de su arzobispado”[2].


Puente del Arzobispo, después de su reestructuración efectuada en 1853.

Las obras del puente del Arzobispo se  empezaron en junio de 1383 en terreno de la jurisdicción de Alcolea  de Tajo. Quizá pasó  por allí  dos años más tarde Don Juna I, camino de Portugal, para la desdichada batalla de Aljubarrota, y tanto le agradó la obra del puente, que entonces , o en 1390 según asegura Madoz, concedió toda clase de franquicia a los que viniesen a poblar aquel paraje, al que dio el nombre de Villafranca, que más tarde se convirtió en el actual de Puente del Arzobispo que recuerda a un tiempo aquella grandiosa obra y la generosidad del que la construyó.

Sobre los principios y destino de tan interesante construcción hemos hallado en este Archivo unas cartas autógrafas de don Pedro Tenorio, que publicamos a continuación. Dice la primera[3]:
“Nos, el Arçobispo de Toledo fasemos saber a vos Johan Millán, proveedor de la eglesia de Sancta María de Guadalupe, que Nunno Martines e Alfonso Ferrandes, vesinos de la Puebla de y Guadalupe, venieron a Nos aquí, a la nuestra villa de Talavera a ser abenir con nosotros por la cal que an de faser para la obra de la puente que Nos mandamos faser en Alcolea. E dixéron nos que avían luego menester adelantados trescientos maravedís. E, por quanto los non conoçiamos, non gelos mandamos dar fasta que nos diesen fiadores por ellos. Por que vos rrogamos que los dichos Nunno Martines e Alfonso Ferrandes, dándovos fiadores, por los dichos trescientos maravedis, que nos los servirán e merecerán en la obra de la dicha cal, que los resçibades dellos; e que nos prestedes los dichos tresientos  maravedis e gelos dedes e paguedes a los dichos caleros. E dadles luego recabdo de los dichos maravedis, e  fasedles que partan luego dende en toda manera, a la dicha lauor e non se detengan y. E vos, dándoles los dichos tresientos maravedis, Nos vos los mandaremos luego pagar. E, en esto, nos faredes serviçio e placer.

Fecha en la nuestra villa de Talavera, catorse días de mayo era de mill quatroçientos veynte e uno annos. Petrus, Archiepiscopus Toletanus.

Otrosi, cada noche e cada mannana, faser saber a todos esos romeros en como Dios queriendo, se començará a faser la puente, a reverencia e onor de Santa María de Guadalupe, la primera selmana de junio. Por ende, si ay algunos que quieran venir (a) servir a la dicha puente por sus jornales, que vengan y, asi omes commo mugeres, ca en mejor obra no pueden servir que en esta puente por do pasan los romeros dela Sennora. (Rubrica)”.

Esta carta contiene datos preciosos por lo que se refiere a Guadalupe: en primer lugar es muy significativo que Don Pedro Tenorio acudiese a Guadalupe en busca de maestros caleros para la obra del puente; este hecho atestigua lo perfeccionadas que se hallaban aquí para aquella fecha todas las industrias auxiliares del arte de construir. Aparte de esto, échase de ver en la carta la solicitud y entusiasmo que el prelado ponía en su obra y más importante de la carta, no sólo por hablarnos del gran número de peregrinos que en el siglo XIV acudían al Santuario, sino por asegurar expresamente el arzobispo que el puente se construía “a reverencia e onor de Santa María de Guadalupe” y para comodidad de los “romeros de la Señora”. ¡Bien demostraba su predilección por este Santuario aquel arzobispo de Toledo que seis años más tarde había de confiarlo a la custodia de los jerónimos, que por la piedad y por el arte llegarían a convertirlo en el verdadero santuario nacional!

El 29 de Junio del mismo año de 1383, escribía de nuevo Don Pedro Tenorio a Juan Millán comunicándole que los caleros le habían entregado cuatro hornadas de cal para la obra, e insistiendo en que se llevasen los trabajos con toda actividad. He aquí el tenor de su carta:

“Nos el arçobispo de Toledo fasemos saber a vos Johan Millán veedor de la iglesia de Santa María de Guadalupe, que Pedro Ferrandes  de Villegas contador mayor de nuestro Señor el Rey, nos enbió rrogar  que le diésemos un quintal de fierro e seys libras de asero para lo enviar y, e bien nos ploguiera de vos enviar luego el dicho fierro e asero, salgo porque aun no nos an traído fasta agora el fierro que nos an de traer; pero, diso queriendo, esta selmana será aquí, e vos enbiar por ello a un ome aquí a la nuestra villa de Alcolea, e darselo a Diego Andrés, abat de Sant Viçente de la Sierra, ca Nos le mandamos que diese el dicho fierro e asero al ome que vos enbiásedes por ello. Otrosi saber que de los trescientos maravedis que distes por nuestro mandado a Nuño Martines e Alfonso  Ferrandes, caleros, para que nos diesen cal, que nos an entregado ay quatro fornadas de cal e an merecido los dichos maravedis; por ende dar los a romper el contracto que sobre ssi vos otorgaron destos trescientos maravedis, pues que ya somos dellos entregados en la dicha cal. Otrosi diseronnos que teniendo cogido a soldada a Johan Sánches, yerno de Pedro Martín el çiego para que les ayudase a faser la cal que an de faser para la obra de la nuestra puente, e aviéndole pagado su soldada adelantada de un mes, dis que se fue allá a tener la fiesta de Sant Johan, e que fasta aquí que no es venido; por lo qual, por su mengua, ellos non pueden facer la dicha cal e nuestro servicio non se cumple. Por que vos mandamos que luego en punto, visto este nuesro albalá, le apremiedes que venga  a faser la dicha cal con los sobredichos, e que se non detengan y punto nin mas, porque nuestro servicio sea cumplido. En otra manera, si lo asi faser e complir non quisiere, fasedlo prender el cuerpo e enbiadlo preso e bien rrecabdado a su costa, a los dichos Nuño Martines e Alfonso Ferrandes porque merezcan la soldada que tienen pagada e sirvan con los sobredichos en faser la dicha cal. E non fagades ende al.

Scripta en la nuestra villa de Alcolea XXIX días de junio. Petrus. Archiepiscopus Toletanus”.
El carácter enérgico de don Pedro Tenorio no sufría retrasos en las obras que traía entre manos. Pedro Rodríguez de Burgos, su casero en Toledo, conservó en una de sus cartas interesantes noticias sobre el asunto que nos ocupa; con fecha 12 de Febrero de1384 y constestando a Juan Millán que le había pedido un maestro cantero para que trabajase en este Santuario de Guadalupe, le dice entre otras cosas, lo siguiente: “Otrosy del pedrero que desides que fable con él e vos lo envíe allá, sabed que nuestro señor el Arçobispo que mandó cerrar el taller e que non labre ninguno en él, que todos los pedreros a tomado el Arçobispo para que labren  en la su puente de Alcolea e en  la puente de Guadarrama que manda faser, e en la puente de Sant Martín de aquí de Toledo. E asy sabed que de aquí non podedes aver pedrero nenguno, que sy más obviese, mas serían menester para estas obras que el dicho señor tiene començadas”[4].

La construcción del puente del Arzobispo se concluyó en Septiembre de 1388, según una inscripción conservada por Quadrado, que hace de aquella obra la siguientes descipción: “ Cuatro de sus arcos se añadieron o reedificaron en 1770, compitiendo en solidez con la obra antigua. Sus dos torres se alzan unos cien pies sobre el nivel del río en los tercios del puente, abarcando la anchura de este y abriendo paso a los transeúntes  por bajo de sus arcos ojivales: una escalera interior permitía a los defensores bajar hasta el río para proveerse de agua. Sobre la puerta que mira a la villa se lee esta inscripción en bellos caracteres góticos, en medio de dos blasones del fundador: “Esta puente con las torres della mandó facer el mucho honrado en Christo Padre e Señor don Pedro Tenorio por la gracia de Dios Arzobispo de Toledo. Acabose de facer en el mes de Septiembre del año del Señor de MCCCLXXXVIII año”[5].

Quadrado conservó en su obra un magnífico dibujo del puente tal como se conservaba en su tiempo; en él aparecen las dos magníficas torres con ventanas ojivales, coronadas de almenas y defendidas por salientes barbacanas, siendo a la vez defensa del puente y su mayor ornato. ¡Lastima grande fue que al hacer la nueva carretera Oropesa-Guadalupe, no se respetaran tan hermosas y venerables construcciones; con ello se quitó al famoso puente el sello de la época y el carácter que imprimiera a la obra su generoso fundador don Pedro Tenorio”.



[1] GRACIA VILLACAMPA, Carlos, “El puente del Arzobispo para los peregrinos del Norte”, en revista Guadalupe, 659 (1982), pp.168-171.
GRACIA VILLACAMPA, Carlos, “El Puente del Arzobispo. Don Pedro Tenorio”, en Grandezas de Guadalupe. Madrid, 1924, pp.139-146.
[2] Biblioteca de Autores Españoles. Tomo 68: Crónica de Don Juan II. Generaciones y semblanzas. Cap. XIII, pág. 705.
[3] Va escrita en una hoja de papel de 160 por 325 mm. con este sobrescrito al dorso: “A Johan Millán proveedor de la eglesia de Santa María de Guadalupe, por el Arçobispo de Toledo.
[4] La carta, escrita en papel, mide 365 por 330 mm. El sobrescrito dice: “A Johan Millan teniente logar del prior  en Santa María de Guadalupe, de Pedro Rodríguez casero del Arçobispo de Toledo”. Nótese que mientras el arzobispo llama en sus cartas a Juan Millán veedor o proveedor de la Iglesia de Guadalupe, algunos  meses más tarde se le llama en esta “teniente logar de prior” del Santuario.
[5] Recuerdos y bellezas de España. Madrid. 1853. Castilla la Nueva. Tomo II, p. 455.


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