lunes, 9 de mayo de 2016

SAN JUAN DE RIBERA, PEREGRINO EN GUADALUPE

San Juan de Ribera (Sevilla, 1533 – Valencia, 1611)

El pastor evangélico de la Iglesia española, Juan  de Ribera, nació en el seno de una nobilísima familia. Su padre fue don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, virrey de Cataluña y posteriormente de Nápoles. Huérfano de madre, Teresa de los Pinelos, en los primeros años de su vida. Recibió una esmerada educación, que costeó íntegramente su padre, en Salamanca, donde ya dio muestra de perfección y santidad, espíritu de penitencia, desprendimiento a favor de los pobres.

Después de una cuidada y selecta preparación, fue ordenado sacerdote y se doctoró en 1557, siguiendo las normas de vida, enviadas por Juan de Ávila y las prácticas de penitencia y de más estricta observancia de Pedro de Alcántara, al que consultaba las cosas del espíritu.

Pronto su fama de santo llegó hasta la Corte y Felipe II, a pesar de su juventud (29 años) le propuso para Obispo de Badajoz, aunque Juan se sentía indigno, terminó aceptando por obediencia la voluntad de Dios, consagrándose en Sevilla en 1562.

Como verdadero y buen pastor Juan de Ribera visitó todas las parroquias de la Diócesis y comprobó la necesidad de formación religiosa que tenía el pueblo, piadoso pero poco evangelizado.

Su fama voló fuera de su propia diócesis hasta llegar a Roma, donde Pío V vio en él el modelo de prelado que quería para la Iglesia tridentina, por lo que le nombró patriarca de Antioquia. Su conocimiento exhaustivo de la Baja Extremadura, debió infundirle la devoción de la Virgen de Guadalupe, tenida por los extremeños como su verdadera Patrona, aunque muy pocos datos podemos aportar en su peregrinación al Santuario, cuya fama y devoción estaba ya extendida por toda España y el Nuevo Mundo.

Su paso por Guadalupe consta en una rara obra titulada “Viaje a Jerusalén”. Sevilla, 1606, conservada en la Biblioteca Nacional, aunque seguramente, en más de una ocasión, como Obispo de Badajoz subió a visitar a la Señora de las Villuercas, especialmente antes de partir para la sede arzobispal de Valencia.

Su halo de santidad creció aun más al final de su vida, cuando acepto con alegría la enfermedad. Al recibir el Santísimo Sacramento, se bajó de la cama y lo adoró de rodillas, pidiéndole perdón por haberlo hecho venir a su morada. Murió santamente el 6 de enero de 1611.