lunes, 22 de junio de 2015

PEDRO I, PEREGRINO DE GUADALUPE

Subió al trono en 1350, cuando solo contaba con 16 años,  tras la muerte de su padre Alfonso XI infectado por la peste negra en el campo de batalla. Marcado también por la debilidad del poder real frente a la nobleza y las luchas de las distintas facciones: los hijos que había tenido su padre con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses, primos del rey y las intrigas de la reina Madre, así como la escasa atención de su padre, hicieron de él un gobernante duro y temerario, aunque terminó sus días cercado en Montiel (Ciudad Real) por su hermanastro Enrique quien le dio muerte en 1369, con la estimable ayuda de los aliados franceses de Duguesclín.

Siguiendo la tradición de la Corona de Castilla y la generosidad y devoción de su madre, María de Portugal, Pedro I favoreció con numerosas cartas y privilegios al Santuario, especialmente para que guarden y defiendan a la Iglesia de Guadalupe y a los que en ella viven, así como a su cabaña pecuaria para que puedan pastar libremente en los concejos de Talavera y Trujillo.

De esta forma, ordena en 1350 al obispo de Plasencia, don Sancho, que no violente a la Iglesia ni ataque al prior, don Toribio Fernández de Mena, so pena de seiscientos maravedíes. Igualmente le recuerda al arzobispo de Toledo en 1351, que dicha iglesia está exenta del pago de servicios.

Amante del arte cinegético mandó levantar en 1360 una venta en el puerto de Cereceda, que más tarde se convirtió en un palacete, que el rey Enrique II donó para albergue de romeros, conocido desde el siglo XVI como Hospital del Obispo, por el prelado que lo dotó generosamente, don Diego Muros.

Sabedor del escaso término que disponía la Puebla autorizó a que la Iglesia de Guadalupe comprara bienes y tierras en los términos de Trujillo y Talavera (1363) para mantenimiento de sus oficinas y hospitales, así como sacar pan y viandas de cualquier lugar del reino para que tengan abastecimiento todos aquellos moradores y peregrinos.

Todas estas gracias y favores están recogidos en un corpus de 28 documentos, de los cuales el archivo de Guadalupe cuenta con once, mientras que sus visitas al santuario solamente tenemos constancia documental de tres (julio 1355; marzo y septiembre de 1359).

Además, Pedro I dejó en su testamento, otorgado en Sevilla el 18 de noviembre de 1362, 1.000 doblas para la obra de Santa María de Guadalupe, aunque no fue esta su dádiva más sonora, sino su famosa campana, una de las más grandes de España, fundida en 1364 con las armas de Castilla y León, cuyo tañido desde entonces los guadalupenses escuchan a todas horas y que según la leyenda toco a rebato milagrosamente cuando los judíos planeaban extraer las alhajas y riqueza de la Santa Casa.

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