jueves, 31 de marzo de 2016

SAN JUAN DE AVILA, PEREGRINO EN GUADALUPE

San Juan de Ávila (Almodovar del Campo, 1500 – Montilla, 1569) maestro, predicador apostólico y consejero de santos, la mayoría romeros de Santa María de Guadalupe, fue hijo de una acaudalada familia. Su padre, Alonso de Ávila, de origen judío y de Catalina Xixón, muy cristianos y piadosos, que sentían una gran devoción por Santa María de Guadalupe, a la que visitaban con frecuencia por ser una imagen de grandísima devoción en España.

Ya desde su más tierna infancia Juan de Ávila da muestra de espiritualidad, sacrificio y entrega, desde que se va a Salamanca a estudiar leyes, o en 1520 cuando se fue a estudiar “Artes” en la Universidad de Alcalá de Henares, donde entra en contacto con el humanismo del siglo de Oro español, consigue el título de Bachiller y empezó el estudio de la Sagrada Teología.

Allí conoció a don Pedro Guerrero, posteriormente arzobispo de Granada, donde prosigue su formación teológica alcanzando el grado de Maestro en 1537.

Pero antes, en su camino hacia la santidad, Juan de Ávila, tiene que aceptar la perdida de sus queridos padres. Este hecho luctuoso hace que se entregue durante tres años a la oración y meditación, ordenándose posteriormente sacerdote. Su primera misa, la celebra en Almodóvar del Campo, en honor de sus padres y reparte entre los pobres sus cuantiosos bienes, quedando para sí más que “un vestido de paño bajo”, cumpliendo así su deseo de ir a predicar el Evangelio sin bolsa ni alforja, a los nuevos cristianos del continente americano.

Pero como los caminos de Dios son inescrutables, Juan de Ávila, no pudo embarcar por orden del Arzobispo hispalense y gran inquisidor, don Alonso Manrique, teniendo que quedarse “en las Indias del Mediodía Español”, donde traba una profunda amistad con los dominicos de Sevilla.

A pesar de ello, Juan no se desanimaría y lleva a cabo su maravillosa obra sacerdotal, predica tanto al clero como al pueblo encendiendo las almas y corazones de todos los que escuchan, llevando templos, plazas públicas, calles, hospitales, a todos lanza su palabra, como lluvia, con paz y verdad, como dardos penetrantes.

Eso le ocurrió a San Juan de Dios en 1537, cuando oyendo su predicación quedó tan tocado y fuera de sí que este mercader se hizo el loco para sentir la humillación y el desprecio de si mismo por su vida anterior. Abrasado por las llamas del divino amor, pedía a Dios misericordia, convirtiéndose desde ese momento en el pastor y defensor  de las personas más miserables y pobres, que recoge en su casa de Granada. De esta forma nace entre el discípulo más amado y el maestro una amistad inquebrantable, guiándole hasta que San Juan de Dios peregrina a Guadalupe.

Juan de Ávila, sufre en 1531, un  proceso inquisitorial por calumnia que le lleva a la cárcel durante un año, lo que le une aún más a Cristo crucificado, en santidad y fortaleza de fe.

Por ello, no tendrá reparo en empezar una y otra vez, prepara misiones a Extremadura, Córdoba, Granada, la Mancha. Funda colegios, escuelas para revitalizar la Iglesia o retirarse a Montilla cuando la enfermedad no le deja, en una modesta y sencilla casa, donde respira pobreza evangélica y espera a la hermana muerte para gozar de la contemplación de la gloria.

En 1946 Pío XII le declara Patrono principal del Clero secular español.