viernes, 22 de julio de 2016

UN GUADALUPENSE OLVIDADO: ANTONIO DÍAZ, CABALLERO Y ALCALDE

UN GUADALUPENSE OLVIDADO,
ANTONIO DÍAZ, CABALLERO Y ALCALDE
Antonio Ramiro Chico.

Desde su propio nacimiento la Guardia de Honor de Nuestra Señora tuvo como principal fin reavivar entre sus miembros la devoción intensa y práctica que en el transcurso de los siglos guardaron siempre nuestros mayores, así como divulgar los valores histórico-artísticos de este Patrimonio de la Humanidad, por eso creemos oportuno dar a conocer en este Año Santo Guadalupense a uno de sus hijos más preclaros.

Por este motivo, la Real Asociación de Caballeros de Santa María de Guadalupe quiso  dedicar sus LXXXVI Jornadas de Hispanidad, 2015 a Antonio del Rosario Díaz Expósito, caballero como el primero de su Virgen y amante de su Villa y Puebla, que a pesar de los momentos difíciles que vivió durante su gobierno, supo canalizar y gestionar los escasos medios que tenía a su alcance para paralizar varias órdenes que hubieran supuesto la perdida de uno de nuestros mayores patrimonios artísticos y sentimentales, como fueron la recuperación de los tres mantos ricos de la Virgen, así como detener el expolio eminente que se cernía sobre los Zurbaranes y Lucas Jordán.

Tras la exclaustración de los monjes jerónimos (1835) y la Guerra Carlista (1837), parte del monasterio y los hospitales fueron convertidos en fuerte militar, cuya ocupación se mantuvo hasta 1851, consignando la primera visita canónica (1848), el estado deplorable en el que se encontraban todos los edificios  religiosos del monasterio, muchos de los cuales urgían una inmediata restauración ya que corrían peligro de derribarse, por lo que el párroco vitalicio, fray Cenón Cabanillas y el Ayuntamiento elaboraron en 1849 una exposición en la que se consignaba que el Camarín , la Capilla de las Reliquias y Santa Catalina necesitaban urgentemente actuar sobre ellas y que gracias a la generosidad de las mujeres se ha podido barrer el templo, coser y componer lo mas preciso de sus ornamentos y los vestidos de la Santísima Virgen, así como alumbrar el Santísimo Sacramento, gracias a una suscripción popular entre los vecinos, tal como recoge la circular remitida al carnal arzobispo de Toledo[1].

Aunque hubo un hecho anterior que marcó un antes y un después en la conciencia colectiva de esta Villa y Puebla con motivo del expolio de los tres mantos ricos de la Virgen, cuando el General Espartero, regente del Reino, ordenó por una Real Orden, de 29 de noviembre de 1842, distribuir los tres mantos que se encontraban depositados en la Casa de la Moneda de Madrid de la siguiente forma: el Manto Rico, llamado de la Comunidad, a Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza; el Manto de Isabel Clara Eugenia, a Nuestra Señora de Atocha de Madrid y el  Manto de la Cenefa Marrón o tercero, al Santuario de Nuestra Señora de los Desamparados en Valencia, el cual fue devuelto inmediatamente por los valencianos a Guadalupe[2].

Esta devolución removió la conciencia y el fervor de los guadalupenses con su alcalde a la cabeza, don Antonio Díaz[3], quien aupado por el vecindario se dirigió a S.M. la reina Isabel II, con fecha de 20 de octubre de 1844, solicitándole y suplicándole tuviera a bien devolver los vestidos de  Nuestra Señora de Guadalupe, propiedad de este Santuario y de su devotísima imagen. Gracia que concedió S.M. según la Real Orden favorable de 20 de diciembre de 1844 de cuyos trámites se había encargado el entonces Diputado a Cortes por Trujillo, Antonio Pérez Aloe y el comisionado Felipe San Martín:

“En la Villa de Guadalupe a primero de Febrero de mil ochocientos cuarenta y cinco, reunidos los Señores del Ayuntamiento constitucional de la misma, en sesión ordinaria en las casas consistoriales, entre otras cosas acordaron: Que en atención a haber acudido con reverente esposición a S.M. la Reyna Ntra. Señora en solicitud de que se devolviesen a esta Santísima Virgen, los dos mantos que de su propiedad regalo el Exurgente del Reyno a las de Atocha y del Pilar, a que ha tenido a bien S.M. acceder según su real resolución que se conserva en este Ayuntamiento, en la necesidad de nombrar  los comisionados o comisionado que practicare las subsiguientes diligencias hasta conseguir el reintegro de aquellos, la municipalidad tubo a bien apoderar al efecto y en debida forma a D. Felipe San Martín, vecino de la villa y corte de Madrid, quien después de aceptar el cargo principió a practicar cuantas diligencias ha creído necesarias en unión y de acuerdo con el Sr. Diputado D. Antonio Pérez Aloe, de quienes hasta esta fecha se han recibido las más satisfactorias comunicaciones en términos de hallarse ya en poder del primero el precioso vestido que se hallaba en el Santuario de la Virgen  de Atocha. Y como a dar esta grata noticia manifesté que tanto para pago de las diligencias obradas cuanto para el viaje a Zaragoza y práctica de las que haya necesidad de obrar en este punto, necesite intereses el Ayuntamiento, deseoso de conseguir la adquisición de unas alajas tan preciosas, ha tenido por conveniente que desde luego se pongan a disposición de expresado Sr. Martín sesenta duros sin perjuicio de hacerlo de las cantidades que justamente haya que satisfacer según la cuenta que al efecto debe presentar dicho señor, y como para el efecto no tenga el Ayuntamiento recursos de que poder disponer para su fin tan justo, a acordado que en atención a hallarse en instante quinientos sesenta y dos reales pertenecientes al fondo de contribución ordinaria repartida y cobrada en el año anterior, según el rebajo echo por la oficina, se adjudique a este efecto, y que don Francisco Aranda, administrador de la capellanía de libre presentación que usufrutuó D. Manuel [Gueireo]  rinda cuenta y ponga a disposición del Sr. Presidente la cantidad que resultare en su poder así como lo hará el presente secretario, por las de igual clase que usufrutuó, D. José María Audixe y por último, que en atención a que en poder del Sr. Cura Ecónomo de esta Parroquial Iglesia se hallan algunos intereses pertenecientes a la Sta. Imagen, se le pase oficio de atención para que en caso de necesidad ponga a disposición de dicho Sr. Alcalde las quesean; todo sin perjuicio y con calidad de reintegro caso necesario, así como de arbitrar cualesquiera otra cantidad que pueda necesitarse, autorizando a su m. para que se entienda con dicho apoderado, y poniendo en conocimiento de la municipalidad cualesquier circunstancia notable en el particular. Así lo acordaron, mandaron y firman de que yo el secretario certifico”[4].


Tal fue el éxito de la encomienda, que el 9 de febrero de 1845, ya estaba en poder de Don Felipe San Martín el Manto Rico de la Comunidad, depositado en el Pilar. Días más tarde, 28 de este mes, partía de la Corte el guadalupense, Francisco Meseguer, capitán del Regimiento de Cazadores de la Reina, con los dos mantos ricos de Nuestra Señora, escoltados por numerosos soldados con los honores que merecían dichas piezas sagradas, únicas dentro del bordado suntuario. El día 4 de marzo, la comitiva llegó a Carrascalejo, desde donde Messeguer lleno de emoción y orgullo, comunicó al Alcalde de Guadalupe, Antonio Díaz lo siguiente: “Entre [las] tres y cuatro de la tarde, llegaré a esa con los dos mantos de la Virgen”.

Si ya la noticia de recuperar los mantos había provocado en el vecindario enorme satisfacción y alegría al saber que de nuevo su excelsa Virgen volvería a lucir en sus fiestas de septiembre esos vestidos sagrados, la proximidad de contemplarlos de nuevo, hizo que la Villa y Puebla saliera a recibirlos como si de majestades se tratara, con el alborozo y el corazón henchido:

“Todo el camino estaba cubierto de almas, decía el Alcalde en carta escrita a raíz del suceso a D. Antonio Pérez Aloe. Llegaron al sitio designado en medio de repetidas y continuadas salvas y con los vivas de costumbre; y descargados que fueron los cajones, arengué a la concurrencia que sin dejarme concluir, hería los aires con sus gritos y vivas, sin poder contener el torrente de lágrimas que inundaban sus ojos. Enseguida se hicieron cargo de los dos cajones ocho sacerdotes para conducirlos con sus [propios] brazos al Santuario. Así marchando, al llegar a la población, entonaron el salmo de la Virgen [Magnificat], hasta la Iglesia, en donde, colocados los dos cajones en la grada principal del altar mayor, se cantó por los músicos una Salve a María Santísima… Tanta era la concurrencia, prosigue el Alcalde, que ni el Templo se cabía: Describir a V. todas las particularidades, tocaría en lo infinito. ¡Jamás conocí un entusiasmo y regocijo tan general” [5].

Tal acontecimiento fue como un milagro, que los guadalupenses quisieron iluminar con fuegos artificiales y otros festejos para conmemorar este hecho que supuso el despertar de todo un pueblo, que siempre, creció y vivió en torno a su Virgen y su Santuario.

Aunque en la casa del pobre, las alegrías suelen durar poco y así fue, pues las leyes desamortizadoras de 1835 consiguieron que una parte de los bienes de la Iglesia pasaran a formar parte de los museos del Estado. Además, la creación en 1844, de las Comisiones Provinciales de Monumentos tenía por objeto crear y formar los futuros museos provinciales.

Apenas si había pasado un mes del histórico acontecimiento de los mantos, cuando nuevamente otro guadalupense, Antonio Audije, escribe desde Cáceres el día 14 de abril, al Alcalde, Antonio Díaz, comunicándole lo siguiente:

“Según tengo entendido, va a salir de un día para otro un comisionado a recoger lo que mejor parezca, para formar aquí un Liceo (Museo). Debo advertirte que se trata de tocar el Camarín y no sé a qué más. No hay que dormirse”.

De nuevo la cruda realidad volvía a golpear a este pueblo, máxime cuando el día 18 de abril ese fiel guadalupense, comunicaba que al día siguiente, el Comisario del Gobernador Civil de la Provincia partía para la Villa y Puebla, con el objeto de trasladar no sólo los cuadros y esculturas del Camarín, sino también los Zurbaranes de la Sacristía, libros cantorales y otros objetos de la Iglesia.

Sin arredrarse y con la templanza necesaria recibió Antonio Díaz y toda su corporación, el día 24 de abril, al comisionado del Jefe Político de la Provincia, Plácido Suárez Valdés, quien le manifestó las órdenes que le traían a Guadalupe, a lo que el ilustre y épico Alcalde le contestó que entre sus atribuciones constitucionales no figuraban permitirle y mucho menos autorizarle el llevar a cabo el expolio de los cuadros y demás piezas artísticas, todas, propiedad de la Iglesia Parroquial de Guadalupe.

Viendo la reacción del propio Suárez, el Ayuntamiento elevó una exposición a S.M. la Reina Isabel, suplicándole derogara la orden recibida y manifestándola la protesta de todo el vecindario por el tal pretendido despojo, que tan ligeramente quería llevar a cabo el Sr. Gobernador Provincial de Cáceres, recurriendo de nuevo a las buenas artes del comisionado Felipe San Martín, aunque no fue al único que recurrieron, mandando igualmente escrito a don Rafael Tejeo Díaz, pintor y académico de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, al propio Messeguer  y sobre todo a don Antonio Pérez Aloe, quién no dudo en marchar hasta Cáceres para hablar personalmente con el Gobernador, consiguiendo retirar al funesto comisionado, quien herido de soberbia lanzaba dardos por todas partes, aunque como diríamos ahora, hubo una silenciosa guerra de despachos y superiores, llamando la atención la inesperada resistencia que mostró dicho Ayuntamiento.

Pues como bien dice, el erudito fray Germán Rubio, “todo se estrelló contra la serenidad y firmeza del Alcalde D. Antonio Díaz, quien, en uno con su digno Ayuntamiento, los contestaba desestimando cuantas razones se aducían, y escudándose en la exposición y protesta levantadas a su Majestad contra aquella orden”.

Las gestiones fueron tan eficaces que el 4 de mayo de 1845, según comunicaba el diligente Felipe San Martín, el Gobierno “había mandado informar a ese Sr. Jefe Político [de Cáceres], suspendiéndose entretanto todo procedimiento, por consecuencia, ese Comisionado debe retirarse hasta nueva orden”, quién llegó a Cáceres hecho un verdadero volcán, según el propio Audije, manifestando que el día que llegaron los vestidos “se vitoreo hasta el mulo que los había conducido”[6].

Casi un año después, el 23 de abril de 1846, la Real Orden firmada por S.M. Isabel II llegó a Cáceres comunicando al Sr. Gobernador Civil, “que no se remuevan los cuadros existentes en el Camarín de la Virgen y Sacristía del ex-Monasterio de Gerónimos”, ordenando “que los cuadros referidos continúen en el lugar que hoy ocupan”, sería por ello, que varios meses más tarde el 7 de junio, el nuevo alcalde, José de la Varga con varios miembros de su gobierno acordaron  “se haga inventario de los cuadros que hay en el Camarín y Sacristía de este ex-Monasterio con intervención del Ayuntamiento y Sr. Cura Párroco”, siguiendo las indicaciones del oficio recibido por parte del Jefe Político de la Provincia[7].

Estos hechos provocaron el despertar no adormecido de la devoción de Nuestra Señora, en primer lugar por su querida puebla y posteriormente, por sus peregrinos y devotos. Fue el celo y la autoestima de todo un pueblo, que durante casi cinco siglos no había tenido responsabilidad de gobierno y será a partir de este momento cuando su tutela se empiece a dejar sentir.

Una muestra de ese amor y devoción que los guadalupenses sentían por su Virgen y su Santuario fue la donación que hizo el  Ayuntamiento en 1852 de su custodia de plata, con la que la Villa hacia la procesión del Corpus todos los años la Dominica infraoctava de aquella festividad, la cual según el padre Germán Rubio aún se conservaba en 1929 y que bien  pudiera ser la custodia barroca del siglo XVIII de orfebre salmantino, denominada del Corpus, de pie octogonal y peana plana sobre la que se alza una esfera, en la que apoya un ángel que recibe en sus brazos el sol, enmarcado éste sobre una nube de querubines de la que se desprenden ráfagas de rayos[8].

Como nunca es tarde si la dicha es buena, queremos presentar la figura de uno de nuestros mayores, que nos precedió  en el amor y entrega a Nuestra Señora, cuyo nombre y cargo bien merece formar parte de la memoria colectiva de esta Puebla y Villa, al menos en su callejero, por lo que solicitamos desde este blog de la Comisión del Año Santo al Excelentísimo Ayuntamiento de Guadalupe tenga a bien reconocer los servicios y méritos de este insigne guadalupense.



[1] A.M.G. Legajo 158: Carta del Ecónomo vitalicio Fr. Cenón Cabanillas Herrero y Ayuntamiento: Domingo Audije, Alfonso Aguado, Juan Santos Collado, José de la Varga, Gregorio Ledesma, Domingo Cárdenas, Antonio Carrascalejo, Jerónimo Rubio, Jerónimo Poderoso y Francisco Rodríguez Solano, dirigida al cardenal Arzobispo de Toledo, 4 de agosto de 1849.
[2] RUBIO, Germán, ofm., Obr. cit. pp.496-497.
[3]A.M.G. C-210, fol. 308: Antonio del Rosario Díaz Expósito, nació el 7 de octubre de 1810, siendo sus padres Francisco y María Catalina de la Encarnación, todos naturales y vecinos de esta villa. Casó el día 27 de enero de 1833, con la guadalupense Teresa Pérez de Rojas (A.M.G. C-49, fol. 381 vto). Falleció a la edad de 52 años, el día 23 de junio de 1863,  ejerciendo el cargo de Juez de Paz, habiendo dejado dispuesto que su entierro y honras fueran de la mayor solemnidad, tal como se hizo con su mujer e hijas, que se le apliquen las 30 misas de San Gregorio...que se le de a los cuatro que conduzcan su cadáver al sepulcro medio duro, que se de, como manda a la Virgen María Santísima de Guadalupe, a la Iglesia cinco mil reales y a los pobres se reparta por sus albaceas la cantidad de dos mil reales, que también se entregue a los albaceas la suma de quinientos reales para cumplirlos en obsequio de las imágenes que están en la Pasión…Instituyendo por herederos a partes iguales a sus cuatro hermanos: Pedro, María Antonia, José y Tomasa Díaz, siendo el primero y el último vecinos de Santa Amalia y los otros dos de esta villa (AM.G. C- 233, fol. 63 vto.)
[4] A.Mu.G. Cuaderno 14: Libro donde se escriben los Acuerdos del Ayuntamiento en las Sesiones del presente año, 1845. Acta de Acuerdo sobre vestidos de Ntra. Sra. fol. 1
[5] RUBIO, Germán, Obr. cit. pp. 497-498.
[6] RUBIO, Germán, Obr. cit. p. 499.
[7] A.Mu.G. Cuaderno 15: Libro de Acuerdos para el presente año de 1846. Acuerdo de 7 de Junio.
[8] TEJADA VIZUETE, Francisco, Real Monasterio de Guadalupe. Plata, Bronce y otras muestras de artes aplicadas. Mérida, 2007, pp.69-70 y  “La Orfebrería en Guadalupe”, en Guadalupe: Siete siglos de fe y de Cultura. Arganda del Rey, 1993, pp.414-415.