UN GUADALUPENSE OLVIDADO,
ANTONIO DÍAZ, CABALLERO Y ALCALDE
Antonio Ramiro Chico.

Por este
motivo, la Real Asociación de Caballeros de Santa María de Guadalupe quiso dedicar sus LXXXVI Jornadas de Hispanidad, 2015 a Antonio del Rosario Díaz
Expósito, caballero como el primero de su Virgen y amante de su Villa y Puebla,
que a pesar de los momentos difíciles que vivió durante su gobierno, supo
canalizar y gestionar los escasos medios que tenía a su alcance para paralizar
varias órdenes que hubieran supuesto la perdida de uno de nuestros mayores
patrimonios artísticos y sentimentales, como fueron la recuperación de los tres
mantos ricos de la Virgen, así como detener el expolio eminente que se cernía
sobre los Zurbaranes y Lucas Jordán.
Tras la
exclaustración de los monjes jerónimos (1835) y la Guerra Carlista (1837),
parte del monasterio y los hospitales fueron convertidos en fuerte militar,
cuya ocupación se mantuvo hasta 1851, consignando la primera visita canónica
(1848), el estado deplorable en el que se encontraban todos los edificios religiosos del monasterio, muchos de los
cuales urgían una inmediata restauración ya que corrían peligro de derribarse,
por lo que el párroco vitalicio, fray Cenón Cabanillas y el Ayuntamiento
elaboraron en 1849 una exposición en la que se consignaba que el Camarín , la
Capilla de las Reliquias y Santa Catalina necesitaban urgentemente actuar sobre
ellas y que gracias a la generosidad de las mujeres se ha podido barrer el
templo, coser y componer lo mas preciso de sus ornamentos y los vestidos de la
Santísima Virgen, así como alumbrar el Santísimo Sacramento, gracias a una
suscripción popular entre los vecinos, tal como recoge la circular remitida al
carnal arzobispo de Toledo[1].

Esta
devolución removió la conciencia y el fervor de los guadalupenses con su
alcalde a la cabeza, don Antonio Díaz[3],
quien aupado por el vecindario se dirigió a S.M. la reina Isabel II, con fecha
de 20 de octubre de 1844, solicitándole y suplicándole tuviera a bien devolver
los vestidos de Nuestra Señora de
Guadalupe, propiedad de este Santuario y de su devotísima imagen. Gracia que
concedió S.M. según la Real Orden favorable de 20 de diciembre de 1844 de cuyos
trámites se había encargado el entonces Diputado a Cortes por Trujillo, Antonio
Pérez Aloe y el comisionado Felipe San Martín:
“En la Villa de Guadalupe a
primero de Febrero de mil ochocientos cuarenta y cinco, reunidos los Señores
del Ayuntamiento constitucional de la misma, en sesión ordinaria en las casas
consistoriales, entre otras cosas acordaron: Que en atención a haber acudido
con reverente esposición a S.M. la Reyna Ntra. Señora en solicitud de que se
devolviesen a esta Santísima Virgen, los dos mantos que de su propiedad regalo
el Exurgente del Reyno a las de Atocha y del Pilar, a que ha tenido a bien S.M.
acceder según su real resolución que se conserva en este Ayuntamiento, en la
necesidad de nombrar los comisionados o
comisionado que practicare las subsiguientes diligencias hasta conseguir el
reintegro de aquellos, la municipalidad tubo a bien apoderar al efecto y en
debida forma a D. Felipe San Martín, vecino de la villa y corte de Madrid,
quien después de aceptar el cargo principió a practicar cuantas diligencias ha creído
necesarias en unión y de acuerdo con el Sr. Diputado D. Antonio Pérez Aloe, de
quienes hasta esta fecha se han recibido las más satisfactorias comunicaciones
en términos de hallarse ya en poder del primero el precioso vestido que se
hallaba en el Santuario de la Virgen de
Atocha. Y como a dar esta grata noticia manifesté que tanto para pago de las
diligencias obradas cuanto para el viaje a Zaragoza y práctica de las que haya
necesidad de obrar en este punto, necesite intereses el Ayuntamiento, deseoso
de conseguir la adquisición de unas alajas tan preciosas, ha tenido por
conveniente que desde luego se pongan a disposición de expresado Sr. Martín
sesenta duros sin perjuicio de hacerlo de las cantidades que justamente haya
que satisfacer según la cuenta que al efecto debe presentar dicho señor, y como
para el efecto no tenga el Ayuntamiento recursos de que poder disponer para su
fin tan justo, a acordado que en atención a hallarse en instante quinientos
sesenta y dos reales pertenecientes al fondo de contribución ordinaria
repartida y cobrada en el año anterior, según el rebajo echo por la oficina, se
adjudique a este efecto, y que don Francisco Aranda, administrador de la
capellanía de libre presentación que usufrutuó D. Manuel [Gueireo] rinda cuenta y ponga a disposición del Sr.
Presidente la cantidad que resultare en su poder así como lo hará el presente
secretario, por las de igual clase que usufrutuó, D. José María Audixe y por
último, que en atención a que en poder del Sr. Cura Ecónomo de esta Parroquial
Iglesia se hallan algunos intereses pertenecientes a la Sta. Imagen, se le pase
oficio de atención para que en caso de necesidad ponga a disposición de dicho
Sr. Alcalde las quesean; todo sin perjuicio y con calidad de reintegro caso
necesario, así como de arbitrar cualesquiera otra cantidad que pueda
necesitarse, autorizando a su m. para que se entienda con dicho apoderado, y poniendo en
conocimiento de la municipalidad cualesquier circunstancia notable en el
particular. Así lo acordaron, mandaron y firman de que yo el secretario
certifico”[4].
Tal fue el
éxito de la encomienda, que el 9 de febrero de 1845, ya estaba en poder de Don
Felipe San Martín el Manto Rico de la Comunidad, depositado en el Pilar. Días
más tarde, 28 de este mes, partía de la Corte el guadalupense, Francisco
Meseguer, capitán del Regimiento de Cazadores de la Reina, con los dos mantos
ricos de Nuestra Señora, escoltados por numerosos soldados con los honores que
merecían dichas piezas sagradas, únicas dentro del bordado suntuario. El día 4
de marzo, la
comitiva llegó a Carrascalejo, desde donde Messeguer lleno de emoción y
orgullo, comunicó al Alcalde de Guadalupe, Antonio Díaz lo siguiente: “Entre
[las] tres y cuatro de la tarde, llegaré a esa con los dos mantos de la
Virgen”.
Si ya la noticia de
recuperar los mantos había provocado en el vecindario enorme satisfacción y
alegría al saber que de nuevo su excelsa Virgen volvería a lucir en sus fiestas
de septiembre esos vestidos sagrados, la proximidad de contemplarlos de nuevo,
hizo que la Villa y Puebla saliera a recibirlos como si de majestades se
tratara, con el alborozo y el corazón henchido:

Tal
acontecimiento fue como un milagro, que los guadalupenses quisieron iluminar
con fuegos artificiales y otros festejos para conmemorar este hecho que supuso
el despertar de todo un pueblo, que siempre, creció y vivió en torno a su
Virgen y su Santuario.
Aunque en
la casa del pobre, las alegrías suelen durar poco y así fue, pues las leyes
desamortizadoras de 1835 consiguieron que una parte de los bienes de la Iglesia
pasaran a formar parte de los museos del Estado. Además, la creación en 1844,
de las Comisiones Provinciales de Monumentos tenía por objeto crear y formar
los futuros museos provinciales.
Apenas si
había pasado un mes del histórico acontecimiento de los mantos, cuando
nuevamente otro guadalupense, Antonio Audije, escribe desde Cáceres el día 14
de abril, al Alcalde, Antonio Díaz, comunicándole lo siguiente:
“Según tengo entendido, va a
salir de un día para otro un comisionado a recoger lo que mejor parezca, para
formar aquí un Liceo (Museo). Debo advertirte que se trata de tocar el Camarín
y no sé a qué más. No hay que dormirse”.
De nuevo la
cruda realidad volvía a golpear a este pueblo, máxime cuando el día 18 de abril
ese fiel guadalupense, comunicaba que al día siguiente, el Comisario del
Gobernador Civil de la Provincia partía para la Villa y Puebla, con el objeto
de trasladar no sólo los cuadros y esculturas del Camarín, sino también los
Zurbaranes de la Sacristía, libros cantorales y otros objetos de la Iglesia.
Sin
arredrarse y con la templanza necesaria recibió Antonio Díaz y toda su
corporación, el día 24 de abril, al comisionado del Jefe Político de la
Provincia, Plácido Suárez Valdés, quien le manifestó las órdenes que le traían
a Guadalupe, a lo que el ilustre y épico Alcalde le contestó que entre sus
atribuciones constitucionales no figuraban permitirle y mucho menos autorizarle
el llevar a cabo el expolio de los cuadros y demás piezas artísticas, todas,
propiedad de la Iglesia Parroquial de Guadalupe.
Viendo la
reacción del propio Suárez, el Ayuntamiento elevó una exposición a S.M. la
Reina Isabel, suplicándole derogara la orden recibida y manifestándola la
protesta de todo el vecindario por el tal pretendido despojo, que tan
ligeramente quería llevar a cabo el Sr. Gobernador Provincial de Cáceres,
recurriendo de nuevo a las buenas artes del comisionado Felipe San Martín,
aunque no fue al único que recurrieron, mandando igualmente escrito a don
Rafael Tejeo Díaz, pintor y académico de Bellas Artes de San Fernando de
Madrid, al propio Messeguer y sobre todo
a don Antonio Pérez Aloe, quién no dudo en marchar hasta Cáceres para hablar
personalmente con el Gobernador, consiguiendo retirar al funesto comisionado,
quien herido de soberbia lanzaba dardos por todas partes, aunque como diríamos
ahora, hubo una silenciosa guerra de despachos y superiores, llamando la
atención la inesperada resistencia que mostró dicho Ayuntamiento.
Pues como
bien dice, el erudito fray Germán Rubio, “todo se estrelló contra la serenidad
y firmeza del Alcalde D. Antonio Díaz, quien, en uno con su digno Ayuntamiento,
los contestaba desestimando cuantas razones se aducían, y escudándose en la
exposición y protesta levantadas a su Majestad contra aquella orden”.
Las
gestiones fueron tan eficaces que el 4 de mayo de 1845, según comunicaba el
diligente Felipe San Martín, el Gobierno “había mandado informar a ese Sr. Jefe
Político [de Cáceres], suspendiéndose entretanto todo procedimiento, por
consecuencia, ese Comisionado debe retirarse hasta nueva orden”, quién llegó a
Cáceres hecho un verdadero volcán, según el propio Audije, manifestando que el
día que llegaron los vestidos “se vitoreo hasta el mulo que los había
conducido”[6].
Casi un año
después, el 23 de abril de 1846, la Real Orden firmada por S.M. Isabel II llegó
a Cáceres comunicando al Sr. Gobernador Civil, “que no se remuevan los cuadros
existentes en el Camarín de la Virgen y Sacristía del ex-Monasterio de
Gerónimos”, ordenando “que los cuadros referidos continúen en el lugar que hoy
ocupan”, sería por ello, que varios meses más tarde el 7 de junio, el nuevo
alcalde, José de la Varga con varios miembros de su gobierno acordaron “se haga inventario de los cuadros que hay en
el Camarín y Sacristía de este ex-Monasterio con intervención del Ayuntamiento
y Sr. Cura Párroco”, siguiendo las indicaciones del oficio recibido por parte
del Jefe Político de la Provincia[7].
Estos
hechos provocaron el despertar no adormecido de la devoción de Nuestra Señora,
en primer lugar por su querida puebla y posteriormente, por sus peregrinos y
devotos. Fue el celo y la autoestima de todo un pueblo, que durante casi cinco
siglos no había tenido responsabilidad de gobierno y será a partir de este
momento cuando su tutela se empiece a dejar sentir.
Una muestra de ese amor y devoción que los
guadalupenses sentían por su Virgen y su Santuario fue la donación que hizo
el Ayuntamiento en 1852 de su custodia
de plata, con la que la Villa hacia la procesión del Corpus todos los años la
Dominica infraoctava de aquella festividad, la cual según el padre Germán Rubio
aún se conservaba en 1929 y que bien
pudiera ser la custodia barroca del siglo XVIII de orfebre salmantino,
denominada del Corpus, de pie octogonal y peana plana sobre la que se alza una
esfera, en la que apoya un ángel que recibe en sus brazos el sol, enmarcado
éste sobre una nube de querubines de la que se desprenden ráfagas de rayos[8].
Como nunca es tarde si la dicha
es buena, queremos presentar la figura de uno de nuestros mayores, que nos precedió
en el amor y entrega a Nuestra Señora,
cuyo nombre y cargo bien merece formar parte de la memoria colectiva de esta
Puebla y Villa, al menos en su callejero, por lo que solicitamos desde este
blog de la Comisión del Año Santo al Excelentísimo Ayuntamiento de Guadalupe tenga a bien reconocer los servicios y méritos de este
insigne guadalupense.
[1] A.M.G.
Legajo 158: Carta del Ecónomo vitalicio
Fr. Cenón Cabanillas Herrero y Ayuntamiento: Domingo Audije, Alfonso Aguado,
Juan Santos Collado, José de la Varga, Gregorio Ledesma, Domingo Cárdenas,
Antonio Carrascalejo, Jerónimo Rubio, Jerónimo Poderoso y Francisco Rodríguez
Solano, dirigida al cardenal Arzobispo de Toledo, 4 de agosto de 1849.
[2] RUBIO,
Germán, ofm., Obr. cit. pp.496-497.
[3]A.M.G.
C-210, fol. 308: Antonio del Rosario Díaz Expósito, nació el 7 de octubre de
1810, siendo sus padres Francisco y María Catalina de la Encarnación, todos
naturales y vecinos de esta villa. Casó el día 27 de enero de 1833, con la
guadalupense Teresa Pérez de Rojas (A.M.G. C-49, fol. 381 vto). Falleció a la
edad de 52 años, el día 23 de junio de 1863,
ejerciendo el cargo de Juez de Paz, habiendo dejado dispuesto que su
entierro y honras fueran de la mayor solemnidad, tal como se hizo con su mujer
e hijas, que se le apliquen las 30 misas de San Gregorio...que se le de a los
cuatro que conduzcan su cadáver al sepulcro medio duro, que se de, como manda a
la Virgen María Santísima de Guadalupe, a la Iglesia cinco mil reales y a los
pobres se reparta por sus albaceas la cantidad de dos mil reales, que también
se entregue a los albaceas la suma de quinientos reales para cumplirlos en
obsequio de las imágenes que están en la Pasión…Instituyendo por herederos a
partes iguales a sus cuatro hermanos: Pedro, María Antonia, José y Tomasa Díaz,
siendo el primero y el último vecinos de Santa Amalia y los otros dos de esta
villa (AM.G. C- 233, fol. 63 vto.)
[4] A.Mu.G.
Cuaderno 14: Libro donde se escriben los
Acuerdos del Ayuntamiento en las Sesiones del presente año, 1845. Acta de
Acuerdo sobre vestidos de Ntra. Sra.
fol. 1
[5] RUBIO,
Germán, Obr. cit. pp. 497-498.
[6] RUBIO,
Germán, Obr. cit. p. 499.
[7] A.Mu.G.
Cuaderno 15: Libro de Acuerdos para el
presente año de 1846. Acuerdo de 7 de Junio.
[8] TEJADA
VIZUETE, Francisco, Real Monasterio de
Guadalupe. Plata, Bronce y otras muestras de artes aplicadas. Mérida, 2007,
pp.69-70 y “La Orfebrería en Guadalupe”,
en Guadalupe: Siete siglos de fe y de Cultura. Arganda del Rey, 1993,
pp.414-415.