jueves, 10 de septiembre de 2015

LAS FIESTAS DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE Y LA PERVIVENCIA DE LA FE

1.- Origen

Corrían los años finales de la centuria décimo tercera, cuando un sencillo vaquero apacentaba tranquilamente su rebaño, junto al río Guadalupe, en los profundos y frescos valles de las Villuercas, sobre las estribaciones de los Montes de Toledo.

Como cada día, al cubrir las sombras las solanas, el vaquerizo procedió al recuento de su ganado y echó en falta una cabeza en el hato. Después de buscarla durante tres días por cañadas y prados, la halló muerta, junto a un regato de aguas cristalinas, sobre la falda del cerro Altamira.
Al ver la vaca intacta, sin desgarros de lobos ni de otras fieras que frecuentaban aquellas serranías, Gil Cordero de Santa María le hizo la señal de la cruz para aprovechar su piel. Momento, en que el animal recobró la vida y se incorporó.
Estremecido y pávido el pastor, escuchó una voz que le dijo:
“No temas que yo soy la Madre del Salvador del linaje humano; toma tu vaca y llévala al hato con las otras, y después ve a tu tierra, y di a los clérigos lo que has visto y diles de mi parte que venga aquí, donde estás y caven en este lugar donde están estas piedras y tu vaca estaba muerta; y hallarán una imagen mía. Y cuando la sacaren, no la muden de aquí; más hagan  alguna choza  en que la pongan. Ca tiempo vendrá en que se hará en este lugar una casa muy notable y pueblo asaz grande”.
De esta forma, la talla románica o protogótica de Santa María de Guadalupe quedó entronizada en este lugar, donde comenzó a recibir culto en una pequeña ermita. Gracias a los constantes prodigios y favores que María obraba cada día, pronto se convirtió en iglesia y santuario nacional, al que arribaban romeros, enfermos, prelados, reyes y santos, convirtiéndose en poco tiempo, en uno de los centros de peregrinación más notables de la cristiandad.
Transformada la iglesia en monasterio de la españolísima Orden de San Jerónimo en 1389, sus celebraciones litúrgicas alcanzaron gran solemnidad durante todo el año, especialmente, aquellas de carácter mariano, como la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que desde su invención se celebra cada 8 de septiembre, festividad de la Natividad de María:
“Porque aquí, donde se reúnen gentes de multitud de regiones diversas, con sus costumbres netamente populares...; con sus decires ingenuos, sencillos, graciosos, pero más que otros expresivos; donde la gente se presentan cuales son y sin ninguna clase de artificiosos aliños, trayendo consigo y practicando las maneras y tradiciones de sus mayores”.
Por este motivo, viajeros y cronistas dejaron escrito que “después de las de Jerusalén, Roma y Compostela, merecen figurar, en primer término como las más notables de la cristiandad, las romerías o peregrinaciones a Guadalupe, que constituyen una de las más devotas y grandiosas manifestaciones que inspiró la Virgen de las Villuercas desde los primeros días de su aparición”.
Esta preciosa estampa medieval se mantiene, después de siete siglos, incólume y viva; reverdeciendo cada septiembre por los caminos que conducen a este lugar santo, donde devotos y peregrinos de Santa María de Guadalupe traen en su corazón tres sentimientos principales: alegría, confianza y ofrecimiento, por ser para todo creyente un día de regocijo íntimo, como fue para aquellos primeros cristianos de Oriente, que encendiendo antorchas, marchaban en procesión cantando letanías y rebosando cariño y amor de hijos.
Pues su nacimiento al igual que su aparición en estas sierras de Guadalupe, es todo un gozo para el universo mundo, que bajo este precioso y universal título la reconoce como Patrona principal de toda Extremadura, al mismo tiempo, que la proclama Reina de las Españas y Estrella de la Evangelización, según palabras de Juan Pablo II:
“Junto con los hombres, junto con las generaciones de esta tierra extremeña y de España caminaba también María, la Madre de Cristo... De esta manera la promesa mesiánica se difundía en el Nuevo Mundo y en Filipinas”.
2.- Desarrollo
Como ha quedado constatado, las Fiestas de Santa María de Guadalupe son, ante todo, tiempo de júbilo y gozo en las que estas breñas ocultas de las Villuercas reverdecen cada septiembre de piedad mariana por cada uno de sus veneros y caminos.
Para todo guadalupense, septiembre, es mes de gracia y alegría, mes de encuentro y bullicio de peregrinos, mes de oración y plegaria, mes de exaltación y fervor mariano entorno a la Patrona de Extremadura y la Natividad de la gloriosa Virgen María, cuya vida incomparable ilumina toda la Iglesia. “Dichosa eres Santa Virgen María y muy digna de alabanza. De ti ha salido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios”.

Por este motivo, el Santuario de Guadalupe, tiene su cabecera y eje perpendicular al punto donde nace el sol el 8 de septiembre. También, Nuestra Señora de Guadalupe, tiene el rostro moreno: “…No es fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado” (Cap.I, vers. 5 y 6).

Ese Sol que sentado sobre su regazo, Ella nos le presenta prendido sobre su corazón, como toda madre, desde el siglo XIV, y que millones de cristianos, llegamos a Él, bajo la protección y amparo de ese bendito y precioso nombre de GUADALUPE.

Por eso, Juan Pablo II, en su visita a España quiso peregrinar hasta Guadalupe (4 de noviembre de 1982) y al saludarla le dijo: “¡Bendita Tú! Este saludo une a millones de corazones, de estas tierras, de España, de otros continentes, acomunados entorno a María, a Guadalupe, en tantas partes del Mundo”

Los últimos días de agosto marcan el camino de la peregrinación anual a Guadalupe en los que, los peregrinos con su caminar pausado y meditativo hallarán:

1)      El verdadero camino de la fe

2)      Solemne novenario (31 de agosto-8 de septiembre)

3)      Bajada de Nuestra Señora y la celebración de su Patronato. 6 septiembre

4)      Misa de Peregrinos. 7 de septiembre

5)      Fiesta Mayor de Nuestra Señora y Día de Extremadura. 8 de septiembre
2.1.-El camino de la fe.
Todo creyente siente la necesidad de caminar y transitar por este valle de lágrimas. Al final de la Edad Media, el Santuario de Guadalupe florece dentro de los reinos peninsulares como aquella Jerusalén celestial. El propio Bartolomé de Villalba y Estaña Donzel escribía en 1577, en su obra Los veinte libros del peregrino curioso y grandezas de España, lo siguiente:

Nuestra Señora de Guadalupe es la casa más afamada de toda Europa y de los confines del mundo la vienen a visitar. A esta casa acuden todos los días andaluces, gallegos, portugueses, franceses, catalanes, aragoneses y valencianos; y aun de flamencos y de otras naciones extrañas”.
Cada año, cuando el solsticio de verano avanza paulatinamente hacia el equinoccio de otoño, los caminos de peregrinación que confluyen en el monte santo de Guadalupe, reverdecen de peregrinos que traen el fervor de Extremadura, los fulgores de España y las primeras aguas de la Morena.
Cada kilómetro, cada jornada, el peregrino va descubriendo el verdadero camino de la fe (Via fidei), de la esperanza (Via spei), de la caridad (Via charitatis), tal como hizo María cuando fue a visitar a su prima Isabel. Será en ese descubrirse interiormente cuando el camino nos muestre su verdadera belleza (Via pulchitudinis), despojado de todo lo material y superfluo, guiados únicamente por el sendero de la fe, donde el rostro moreno y apacible de Nuestra Señora de Guadalupe se muestra en cada una de las cosas creadas por Dios.
Llegados a este punto de la peregrinación, el romero descubrirá por sí mismo, el camino de la sabiduría (Via sapientiae), al contemplar la obra levantada en honor de la Esclava del Señor, donde la ciencia, la cultura y el arte están al servicio de la piedad mariana.
2.2.-Solemne Novenario matutino y vespertino
Preparado el cuerpo es hora de alimentar el alma y para eso, quiso la Señora de estos valles levantar una iglesia y casa muy notable, donde sus fieles pudieran honrarla con solemnes cultos:
“Aquel coro, que antes no lo parecía, por lo poco, o nada que en él sonaban las alabanzas divinas, ya fue coro, y coro que dudo, que haya en la tierra alguno, que le aventaje, allí se mira entre los hombres el oficio de los Ángeles, allí en su vigor aquella sacratísima disposición de  Gerónimo, aquel dividir las horas, aquel alternar los coros, aquel trasnochar en la incesable salmodia, aquel despertar los hombres al oficio de los Ángeles”.
A ello se entregaron en cuerpo y alma, el primero de sus fieles, Gil Cordero, como ermitaño de la primitiva iglesia.  El clero secular, con su priorato (1330-1389) y parroquia (1835-1908), quienes
celebraron con dignidad los cultos y fiestas de Nuestra Señora. La Orden Jerónima, que durante más de cuatrocientos años (1389-1835) alimentó la espiritualidad, la caridad y la devoción, celebrando todas las fiestas de la Madre de Dios, aunque fueran menores las solemnizan con algún especial culto, bien prolongando los maitines, la misa mayor siempre la hacen con la capilla, las vísperas con canto de órgano, el octavario para la fiesta de la Natividad y en la mayoría de las veces, oficiaba el prior.
“Pues, en los ocho días del octavario concurren en este templo de veinte y quatro a veinte y seis mil personas..., en algunos sitios de las calles, que vienen al monasterio, obliga a muchísimos la concurrencia y gentío pasarlos muy largo trecho sin que asienten los pies en tierra, llevados en ajenos hombros”.
Desde 1908, los hijos del Poverello de Asís, custodian este Santuario y Casa de María como auténtica Porcíncula, celebrando con gran solemnidad novenario matutino y vespertino, desde el día 31 de agosto hasta el 8 de septiembre, con rica y cuidada liturgia, acompañada siempre de órgano y cantos de la Coral Santa María de Guadalupe, oficiando distintos sacerdotes invitados y de la Comunidad.
2.3.-Bajada de Nuestra Señora a la “Cama de la Mora”
Es la fiesta más célebre, porque entonces se baja de su trono la Santa Imagen. Concurren gentes de toda España, de varios pueblos de Portugal y de otros reinos y señoríos más distantes.
Cuentas las crónicas del monasterio cómo “desde las primeras horas de la mañana del día 6 de septiembre un cordón no interrumpido de carros, a modo de interminable cadena, llenaban las carreteras que conducen al pueblo de la Virgen  extremeña”, para asistir a esta preciosa y antiquísima tradición.
Hoy día, ciertamente han cambiado los medios y las formas de llegar al santuario, mucho más rápido y cómodo, aunque siguen las mismas pautas de sus ancestros. Apresurados escalan las gradas del atrio, para saludar a la Virgen de sus amores, con la que entablan de inmediato coloquios filiales, al mismo tiempo que la obsequian con encantadores epítetos y la brinda la mejor fragancia que aflora del fervor y devoción de cada uno de sus corazones.
Un réquiem de campanas y carillones tañen estos valles hacia las ocho y media de la tarde, cuando concluida la Eucaristía del patronato, el presidente de la celebración, acompañado por los demás sacerdotes, se retiran por la nave de Santa Paula hasta la Sacristía para iniciar el ceremonial de la Bajada de la Virgen.

“Allí, el padre Guardián acompañado por la Comunidad Franciscana, otros sacerdotes y religiosos, se dirigen hacia el Camarín de Nuestra Señora, mientras que el pueblo y fieles devotos esperan a su Patrona y Reina en la Basílica.

Con anterioridad el hermano sacristán, se ha asegurado de que todas las puertas estén bajo llave para que nadie pueda acceder en esos instantes a Santa Paula, lo que da mayor misterio y emoción a tan vetusto ritual.

En silencio, la comitiva sube pausadamente las gradas de Camarín, sintiendo peldaño a peldaño como la emoción va incrementándose, según se van acercando a la Edícula. Con mucho tacto y cuidado la levantan de su trono, como ninfa que despierta y la depositan sobre mesa el centro del Camarín. En el silencio crepuscular un velo blondeado de tisú e hilos de oro cubre su rostro, como Doncella sin mancilla, como los rayos del sol se ocultan en el horizonte, mientras que el padre Guardián recita una breve oración e inciensa la sagrada Imagen. Instantes después, toman a su querido Hijo de entre sus brazos, para poder sentir por un momento esa maternidad divina y lo colocan en un azafate de oro, que al igual que las joyas y vestidos que visten y adorna a Nuestra Señora es distribuido entre los asistentes. Los jóvenes frailes portan las dos medias lunas de plata, que sostienen el bies del manto, para formar esa silueta triangular. El  Ministro Provincial, recibe sobre sus hombros la fina seda y brocados que lleva su rico manto.
 

Comienza el cortejo procesional entonando a coro solemne el Magnificat, andando por el sendero que todo hijo suyo ha caminado alguna vez, al subir hasta su Trono, aunque en esta ocasión, no es el pecho del cristiano el que se dilata, sino el corazón de Madre, porque baja al encuentro de su pueblo que le aguarda impaciente y expectante.

Cruzan las naves de Santa Catalina y Santa Paula hacia la girola de la Basílica, momento también intenso porque ya se escuchan los rezos y plegarias de todos aquellos que aguardan, mientras un padre franciscano desde el presbiterio, con palabras salidas espontáneamente de su boca, como borbollones, alienta la espera y hace vibrar hasta el último fiel del templo.

La comitiva se detiene en la Capilla de San Gregorio, por donde es introducida la Señora de estos valles hasta la Cama de la Mora, realizada con telas de Milán y terciopelo de Damasco, que un día de 1631 regaló la Reina Isabel de Borbón. Este ocultamiento y aparición de la Virgen Morena de las Villuercas, representa los siglos que permaneció dicha imagen oculta, según su propia leyenda, cuando con la invasión sarracena, unos clérigos de Sevilla huyeron de la capital hispalense, con esta imagen y las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina. En su tribulación y miedo a perder tan santa Imagen y reliquias, las ocultaron en estas sierras bravías de las Villuercas, morada solo de animales y fieras. Quiso la Providencia, después de cuatro largos siglos, que esta imagen de la Virgen, se apareciera a un pastor de Cáceres, a finales del siglo XIII, que puso por nombre Guadalupe, igual que el río en cuyos márgenes se apareció.

Allí, en la Cama de la Mora, de nuevo revestida con sus vestidos y joyas y el hermano Sacristán prende los últimos alfileres, mientras los rezos y rogativas se incrementan a medida que va creciendo la impaciencia entre los fieles que llenan su casa. La Comunidad, sacerdotes y religiosos, se dirigen de nuevo al presbiterio por la nave de San Pedro. Los minutos se hacen interminables por ver de nuevo su rostro moreno, radiante y feliz por ese encuentro breve, pero hermoso, que todo guadalupense guarda para siempre en lo más profundo de su corazón.

Instante único en la fe guadalupense, cuando esas cortinas de Milán y de Damasco, dejan entrever su hermosa silueta y al igual que el viento rompe el silencio de la noche, prorrumpen sus hijos en clamores con una sola palabra, que retumba en las bóvedas góticas del templo, Reina.

Aparecida de nuevo la sagrada Imagen, se entona la Salve con la compañía del órgano monumental que, al igual que las voces de sus devotos hijos, la aclaman como Señora y Madre.

Aplausos, vítores, encendidos recibe la Patrona de Extremadura, mientras se cubre de nuevo la venerada Imagen, como símbolo del tiempo que permaneció oculta en estos verdes valles de las Villuercas, según la antigua leyenda, hasta el día 7 de septiembre, en el que es trasladada al centro del Presbiterio, donde recibirá el homenaje de los fieles devotos por las gracias obtenidas como intercesora ante su bendito Hijo”.

Desde 1907, el día 6 de septiembre los extremeños celebramos oficialmente el Patronato canónico de Nuestra Señora de Guadalupe, sobre toda Extremadura, con solemne Eucaristía y ofrenda floral, a las 11 de la mañana, organizada por la Asociación de Damas de Santa María de Guadalupe, encargadas también de atender a los peregrinos en su puesto de socorro. Esta atención y cuidado durante cuatro siglos estuvo al cargo de los hospitales que el monasterio tenía en la villa y puebla, así como de otros menores que estaban al cargo de distintas hermandades.  

2.4.-Misa de Peregrinos
La traslación de la Virgen desde la “Cama de la Mora” hasta el trono o baldaquino de terciopelo rojo en el centro del presbiterio, despierta de nuevo la fragancia y llamada de los peregrinos, que con sus pies llagados han caminado durante toda la noche para saludar a la Aurora de estos valles, que a la diez de la mañana, aparece nimbada con rostrillo de perlas y aljófares, con su rica corona imperial de oro y platino, regalo del pueblo español, como Reina de las Españas, su manto de oro y seda, bordado por las manos santa de los  jerónimos, sus ricas joyas distinción de la realeza y nobleza española, como el cetro o toisón de oro.

Apenas son cuatro o cinco metros los que camina la Señora sobre su carroza, pero es un momento de todo punto indescriptible:
“Un ¡Viva! Potentísimo, delirante, brota, estalla de millares y millares de corazones, y todas las campanas de las torres y todas las campanillas de mano de los altares y todas las del doble juego de los círculos volantes del coro y todas las armonías del órgano y todos los vibrantes acordes de la gran orquesta rompen a la par su silencio, para saludar a la Virgen de Guadalupe, hasta que se coloca bajo el doselado templete que preside el altar portátil, donde a continuación se canta solemne Misa”.

Reconfortados con el pan y el vino los peregrinos forman a continuación, un verdadero cordón umbilical, entre ellos y la Madre, por el que fluye un torrente sanguino que serpentea entre las naves y columnas de la basílica hasta que depositan sobre su manto el óbolo, dones y besos de hijos agradecidos, al mismo tiempo que sus ojos se humedecen y en el rostro de cada uno de ellos quedan escritas las narraciones de los prodigios obrados por la Santísima Virgen de Guadalupe.
Las Fiestas de Guadalupe, también desde siempre contaron con un programa de actos cívicos y culturales, con representaciones teatrales, dianas, conciertos de orquesta y banda de música, zarzuelas, donde no faltaron tampoco los fuegos artificiales.
2.5.-Fiesta Mayor de Nuestra Señora de Guadalupe
El códice de Costumbres antiguas del Coro del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, recoge claramente como se desarrollaban la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora:
“Esta fiesta es doble mayor y tiene Vigilia de la Constitución y la celebra el Prior. Hay procesión y sermón en la iglesia y otro en el cementerio y comulgan los frailes. El vicario ha de tener cuidado en el día de antes de encomendar quien lleva las andas y las otras cosas que se llevan en la procesión. Los que llevan las andas van vestido con dalmáticas porque es más sin peligro y porque así fue determinado por nuestro padre con su capítulo. En este día los cantores llevan dos capas blancas en la procesión como el día del Corpus Christi.

En las primeras vísperas de esta fiesta tañe el relojero un poco temprano por causa de los perdones, que duran desde que comienza a tañer a las primeras vísperas hasta que comienza a tañer a las segundas vísperas.
 
El vicario ha de encomendar a dos hermanos de los legos que estén con la Imagen vestidos de sobrepellices en todo el tiempo que la sacaren a ofrecer y tengan cuidado de las primeras y segundas vísperas de subir la imagen al altar mayor, para que esté al tiempo de incensar y súbanla comenzando el himno, y apartan el altar de madera antes que el preste venga a incensar, haciéndolo hacia la puerta de San Gregorio y acabado de incensar tornarlo todo como primero estaba.

Esta fiesta tiene octavario mayor y no se hace en él fiesta alguna, salvo la de la Exaltación de la Cruz.
 
Y es de anotar que antes de la Natividad de Nuestra Señora y otro día después, se tañen órganos por veneración de las fiesta y por la mucha gente que viene a esta fiesta y aunque la fiesta que cae en la Vigilia sea simple y la Misa se tañen los cantos solemnes.

Y eso mismo el sacristán es costumbre que saque buenos ornamentos de seda estos días.
 
Item, es de saber que el día octavo de esta fiesta y la Misa se dicen los Kiries de Resurrección, el Gloria y Santus, y la Vigilia de Nuestra Señora.

Item, el Preste va vestido de capa rica blanca con sus ministros y el que lleva el Lignum Crucis va entre el Preste  y las andas acompañado de dos cirios y los otros dos cirios van delante de las andas”.
 
Nada más despertar la media noche la Basílica ensancha de nuevo sus naves para celebrar la gran Vigilia Mariana: rezos y cantos proclaman el nacimiento de María y el anuncio de una de las fiestas populares de mayor arraigo en la piedad mariana. Fuegos y artificios iluminan las inhiestas torres y la mole impresionante de este Patrimonio de la Humanidad, cuyas piedras centenarias se regocijan con el calor humano  de varios miles de peregrinos que salen, entran, deambulan en todas las direcciones.
Durante toda la noche las puertas del templo permanecen abiertas, para que los romeros y fieles acompañen a Nuestra Señora, que como Aurora refulgente ilumina, ampara y consuela a sus hijos, que la rezan, la cantan, la piropean y la imploran en todas sus necesidades.
Feliz y radiante, como verdadera Madre, está en su trono de terciopelo rojo, con sus ojos clavados en cada una de las miradas que recibe, por lo que el ambiente se respira acogedor, sereno y tremendamente emotivo, siendo la noche más corta e intensa de todo el calendario guadalupense.
Con el alborear del día, y apenas si los peregrinos ha podido conciliar el sueño, ya están de nuevo alerta y con el corazón henchido para comenzar el día de la Fiesta Popular de su Patrona, con el Rosario de la Aurora. Desde 1985 es además, Día de Extremadura, por el arraigo popular y por la dimensión cultural e histórica que tiene.
La hermosa y vetusta campana de Pedro I el Cruel, marca las horas del reloj, sobre la torre de Santa Ana. Hacia las once de la mañana, el templo ya está abarrotado y el claustro mudéjar o de los milagros tomado por los fieles. A continuación, la puerta reglar de Santa Paula se abre y la campanilla del tintinábulo repica sobre las bóvedas góticas provocando el correspondiente silencio y puesta en pie del pueblo y autoridades civiles de la región, que reciben con cantos a la comitiva de concelebrantes y ministros, para dar inicio a la solemnísima Eucaristía concelebrada, que preside por invitación del prior y de la comunidad franciscana, el arzobispo de Toledo, primado de España, acompañado de los obispos extremeños de Mérida-Badajoz, Coría-Cáceres y Plasencia y de numerosos sacerdotes diocesanos.
Terminada la celebración Eucarística, los ¡vivas!, irrumpen de nuevo en el templo al son de campanas y órgano, momento en que la Patrona de Extremadura es trasladada desde el presbiterio a la capilla de Santa Paula, para iniciar la Procesión triunfal.
Una vez colocada la imagen sobre su carroza de plata por los hermanos franciscanos y los Caballeros de Santa María de Guadalupe, comienza un hermoso y emotivo recorrido de penitentes que de rodillas y descalzos pulen las desgastadas baldosas con sus promesas, dando brillo a la Señora de estos valles que ha tenido a bien escucharlos y derramar sobre ellos la gracia de su querido Hijo.
Durante siete siglos estas antorchas vivas han proclamado con sus milagros y narraciones la fe del pueblo creyente en esta imagen bendita de Guadalupe, que consuela y acoge a todo aquel que con devoción implora su nombre.
Detrás de sus peregrinos camina Ella, como Aurora reluciente sobre su carroza, bellamente exornada, con su corona imperial de Hispaniarum Regina, con rico manto de perlas y aljófares con el que acoge a todos sus hijos, que a su paso sienten el pálpito y el estremecimiento de todo su cuerpo. Vítores, cantos y rezos se unen a esas lágrimas que ruedan por las mejillas como manantial fecundo sin distinguir entre hombres y mujeres.
Guiada por varios franciscanos y Caballeros de Guadalupe se abre paso entre los peregrinos por el transepto de la Basílica donde su proximidad provoca una fuerte marea de sentimientos. Al cruzar la puerta reglar del claustro mudéjar las perlas de su corona, quedan heridas por los rayos del sol, despidiendo haces luminosos de resplandores, que la tornan más hermosa, más sublime, más bella, llegando entonces al paroxismo y el delirio, viendo sus peregrinos que su Virgen se manifiesta más radiante que todas las reinas de la tierra. Momento, en que la Banda de Música de Guadalupe situada en el centro del claustro, la saluda con hermosos himnos durante todo el recorrido.
 

Las arcadas mudéjares abarrotadas de fieles parecen ensanchar sus vanos, al mismo tiempo que el templete mudéjar, levantado por la espiritualidad jerónima, parece doblegarse ante el paso de la Señora, que revive y proclama cada uno de los milagros que penden de los muros del claustro.
Después, de este baño de júbilo y gozo, vuelve la Sierva de Dios a su templo basilical, paseando sus tres naves y al llegar a la entrada de la basílica se detiene para bendecir con su mirada a su puebla y villa, como Alcaldesa perpetua. Conducida de nuevo hasta la Capilla de Santa Paula, donde comenzó su procesión triunfal, reposa unos minutos como si tuviera necesidad de recomponerse ante tanta emoción vivida y de nuevo, sale como Reina y Señora para ocupar de nuevo su sitial en el centro del presbiterio.
El día 9 de septiembre, tras celebrar la Eucaristía, la fiesta queda reducida al ámbito local.  Los guadalupenses acompañan a su Virgen cuando es trasladada a la Cama de la Mora, momento en que de nuevo es ocultada y siguiendo el mismo ritual de la bajada, es subida a su Camarín, donde el pueblo de Guadalupe es el primero en visitarla para rendirla el homenaje de amor filial, dando por finalizada las fiestas patronales.
3.-Representaciones y escenificación de un culto
Guadalupe, como centro espiritual de peregrinación nacional, ha desarrollado desde sus orígenes varias formas de divulgar y de representar el culto de Nuestra Señora, llevando a cabo una rica hagiografía, cuyo núcleo principal ha girado en torno al hecho aparicionista. Recogido en una primitiva leyenda, fue enriquecida con una serie de sucesos y relatos literarios que la entroncan con los propios orígenes de la Iglesia y de la realeza hispánica, contribuyendo así al desarrollo de nuestro teatro con no pocos autos y representaciones eclesiásticas.
Por tal motivo, la leyenda no duda en atribuir la paternidad de la imagen a San Lucas, quien antes de morir María, habría tallado varias copias tomándola como modelo. Muerto el evangelista, fue enterrado con una de ellas en Acaya (Asia Menor). Posteriormente, en el siglo IV al hallar sus restos y la imagen, ambos fueron trasladados a Bizancio, donde el icono de María gozó de gran devoción por su intercesión en el terremoto que asoló la ciudad en el año 446.
En el siglo VI el emperador Mauricio gran amigo de San Gregorio, le regaló entre otros presentes la milagrosa imagen, quien a ser elevado al solio pontificio en el año 590, puso la devota imagen en su oratorio privado.
En este mismo año, una nueva calamidad pública asoló a la Ciudad Eterna, con una cruel peste. Sacada la imagen en procesión, los romanos vieron como la peste se calmaba, al mismo tiempo que apareció un ángel sobre el castillo –desde entonces denominado de Sant Angelo- con una espada ensangrentada, mientras un coro de ángeles entonaba “Regina coeli laetare, alleluia”, a lo que el papa emocionado, respondió: “Ora pro nobis Deum alleluia”.
Desde Bizancio, San Gregorio mantenía una gran amistad con San Leandro, arzobispo de Sevilla, al que más tarde le hará llegar el icono sagrado de la Virgen, como precioso obsequio, quedando instalada en la iglesia principal hasta la invasión musulmana (711).
Con el fin de librarla de la profanación fue sacada de la ciudad Hispalense por unos clérigos con las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina, y en su huida hacia el norte fue escondida en las Villuercas, junto al río Guadalupe, donde permaneció enterrada hasta su aparición a finales del siglo XIII.
Otras versiones, aunque siempre presentan los mismos temas, hacen comenzar la leyenda en Roma, en tiempos del rey godo Recaredo, continua en Sevilla durante el reinado del rey Rodrigo y concluye en Cáceres, durante el reinado de Alfonso XI.
Recogida la leyenda y milagros por los monjes jerónimos en varios manuscritos e historia de la santa casa, la representación de este culto popular se llevará a cabo, en un principio, mediante grabados, estampas y cuadros con el fin de perpetuarle y que cale entre los fieles.
El propio monasterio conserva todavía dos ciclos pictóricos completos de la leyenda y milagros de Nuestra Señora: El primero, se exhibe en el claustro mudéjar o de los milagros, obra de fray Juan de Santa María (1600-1747), en formato grande (aprox. 3 x 2 mts.). El segundo, en formato más pequeño, está expuesto en las escaleras que dan acceso al camarín.
La importancia que adquirió el monasterio, así como las manifestaciones literarias y populares de esta mariofanía durante los siglos XVI y XVII hizo posible la escenificación de este culto en cuatro obras de teatro religioso. La primera de ellas atribuida al mismísimo Miguel de Cervantes:
-            Comedia de la Soberana Virgen de Guadalupe y sus milagros y grandeza de España. Sevilla, 1605.
Obra anónima, compuesta a finales del siglo XVI, publicada en Sevilla por primera vez en 1605, por el impresor Clemente Hidalgo, con el título: Auto de la Soberana Virgen de Guadalupe, cuya edición debió de agotarse pronto, pues diez años después tenemos constancia de otras dos ediciones, una en 1615 y otra en 1617, lo que demuestra la vitalidad del culto de la Virgen de Guadalupe en la literatura del siglo de Oro.
Dicho auto se escribió según Sánchez Arjona en 1594, representándose por primera vez, ese mismo año, en las fiestas del Corpus de Sevilla y según la crítica especializada su autor fue Cervantes, quien seguramente la compusiera en Argel, de cuyo cautiverio fue librado por la intercesión de la Virgen de Guadalupe: “La Santísima Virgen, otra vez, que es libertad de los cautivos, lima de sus hierros y alivio de sus prisiones”.
Tema que se escenifica en los setecientos versos que componen la obra, estructurada sobre dos episodios de la leyenda: la invasión de España por los moros con la salida de la imagen de Sevilla y su posterior aparición milagrosa en las sierras de Guadalupe.
Y tal como afirma François Cremoux la obra tiene esa doble finalidad militante: por un lado, resaltar el poder y protección de la Virgen de Guadalupe a través de sus milagros y por otro, denunciar los riesgos que representa el Islam para España y los españoles, reflejando así las tensiones y miedo de una época, obsesionada por el peligro morisco y turco.
-            Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe y sus milagros. Guadalupe, Potosí, 1601. 
Escrita en América por fray Diego de Ocaña (Ocaña, 1570- México,1608), monje jerónimo del monasterio de Guadalupe y publicada por primera vez en Sevilla, 1942 por fray Carlos Villacampa en su obra La Virgen de la Hispanidad.
“Ofreciánse por estos tiempos en una y otra América, austral y occidental, muchas y muy grandes limosnas a Nuestra Señora de Guadalupe por los insignes milagros que obraba con indios y españoles en aquellos reinos”.
Con el fin de cobrar dichas mandas, tanto en el Perú como en Nueva España, el monasterio envió el 3 de enero de 1599 a dos religiosos: Fray Diego de Ocaña y fray Martín de Posadas.

El primero, manchego de nacimiento, era un excelente pendolista y pintor, autor de varias imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe, como la de Potosí (Perú) o la de Sucre (Bolivia), entre otras. Ameno escritor, explorador y observador cronista, lo que le sirvió para escribir una interesante y completa relación de Indias (1599-1605), en la que inserta la famosa Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe.
La obra, aunque menos conocida literariamente, alcanzó mayor difusión en América, donde se estrenó por primera vez en la plaza de Potosí en 1601 en honor de la Virgen  de Guadalupe, con motivo de sus primeras fiestas populares del 8 de septiembre, en la que se recogía la misma historia de Nuestra Señora y de sus milagros, muy bien representada por unos faranduleros, por lo que la gente quedó con más devoción. También fue representada en la Ciudad de la Plata (Chuquisaca) en 1602.
El propósito de la obra fue principalmente dar vida al lienzo que había pintado para la catedral de Sucre y que estaba presente en la plaza  el día de la representación, al mismo tiempo que con la dramatización de la leyenda en verso, se da a conocer la historia de dicho culto y de España.
La primera parte de la obra,  comienza con el favor de la ciudad de Roma, librándola de la peste, como auxiliadora de los pueblos, para desarrollar más tarde su llegada a Sevilla, describiendo la relación entre el rey  Rodrigo y Florinda la Cava, provocando la traición de don Julián y por consiguiente, la victoria sarracena, cerrando el telón de esta primera parte con la huida de los clérigos y el posterior enterramiento de la imagen junto a las sierras de Guadalupe.
La segunda parte, la dramatización alcanza mayor expresividad con la aparición de la imagen al pastor, siguiendo en todo momento el desarrollo de la leyenda, introduciendo también parte de la vida pública e historia de España, como la batalla del Salado, escenificando así la victoria cristiana, atribuida a la intercesión milagrosa de la Virgen de Guadalupe por invocación del propio rey don Alfonso, que como devoto de Ella, peregrina hasta su Santuario al que favorecerá y colmará de privilegios.
Con esta obra Ocaña pretende también obtener ese doble objetivo: pedagógico y divulgativo, especialmente a través de los episodios milagrosos, buscando así ese carácter más espiritual y propagandístico que literario.
Acabada la comedia, prosiguió la procesión a la iglesia y llegada la imagen se puso en el altar mayor, donde se le honró con solemne novenario y se cantó una salve a tres coros, tan solemne y con tanta música como en Guadalupe.
-            Auto sacramental de la Virgen de Guadalupe. Madrid, 1675.
Obra del dramaturgo sevillano Felipe Godínez, que a diferencia de las otras dos anteriores, narra un sólo episodio de la leyenda: la invención de la imagen, escenificando así la aparición de la Virgen al vaquero, aunque incluye a San Fulgencio y Santa Florentina, cuyas reliquias acompañaron a la imagen desde Sevilla.
Rehúye por tanto los episodios legendarios de Constantinopla, Roma y Sevilla, por lo que la carga dramática la adquiere introduciendo mayor complejidad en los temas, de ahí que mezcle la historia de la Virgen con otras, como el enfrentamiento entre moros y cristianos y las intrigas amorosas, por lo que al final el texto se parece más a comedias de capa y espada que a los autos sacramentales.
Ya no importa tanto la difusión del culto sino la escenificación del hecho histórico, por lo que se desarrolla como si de sucesos paralelos se tratara: la invención de la Virgen y la Batalla del Salado (1340), buscando así convertir a la Virgen de Guadalupe en el principal símbolo de la unidad de España, bajo el beneplácito del Apóstol Santiago, quien la secunda en su intervención milagrosa.
-            Comedia famosa: La Virgen de Guadalupe. Madrid 1722
Obra póstuma de don Francisco Bances Candamo. Esta comedia como bien dice Françoix.

Cremoux es una mera reproducción de la de Godínez, en la que se inspiró inventándose nueves peripecias con las que abrumar al público. Por tanto, el nivel de propaganda ya no se encuadra ni en la leyenda ni en el culto, sino en obras de temas más actuales, como es el casamiento secreto, representado en esta ocasión por Sancho e Isabel, hija de Gil Cordero, lo que refleja la evolución del teatro religioso y de la propia sociedad, más preocupada por los valores de la contrarreforma y la glorificación de los ejércitos españoles.
 
-            Luz en la Sierra. Guadalupe, 1958 y 2001
Obra de fray Sebastián García con música del maestro Alfonso Moreno Collado, a modo de auto sacramental en dos actos, sobre la invención de la Santísima Virgen de Guadalupe y su aparición en Extremadura, escrita con motivo del Año Jubilar Guadalupense y el 50 aniversario de su patronato sobre toda Extremadura.
Con la llegada de los franciscanos en 1908 el culto y la devoción de Nuestra Señora fue también restaurado y alentado, como su propia casa que con motivo de la desamortización de 1835 había sufrido graves expolios y latrocinios.
Fray Sebastián García, historiador y cronista de Guadalupe quiso en los albores de los años sesenta escenificar, como habían hecho otros dramaturgos anteriores, el mensaje guadalupense, recogido en su propia leyenda, donde narra en el primer acto la aparición de María al pastor, en tres escenas, desarrolladas sobre las altas cumbres de las Villuercas.
En el segundo acto, los versos cantan el momento prodigioso del descubrimiento y hallazgo de la imagen de María por el pastor y los clérigos de Cáceres, junto al río Guadalupe.
En la tercera escena, fray Sebastián, hace desfilar ante la Señora de estos valles, una serie de personajes que encarnan la raza extremeña: campesina, conquistadores y evangelizadores, los custodios del monasterio: clero secular, jerónimo y franciscano, y otros históricos, como Alfonso XI, Isabel La Católica, Cristóbal Colón, Alfonso XIII, el Cardenal Segura.
La escenificación se lleva a cabo, en los últimos días de agosto, en la plaza mayor de Guadalupe, sobre el marco incomparable de la escalinata y fachada del Real Monasterio, como preludio de las Fiestas de Santa María de Guadalupe.
4.-Conclusión
Las Fiestas de Santa María de Guadalupe son un verdadero río de gracia, tanto para el viejo como el nuevo mundo, en el que el amor de María sacia la sed de sus peregrinos, que fieles a su mensaje no han dejado de peregrinar cada año a su casa.
Sobre tres pilares se sustentan estas fiestas: La Virgen María, los peregrinos y el Real Monasterio, como lugar de plegarias, encuentros y exponente sublime del arte acumulado en torno a este lugar, signo de fe y de cultura.
Como patrimonio inmaterial de la humanidad las Fiestas de Santa María de Guadalupe han sabido mantener y trasmitir la supervivencia de la fe de todo un pueblo, cuyo nombre e imagen ha brotado en medio de otros tantísimos pueblos que la tienen y siente como Madre y Patrona.
Permítanme concluir con aquellas palabras profética que fray Diego de Montalvo puso en boca de Gil Cordero, cuando se dirigía al auditorio que le escuchaba:
“Obedeced y estimad el mandato de vuestra Reina, sed puntuales ejecutores de la voluntad de la Señora, que pudo favorecer otra villa y gente y poner la invención de su nueva imagen en manos de los que sin duda han de envidiar vuestra venturosa suerte.”


[1] RAMIRO CHICO, Antonio, “Las Fiestas de Santa María de Guadalupe…”, en Patrimonio inmaterial de la Cultura Cristiana. San Lorenzo del Escorial, 2013, pp.341-362.

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