A ello se entregaron en
cuerpo y alma, el primero de sus fieles, Gil Cordero, como ermitaño de la
primitiva iglesia. El clero secular, con
su priorato (1330-1389) y parroquia (1835-1908), quienes
celebraron con
dignidad los cultos y fiestas de Nuestra Señora. La Orden Jerónima, que durante
más de cuatrocientos años (1389-1835) alimentó la espiritualidad, la caridad y
la devoción, celebrando todas las fiestas de la Madre de Dios, aunque fueran
menores las solemnizan con algún especial culto, bien prolongando los maitines,
la misa mayor siempre la hacen con la capilla, las vísperas con canto de
órgano, el octavario para la fiesta de la Natividad y en la mayoría de las
veces, oficiaba el prior.
“Pues, en los ocho
días del octavario concurren en este templo de veinte y quatro a veinte y seis
mil personas..., en algunos sitios de las calles, que vienen al monasterio,
obliga a muchísimos la concurrencia y gentío pasarlos muy largo trecho sin que
asienten los pies en tierra, llevados en ajenos hombros”.
Desde 1908, los hijos
del Poverello de Asís, custodian este Santuario y Casa de María como auténtica
Porcíncula, celebrando con gran solemnidad novenario matutino y vespertino,
desde el día 31 de agosto hasta el 8 de septiembre, con rica y cuidada
liturgia, acompañada siempre de órgano y cantos de la Coral Santa María de
Guadalupe, oficiando distintos sacerdotes invitados y de la Comunidad.
2.3.-Bajada
de Nuestra Señora a la “Cama de la Mora”
Es la fiesta más
célebre, porque entonces se baja de su trono la Santa Imagen. Concurren gentes
de toda España, de varios pueblos de Portugal y de otros reinos y señoríos más
distantes.
Cuentas las crónicas
del monasterio cómo “desde las primeras horas de la mañana del día 6 de
septiembre un cordón no interrumpido de carros, a modo de interminable cadena,
llenaban las carreteras que conducen al pueblo de la Virgen extremeña”, para asistir a esta preciosa y
antiquísima tradición.
Hoy día, ciertamente
han cambiado los medios y las formas de llegar al santuario, mucho más rápido y
cómodo, aunque siguen las mismas pautas de sus ancestros. Apresurados escalan
las gradas del atrio, para saludar a la Virgen de sus amores, con la que
entablan de inmediato coloquios filiales, al mismo tiempo que la obsequian con
encantadores epítetos y la brinda la mejor fragancia que aflora del fervor y
devoción de cada uno de sus corazones.
Un réquiem de campanas
y carillones tañen estos valles hacia las ocho y media de la tarde, cuando
concluida la Eucaristía del patronato, el presidente de la celebración,
acompañado por los demás sacerdotes, se retiran por la nave de Santa Paula
hasta la Sacristía para iniciar el ceremonial de la Bajada de la Virgen.
“Allí, el padre Guardián
acompañado por la Comunidad Franciscana, otros sacerdotes y religiosos, se
dirigen hacia el Camarín de Nuestra Señora, mientras que el pueblo y fieles
devotos esperan a su Patrona y Reina en la Basílica.
Con anterioridad el
hermano sacristán, se ha asegurado de que todas las puertas estén bajo llave
para que nadie pueda acceder en esos instantes a Santa Paula, lo que da mayor
misterio y emoción a tan vetusto ritual.
En silencio, la
comitiva sube pausadamente las gradas de Camarín, sintiendo peldaño a peldaño
como la emoción va incrementándose, según se van acercando a la Edícula. Con
mucho tacto y cuidado la levantan de su trono, como ninfa que despierta y la
depositan sobre mesa el centro del Camarín. En el silencio crepuscular un velo
blondeado de tisú e hilos de oro cubre su rostro, como Doncella sin mancilla,
como los rayos del sol se ocultan en el horizonte, mientras que el padre
Guardián recita una breve oración e inciensa la sagrada Imagen. Instantes
después, toman a su querido Hijo de entre sus brazos, para poder sentir por un
momento esa maternidad divina y lo colocan en un azafate de oro, que al igual
que las joyas y vestidos que visten y adorna a Nuestra Señora es distribuido
entre los asistentes. Los jóvenes frailes portan las dos medias lunas de plata,
que sostienen el bies del manto, para formar esa silueta triangular. El Ministro Provincial, recibe sobre sus hombros
la fina seda y brocados que lleva su rico manto.
Comienza el cortejo
procesional entonando a coro solemne el Magnificat, andando por el sendero que
todo hijo suyo ha caminado alguna vez, al subir hasta su Trono, aunque en esta
ocasión, no es el pecho del cristiano el que se dilata, sino el corazón de
Madre, porque baja al encuentro de su pueblo que le aguarda impaciente y expectante.
Cruzan las naves de
Santa Catalina y Santa Paula hacia la girola de la Basílica, momento también
intenso porque ya se escuchan los rezos y plegarias de todos aquellos que
aguardan, mientras un padre franciscano desde el presbiterio, con palabras
salidas espontáneamente de su boca, como borbollones, alienta la espera y hace
vibrar hasta el último fiel del templo.
La comitiva se
detiene en la Capilla de San Gregorio, por donde es introducida la Señora de
estos valles hasta la Cama de la Mora, realizada con telas de Milán y
terciopelo de Damasco, que un día de 1631 regaló la Reina Isabel de Borbón.
Este ocultamiento y aparición de la Virgen Morena de las Villuercas, representa
los siglos que permaneció dicha imagen oculta, según su propia leyenda, cuando
con la invasión sarracena, unos clérigos de Sevilla huyeron de la capital
hispalense, con esta imagen y las reliquias de San Fulgencio y Santa
Florentina. En su tribulación y miedo a perder tan santa Imagen y reliquias,
las ocultaron en estas sierras bravías de las Villuercas, morada solo de
animales y fieras. Quiso la Providencia, después de cuatro largos siglos, que
esta imagen de la Virgen, se apareciera a un pastor de Cáceres, a finales del
siglo XIII, que puso por nombre Guadalupe, igual que el río en cuyos márgenes
se apareció.
Allí, en la Cama de
la Mora, de nuevo revestida con sus vestidos y joyas y el hermano Sacristán
prende los últimos alfileres, mientras los rezos y rogativas se incrementan a
medida que va creciendo la impaciencia entre los fieles que llenan su casa. La
Comunidad, sacerdotes y religiosos, se dirigen de nuevo al presbiterio por la
nave de San Pedro. Los minutos se hacen interminables por ver de nuevo su
rostro moreno, radiante y feliz por ese encuentro breve, pero hermoso, que todo
guadalupense guarda para siempre en lo más profundo de su corazón.
Instante único en
la fe guadalupense, cuando esas cortinas de Milán y de Damasco, dejan entrever
su hermosa silueta y al igual que el viento rompe el silencio de la noche,
prorrumpen sus hijos en clamores con una sola palabra, que retumba en las
bóvedas góticas del templo, Reina.
Aparecida de nuevo
la sagrada Imagen, se entona la Salve con la compañía del órgano monumental
que, al igual que las voces de sus devotos hijos, la aclaman como Señora y
Madre.
Aplausos, vítores,
encendidos recibe la Patrona de Extremadura, mientras se cubre de nuevo la
venerada Imagen, como símbolo del tiempo que permaneció oculta en estos verdes
valles de las Villuercas, según la antigua leyenda, hasta el día 7 de
septiembre, en el que es trasladada al centro del Presbiterio, donde recibirá
el homenaje de los fieles devotos por las gracias obtenidas como intercesora
ante su bendito Hijo”.
Desde 1907, el día 6 de
septiembre los extremeños celebramos oficialmente el Patronato canónico de
Nuestra Señora de Guadalupe, sobre toda Extremadura, con solemne Eucaristía y
ofrenda floral, a las 11 de la mañana, organizada por la Asociación de Damas de
Santa María de Guadalupe, encargadas también de atender a los peregrinos en su
puesto de socorro. Esta atención y cuidado durante cuatro siglos estuvo al
cargo de los hospitales que el monasterio tenía en la villa y puebla, así como
de otros menores que estaban al cargo de distintas hermandades.
2.4.-Misa de Peregrinos
La traslación de la
Virgen desde la “Cama de la Mora” hasta el trono o baldaquino de terciopelo rojo
en el centro del presbiterio, despierta de nuevo la fragancia y llamada de los
peregrinos, que con sus pies llagados han caminado durante toda la noche para
saludar a la Aurora de estos valles, que a la diez de la mañana, aparece
nimbada con rostrillo de perlas y aljófares, con su rica corona imperial de oro
y platino, regalo del pueblo español, como Reina de las Españas, su manto de
oro y seda, bordado por las manos santa de los jerónimos, sus ricas joyas distinción de la
realeza y nobleza española, como el cetro o toisón de oro.
Apenas son cuatro o
cinco metros los que camina la Señora sobre su carroza, pero es un momento de
todo punto indescriptible:
“Un ¡Viva! Potentísimo, delirante, brota, estalla de millares y
millares de corazones, y todas las campanas de las torres y todas las
campanillas de mano de los altares y todas las del doble juego de los círculos
volantes del coro y todas las armonías del órgano y todos los vibrantes acordes
de la gran orquesta rompen a la par su silencio, para saludar a la Virgen de
Guadalupe, hasta que se coloca bajo el doselado templete que preside el altar
portátil, donde a continuación se canta solemne Misa”.
Reconfortados con el
pan y el vino los peregrinos forman a continuación, un verdadero cordón
umbilical, entre ellos y la Madre, por el que fluye un torrente sanguino que
serpentea entre las naves y columnas de la basílica hasta que depositan sobre
su manto el óbolo, dones y besos de hijos agradecidos, al mismo tiempo que sus
ojos se humedecen y en el rostro de cada uno de ellos quedan escritas las
narraciones de los prodigios obrados por la Santísima Virgen de Guadalupe.
Las Fiestas de
Guadalupe, también desde siempre contaron con un programa de actos cívicos y
culturales, con representaciones teatrales, dianas, conciertos de orquesta y
banda de música, zarzuelas, donde no faltaron tampoco los fuegos artificiales.
2.5.-Fiesta
Mayor de Nuestra Señora de Guadalupe
El códice de Costumbres
antiguas del Coro del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, recoge
claramente como se desarrollaban la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora:
“Esta fiesta es doble mayor y
tiene Vigilia de la Constitución y la celebra el Prior. Hay procesión y sermón
en la iglesia y otro en el cementerio y comulgan los frailes. El vicario ha de
tener cuidado en el día de antes de encomendar quien lleva las andas y las
otras cosas que se llevan en la procesión. Los que llevan las andas van vestido
con dalmáticas porque es más sin peligro y porque así fue determinado por
nuestro padre con su capítulo. En este día los cantores llevan dos capas
blancas en la procesión como el día del Corpus Christi.
En las primeras vísperas de esta
fiesta tañe el relojero un poco temprano por causa de los perdones, que duran
desde que comienza a tañer a las primeras vísperas hasta que comienza a tañer a
las segundas vísperas.
El vicario ha de encomendar a dos
hermanos de los legos que estén con la Imagen vestidos de sobrepellices en todo
el tiempo que la sacaren a ofrecer y tengan cuidado de las primeras y segundas
vísperas de subir la imagen al altar mayor, para que esté al tiempo de incensar
y súbanla comenzando el himno, y apartan el altar de madera antes que el preste
venga a incensar, haciéndolo hacia la puerta de San Gregorio y acabado de
incensar tornarlo todo como primero estaba.
Esta fiesta tiene octavario mayor
y no se hace en él fiesta alguna, salvo la de la Exaltación de la Cruz.
Y es de anotar que antes de la
Natividad de Nuestra Señora y otro día después, se tañen órganos por veneración
de las fiesta y por la mucha gente que viene a esta fiesta y aunque la fiesta
que cae en la Vigilia sea simple y la Misa se tañen los cantos solemnes.
Y eso mismo el sacristán es
costumbre que saque buenos ornamentos de seda estos días.
Item, es de saber que el día
octavo de esta fiesta y la Misa se dicen los Kiries de Resurrección, el Gloria
y Santus, y la Vigilia de Nuestra Señora.
Item, el Preste va vestido de
capa rica blanca con sus ministros y el que lleva el Lignum Crucis va entre el
Preste y las andas acompañado de dos
cirios y los otros dos cirios van delante de las andas”.
Nada más despertar la
media noche la Basílica ensancha de nuevo sus naves para celebrar la gran Vigilia Mariana: rezos y cantos
proclaman el nacimiento de María y el anuncio de una de las fiestas populares
de mayor arraigo en la piedad mariana. Fuegos y artificios iluminan las
inhiestas torres y la mole impresionante de este Patrimonio de la Humanidad,
cuyas piedras centenarias se regocijan con el calor humano de varios miles de peregrinos que salen,
entran, deambulan en todas las direcciones.
Durante toda la noche
las puertas del templo permanecen abiertas, para que los romeros y fieles
acompañen a Nuestra Señora, que como Aurora refulgente ilumina, ampara y
consuela a sus hijos, que la rezan, la cantan, la piropean y la imploran en
todas sus necesidades.
Feliz y radiante, como
verdadera Madre, está en su trono de terciopelo rojo, con sus ojos clavados en
cada una de las miradas que recibe, por lo que el ambiente se respira acogedor,
sereno y tremendamente emotivo, siendo la noche más corta e intensa de todo el
calendario guadalupense.
Con el alborear del día,
y apenas si los peregrinos ha podido conciliar el sueño, ya están de nuevo
alerta y con el corazón henchido para comenzar el día de la Fiesta Popular de
su Patrona, con el Rosario de la Aurora. Desde 1985 es además, Día de Extremadura, por el arraigo
popular y por la dimensión cultural e histórica que tiene.
La hermosa y vetusta
campana de Pedro I el Cruel, marca las horas del reloj, sobre la torre de Santa
Ana. Hacia las once de la mañana, el templo ya está abarrotado y el claustro
mudéjar o de los milagros tomado por los fieles. A continuación, la puerta
reglar de Santa Paula se abre y la campanilla del tintinábulo repica sobre las
bóvedas góticas provocando el correspondiente silencio y puesta en pie del
pueblo y autoridades civiles de la región, que reciben con cantos a la comitiva
de concelebrantes y ministros, para dar inicio a la solemnísima Eucaristía
concelebrada, que preside por invitación del prior y de la comunidad
franciscana, el arzobispo de Toledo, primado de España, acompañado de los
obispos extremeños de Mérida-Badajoz, Coría-Cáceres y Plasencia y de numerosos
sacerdotes diocesanos.
Terminada la
celebración Eucarística, los ¡vivas!, irrumpen de nuevo en el templo al son de
campanas y órgano, momento en que la Patrona de Extremadura es trasladada desde
el presbiterio a la capilla de Santa Paula, para iniciar la Procesión triunfal.
Una vez colocada la
imagen sobre su carroza de plata por los hermanos franciscanos y los Caballeros
de Santa María de Guadalupe, comienza un hermoso y emotivo recorrido de
penitentes que de rodillas y descalzos pulen las desgastadas baldosas con sus
promesas, dando brillo a la Señora de estos valles que ha tenido a bien
escucharlos y derramar sobre ellos la gracia de su querido Hijo.
Durante siete siglos
estas antorchas vivas han proclamado con sus milagros y narraciones la fe del
pueblo creyente en esta imagen bendita de Guadalupe, que consuela y acoge a
todo aquel que con devoción implora su nombre.
Detrás de sus
peregrinos camina Ella, como Aurora reluciente sobre su carroza, bellamente exornada,
con su corona imperial de Hispaniarum Regina, con rico manto de perlas y
aljófares con el que acoge a todos sus hijos, que a su paso sienten el pálpito
y el estremecimiento de todo su cuerpo. Vítores, cantos y rezos se unen a esas
lágrimas que ruedan por las mejillas como manantial fecundo sin distinguir
entre hombres y mujeres.
Guiada por varios
franciscanos y Caballeros de Guadalupe se abre paso entre los peregrinos por el
transepto de la Basílica donde su proximidad provoca una fuerte marea de
sentimientos. Al cruzar la puerta reglar del claustro mudéjar las perlas de su
corona, quedan heridas por los rayos del sol, despidiendo haces luminosos de resplandores,
que la tornan más hermosa, más sublime, más bella, llegando entonces al
paroxismo y el delirio, viendo sus peregrinos que su Virgen se manifiesta más
radiante que todas las reinas de la tierra. Momento, en que la Banda de Música
de Guadalupe situada en el centro del claustro, la saluda con hermosos himnos
durante todo el recorrido.
Las arcadas mudéjares
abarrotadas de fieles parecen ensanchar sus vanos, al mismo tiempo que el
templete mudéjar, levantado por la espiritualidad jerónima, parece doblegarse
ante el paso de la Señora, que revive y proclama cada uno de los milagros que
penden de los muros del claustro.
Después, de este baño
de júbilo y gozo, vuelve la Sierva de Dios a su templo basilical, paseando sus
tres naves y al llegar a la entrada de la basílica se detiene para bendecir con
su mirada a su puebla y villa, como Alcaldesa perpetua. Conducida de nuevo hasta
la Capilla de Santa Paula, donde comenzó su procesión triunfal, reposa unos
minutos como si tuviera necesidad de recomponerse ante tanta emoción vivida y
de nuevo, sale como Reina y Señora para ocupar de nuevo su sitial en el centro
del presbiterio.
El día 9 de septiembre,
tras celebrar la Eucaristía, la fiesta queda reducida al ámbito local. Los guadalupenses acompañan a su Virgen cuando
es trasladada a la Cama de la Mora, momento en que de nuevo es ocultada y
siguiendo el mismo ritual de la bajada, es subida a su Camarín, donde el pueblo
de Guadalupe es el primero en visitarla para rendirla el homenaje de amor filial,
dando por finalizada las fiestas patronales.
3.-Representaciones
y escenificación de un culto
Guadalupe, como centro
espiritual de peregrinación nacional, ha desarrollado desde sus orígenes varias
formas de divulgar y de representar el culto de Nuestra Señora, llevando a cabo
una rica hagiografía, cuyo núcleo principal ha girado en torno al hecho
aparicionista. Recogido en una primitiva leyenda, fue enriquecida con una serie
de sucesos y relatos literarios que la entroncan con los propios orígenes de la
Iglesia y de la realeza hispánica, contribuyendo así al desarrollo de nuestro
teatro con no pocos autos y representaciones eclesiásticas.
Por tal motivo, la
leyenda no duda en atribuir la paternidad de la imagen a San Lucas, quien antes
de morir María, habría tallado varias copias tomándola como modelo. Muerto el
evangelista, fue enterrado con una de ellas en Acaya (Asia Menor). Posteriormente,
en el siglo IV al hallar sus restos y la imagen, ambos fueron trasladados a
Bizancio, donde el icono de María gozó de gran devoción por su intercesión en
el terremoto que asoló la ciudad en el año 446.
En el siglo VI el
emperador Mauricio gran amigo de San Gregorio, le regaló entre otros presentes
la milagrosa imagen, quien a ser elevado al solio pontificio en el año 590,
puso la devota imagen en su oratorio privado.
En este mismo año, una
nueva calamidad pública asoló a la Ciudad Eterna, con una cruel peste. Sacada
la imagen en procesión, los romanos vieron como la peste se calmaba, al mismo
tiempo que apareció un ángel sobre el castillo –desde entonces denominado de
Sant Angelo- con una espada ensangrentada, mientras un coro de ángeles entonaba
“Regina coeli laetare, alleluia”, a lo que el papa emocionado, respondió: “Ora
pro nobis Deum alleluia”.
Desde Bizancio, San
Gregorio mantenía una gran amistad con San Leandro, arzobispo de Sevilla, al
que más tarde le hará llegar el icono sagrado de la Virgen, como precioso
obsequio, quedando instalada en la iglesia principal hasta la invasión
musulmana (711).
Con el fin de librarla
de la profanación fue sacada de la ciudad Hispalense por unos clérigos con las
reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina, y en su huida hacia el norte fue
escondida en las Villuercas, junto al río Guadalupe, donde permaneció enterrada
hasta su aparición a finales del siglo XIII.
Otras versiones, aunque
siempre presentan los mismos temas, hacen comenzar la leyenda en Roma, en
tiempos del rey godo Recaredo, continua en Sevilla durante el reinado del rey
Rodrigo y concluye en Cáceres, durante el reinado de Alfonso XI.
Recogida la leyenda y
milagros por los monjes jerónimos en varios manuscritos e historia de la santa
casa, la representación de este culto popular se llevará a cabo, en un
principio, mediante grabados, estampas y cuadros con el fin de perpetuarle y
que cale entre los fieles.
El propio monasterio
conserva todavía dos ciclos pictóricos completos de la leyenda y milagros de
Nuestra Señora: El primero, se exhibe en el claustro mudéjar o de los milagros,
obra de fray Juan de Santa María (1600-1747), en formato grande (aprox. 3 x 2
mts.). El segundo, en formato más pequeño, está expuesto en las escaleras que
dan acceso al camarín.
La importancia que
adquirió el monasterio, así como las manifestaciones literarias y populares de
esta mariofanía durante los siglos XVI y XVII hizo posible la escenificación de
este culto en cuatro obras de teatro religioso. La primera de ellas atribuida
al mismísimo Miguel de Cervantes:
-
Comedia de la Soberana Virgen de
Guadalupe y sus milagros y grandeza de España. Sevilla, 1605.
Obra
anónima, compuesta a finales del siglo XVI, publicada en Sevilla por primera
vez en 1605, por el impresor Clemente Hidalgo, con el título: Auto de la Soberana Virgen de Guadalupe, cuya
edición debió de agotarse pronto, pues diez años después tenemos constancia de
otras dos ediciones, una en 1615 y otra en 1617, lo que demuestra la vitalidad
del culto de la Virgen de Guadalupe en la literatura del siglo de Oro.
Dicho
auto se escribió según Sánchez Arjona en 1594, representándose por primera vez,
ese mismo año, en las fiestas del Corpus de Sevilla y según la crítica
especializada su autor fue Cervantes, quien seguramente la compusiera en Argel,
de cuyo cautiverio fue librado por la intercesión de la Virgen de Guadalupe: “La Santísima Virgen, otra vez,
que es libertad de los cautivos, lima de sus hierros y alivio de sus prisiones”.
Tema
que se escenifica en los setecientos versos que componen la obra, estructurada
sobre dos episodios de la leyenda: la invasión de España por los moros con la
salida de la imagen de Sevilla y su posterior aparición milagrosa en las
sierras de Guadalupe.
Y
tal como afirma François Cremoux la obra tiene esa doble finalidad militante:
por un lado, resaltar el poder y protección de la Virgen de Guadalupe a través
de sus milagros y por otro, denunciar los riesgos que representa el Islam para
España y los españoles, reflejando así las tensiones y miedo de una época,
obsesionada por el peligro morisco y turco.
-
Comedia de Nuestra Señora de
Guadalupe y sus milagros.
Guadalupe, Potosí, 1601.
Escrita
en América por fray Diego de Ocaña (Ocaña, 1570- México,1608), monje jerónimo
del monasterio de Guadalupe y publicada por primera vez en Sevilla, 1942 por
fray Carlos Villacampa en su obra La
Virgen de la Hispanidad.
“Ofreciánse
por estos tiempos en una y otra América, austral y occidental, muchas y muy
grandes limosnas a Nuestra Señora de Guadalupe por los insignes milagros que
obraba con indios y españoles en aquellos reinos”.
Con
el fin de cobrar dichas mandas, tanto en el Perú como en Nueva España, el
monasterio envió el 3 de enero de 1599 a dos religiosos: Fray Diego de Ocaña y
fray Martín de Posadas.
El
primero, manchego de nacimiento, era un excelente pendolista y pintor, autor de
varias imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe, como la de Potosí (Perú) o la
de Sucre (Bolivia), entre otras. Ameno escritor, explorador y observador
cronista, lo que le sirvió para escribir una interesante y completa relación de
Indias (1599-1605), en la que inserta la famosa Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe.
La
obra, aunque menos conocida literariamente, alcanzó mayor difusión en América,
donde se estrenó por primera vez en la plaza de Potosí en 1601 en honor de la
Virgen de Guadalupe, con motivo de sus
primeras fiestas populares del 8 de septiembre, en la que se recogía la misma
historia de Nuestra Señora y de sus milagros, muy bien representada por unos
faranduleros, por lo que la gente quedó con más devoción. También fue
representada en la Ciudad de la Plata (Chuquisaca) en 1602.
El
propósito de la obra fue principalmente dar vida al lienzo que había pintado
para la catedral de Sucre y que estaba presente en la plaza el día de la representación, al mismo tiempo
que con la dramatización de la leyenda en verso, se da a conocer la historia de
dicho culto y de España.
La
primera parte de la obra, comienza con
el favor de la ciudad de Roma, librándola de la peste, como auxiliadora de los
pueblos, para desarrollar más tarde su llegada a Sevilla, describiendo la
relación entre el rey Rodrigo y Florinda
la Cava, provocando la traición de don Julián y por consiguiente, la victoria
sarracena, cerrando el telón de esta primera parte con la huida de los clérigos
y el posterior enterramiento de la imagen junto a las sierras de Guadalupe.
La
segunda parte, la dramatización alcanza mayor expresividad con la aparición de
la imagen al pastor, siguiendo en todo momento el desarrollo de la leyenda,
introduciendo también parte de la vida pública e historia de España, como la
batalla del Salado, escenificando así la victoria cristiana, atribuida a la
intercesión milagrosa de la Virgen de Guadalupe por invocación del propio rey
don Alfonso, que como devoto de Ella, peregrina hasta su Santuario al que
favorecerá y colmará de privilegios.
Con
esta obra Ocaña pretende también obtener ese doble objetivo: pedagógico y
divulgativo, especialmente a través de los episodios milagrosos, buscando así
ese carácter más espiritual y propagandístico que literario.
Acabada
la comedia, prosiguió la procesión a la iglesia y llegada la imagen se puso en
el altar mayor, donde se le honró con solemne novenario y se cantó una salve a
tres coros, tan solemne y con tanta música como en Guadalupe.
-
Auto sacramental de la Virgen de
Guadalupe. Madrid,
1675.
Obra
del dramaturgo sevillano Felipe Godínez, que a diferencia de las otras dos
anteriores, narra un sólo episodio de la leyenda: la invención de la imagen,
escenificando así la aparición de la Virgen al vaquero, aunque incluye a San
Fulgencio y Santa Florentina, cuyas reliquias acompañaron a la imagen desde
Sevilla.
Rehúye
por tanto los episodios legendarios de Constantinopla, Roma y Sevilla, por lo
que la carga dramática la adquiere introduciendo mayor complejidad en los
temas, de ahí que mezcle la historia de la Virgen con otras, como el
enfrentamiento entre moros y cristianos y las intrigas amorosas, por lo que al
final el texto se parece más a comedias de capa y espada que a los autos
sacramentales.
Ya
no importa tanto la difusión del culto sino la escenificación del hecho
histórico, por lo que se desarrolla como si de sucesos paralelos se tratara: la
invención de la Virgen y la Batalla del Salado (1340), buscando así convertir a
la Virgen de Guadalupe en el principal símbolo de la unidad de España, bajo el beneplácito
del Apóstol Santiago, quien la secunda en su intervención milagrosa.
-
Comedia famosa: La Virgen de
Guadalupe. Madrid
1722
Obra
póstuma de don Francisco Bances Candamo. Esta comedia como bien dice Françoix.
Cremoux es una mera reproducción de la de Godínez, en la que se inspiró
inventándose nueves peripecias con las que abrumar al público. Por tanto, el
nivel de propaganda ya no se encuadra ni en la leyenda ni en el culto, sino en
obras de temas más actuales, como es el casamiento secreto, representado en
esta ocasión por Sancho e Isabel, hija de Gil Cordero, lo que refleja la
evolución del teatro religioso y de la propia sociedad, más preocupada por los
valores de la contrarreforma y la glorificación de los ejércitos españoles.
-
Luz en la Sierra. Guadalupe, 1958 y 2001
Obra
de fray Sebastián García con música del maestro Alfonso Moreno Collado, a modo
de auto sacramental en dos actos, sobre la invención de la Santísima Virgen de
Guadalupe y su aparición en Extremadura, escrita con motivo del Año Jubilar
Guadalupense y el 50 aniversario de su patronato sobre toda Extremadura.
Con
la llegada de los franciscanos en 1908 el culto y la devoción de Nuestra Señora
fue también restaurado y alentado, como su propia casa que con motivo de la
desamortización de 1835 había sufrido graves expolios y latrocinios.
Fray
Sebastián García, historiador y cronista de Guadalupe quiso en los albores de
los años sesenta escenificar, como habían hecho otros dramaturgos anteriores,
el mensaje guadalupense, recogido en su propia leyenda, donde narra en el
primer acto la aparición de María al pastor, en tres escenas, desarrolladas
sobre las altas cumbres de las Villuercas.
En
el segundo acto, los versos cantan el momento prodigioso del descubrimiento y
hallazgo de la imagen de María por el pastor y los clérigos de Cáceres, junto
al río Guadalupe.
En
la tercera escena, fray Sebastián, hace desfilar ante la Señora de estos
valles, una serie de personajes que encarnan la raza extremeña: campesina,
conquistadores y evangelizadores, los custodios del monasterio: clero secular,
jerónimo y franciscano, y otros históricos, como Alfonso XI, Isabel La
Católica, Cristóbal Colón, Alfonso XIII, el Cardenal Segura.
La
escenificación se lleva a cabo, en los últimos días de agosto, en la plaza
mayor de Guadalupe, sobre el marco incomparable de la escalinata y fachada del
Real Monasterio, como preludio de las Fiestas de Santa María de Guadalupe.
4.-Conclusión
Las Fiestas de Santa
María de Guadalupe son un verdadero río de gracia, tanto para el viejo como el
nuevo mundo, en el que el amor de María sacia la sed de sus peregrinos, que
fieles a su mensaje no han dejado de peregrinar cada año a su casa.
Sobre tres pilares se
sustentan estas fiestas: La Virgen María, los peregrinos y el Real Monasterio,
como lugar de plegarias, encuentros y exponente sublime del arte acumulado en
torno a este lugar, signo de fe y de cultura.
Como patrimonio
inmaterial de la humanidad las Fiestas de Santa María de Guadalupe han sabido mantener
y trasmitir la supervivencia de la fe de todo un pueblo, cuyo nombre e imagen ha
brotado en medio de otros tantísimos pueblos que la tienen y siente como Madre
y Patrona.
Permítanme concluir con
aquellas palabras profética que fray Diego de Montalvo puso en boca de Gil
Cordero, cuando se dirigía al auditorio que le escuchaba:
“Obedeced y estimad el
mandato de vuestra Reina, sed puntuales ejecutores de la voluntad de la Señora,
que pudo favorecer otra villa y gente y poner la invención de su nueva imagen
en manos de los que sin duda han de envidiar vuestra venturosa suerte.”